Que sigue al de sesenta y nueve y trata de cosas
no escusadas para la claridad desta historia
Durmió Sancho aquella noche en una carriola en el mesmo aposento de don
Quijote, cosa que él quisiera escusarla, si pudiera, porque bien sabía
que su amo no le había de dejar dormir a preguntas y a respuestas, y no se
hallaba en disposición de hablar mucho, porque los dolores de los martirios
pasados los tenía presentes y no le dejaban libre la lengua, y viniérale
más a cuento dormir en una choza solo, que no en aquella rica estancia acompañado.
Salióle su temor tan verdadero y su sospecha tan cierta, que apenas hubo entrado
su señor en el lecho, cuando dijo:
-¿Qué te parece, Sancho, del suceso desta noche? Grande y poderosa
es la fuerza del desdén desamorado, como por tus mismos ojos has visto muerta
a Altisidora, no con otras saetas, ni con otra espada, ni con otro instrumento bélico,
ni con venenos mortíferos, sino con la consideración del rigor y el
desdén con que yo siempre la he tratado.
-Muriérase ella enhorabuena cuanto quisiera y como quisiera -respondió
Sancho- y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni
la desdeñé en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo
sea que la salud de Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga
que ver, como otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza. Agora sí
que vengo a conocer clara y distintamente que hay encantadores y encantos en el mundo,
de quien Dios me libre, pues yo no me sé librar. Con todo esto, suplico a
vuestra merced me deje dormir y no me pregunte más, si no quiere que me arroje
por una ventana abajo.
-Duerme, Sancho amigo -respondió don Quijote-, si es que te dan lugar los
alfilerazos y pellizcos recebidos y las mamonas hechas.
-Ningún dolor -replicó Sancho- llegó a la afrenta de las mamonas,
no por otra cosa que por habérmelas hecho dueñas, que confundidas sean;
y torno a suplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio
de las miserias de los que las tienen despiertos.
-Sea así -dijo don Quijote-, y Dios te acompañe.
Durmiéronse los dos, y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete,
autor desta grande historia, qué les movió a los duques a levantar
el edificio de la máquina referida; y dice que no habiéndosele olvidado
al bachiller Sansón Carrasco cuando el Caballero de los Espejos fue vencido
y derribado por don Quijote, cuyo vencimiento y caída borró y deshizo
todos sus designios, quiso volver a probar la mano, esperando mejor suceso que el
pasado, y, así, informándose del paje que llevó la carta y presente
a Teresa Panza, mujer de Sancho, adónde don Quijote quedaba, buscó
nuevas armas y caballo y puso en el escudo la blanca luna, llevándolo todo
sobre un macho, a quien guiaba un labrador, y no Tomé Cecial, su antiguo escudero,
porque no fuese conocido de Sancho ni de don Quijote.
Llegó, pues, al castillo del duque, que le informó el camino y derrota
que don Quijote llevaba con intento de hallarse en las justas de Zaragoza; díjole
asimismo las burlas que le había hecho con la traza del desencanto de Dulcinea,
que había de ser a costa de las posaderas de Sancho; en fin, dio cuenta de
la burla que Sancho había hecho a su amo dándole a entender que Dulcinea
estaba encantada y transformada en labradora, y cómo la duquesa su mujer había
dado a entender a Sancho que él era el que se engañaba, porque verdaderamente
estaba encantada Dulcinea, de que no poco se rió y admiró el bachiller,
considerando la agudeza y simplicidad de Sancho, como del estremo de la locura de
don Quijote.
Pidióle el duque que si le hallase, y le venciese o no, se volviese por allí
a darle cuenta del suceso. Hízolo así el bachiller; partióse
en su busca; no le halló en Zaragoza, pasó adelante, y sucedióle
lo que queda referido.
Volvióse por el castillo del duque y contóselo todo, con las condiciones
de la batalla y que ya don Quijote volvía a cumplir, como buen caballero andante,
la palabra de retirarse un año en su aldea, en el cual tiempo podía
ser, dijo el bachiller, que sanase de su locura, que esta era la intención
que le había movido a hacer aquellas transformaciones, por ser cosa de lástima
que un hidalgo tan bien entendido como don Quijote fuese loco. Con esto, se despidió
del duque y se volvió a su lugar, esperando en él a don Quijote, que
tras él venía.
De aquí tomó ocasión el duque de hacerle aquella burla: tanto
era lo que gustaba de las cosas de Sancho y de don Quijote; y haciendo tomar los
caminos cerca y lejos del castillo, por todas las partes que imaginó que podría
volver don Quijote, con muchos criados suyos de a pie y de a caballo, para que por
fuerza o de grado le trujesen al castillo, si le hallasen, halláronle, dieron
aviso al duque, el cual, ya prevenido de todo lo que había de hacer, así
como tuvo noticia de su llegada mandó encender las hachas y las luminarias
del patio y poner a Altisidora sobre el túmulo, con todos los aparatos que
se han contado, tan al vivo y tan bien hechos, que de la verdad a ellos había
bien poca diferencia.
Y dice más Cide Hamete: que tiene para sí ser tan locos los burladores
como los burlados y que no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto
ahínco ponían en burlarse de dos tontos.
Los cuales, el uno durmiendo a sueño suelto y el otro velando a pensamientos
desatados, les tomó el día y la gana de levantarse, que las ociosas
plumas, ni vencido ni vencedor, jamás dieron gusto a don Quijote.
Altisidora (en la opinión de don Quijote, vuelta de muerte a vida), siguiendo
el humor de sus señores, coronada con la misma guirnalda que en el túmulo
tenía y vestida una tunicela de tafetán blanco sembrada de flores de
oro, y sueltos los cabellos por las espaldas, arrimada a un báculo de negro
y finísimo ébano, entró en el aposento de don Quijote, con cuya
presencia turbado y confuso se encogió y cubrió casi todo con las sábanas
y colchas de la cama, muda la lengua, sin que acertase a hacerle cortesía
ninguna. Sentóse Altisidora en una silla, junto a su cabecera, y después
de haber dado un gran suspiro, con voz tierna y debilitada le dijo:
-Cuando las mujeres principales y las recatadas doncellas atropellan por la honra
y dan licencia a la lengua que rompa por todo inconveniente, dando noticia en público
de los secretos que su corazón encierra, en estrecho término se hallan.
Yo, señor don Quijote de la Mancha, soy una destas, apretada, vencida y enamorada,
pero, con todo esto, sufrida y honesta: tanto, que por serlo tanto, reventó
mi alma por mi silencio y perdí la vida. Dos días ha que con la consideración
del rigor con que me has tratado,
¡Oh más duro que mármol a mis quejas,
empedernido caballero!, he estado muerta o a lo menos juzgada por tal de los que
me han visto; y si no fuera porque el amor, condoliéndose de mí, depositó
mi remedio en los martirios deste buen escudero, allá me quedara en el otro
mundo.
-Bien pudiera el amor -dijo Sancho- depositarlos en los de mi asno, que yo se lo
agradeciera. Pero dígame, señora, así el cielo la acomode con
otro más blando amante que mi amo: ¿qué es lo que vio en el
otro mundo? ¿Qué hay en el infierno? Porque quien muere desesperado,
por fuerza ha de tener aquel paradero.
-La verdad que os diga -respondió Altisidora-, yo no debí de morir
del todo, pues no entré en el infierno, que si allá entrara, una por
una no pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué
a la puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota, todos
en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas flamencas,
y con unas vueltas de lo mismo que les servían de puños, con cuatro
dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más largas, en las cuales
tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró fue que les
servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer llenos de viento y de borra,
cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró tanto como el ver que, siendo
natural de los jugadores el alegrarse los gananciosos y entristecerse los que pierden,
allí en aquel juego todos gruñían, todos regañaban y
todos se maldecían.
-Eso no es maravilla -respondió Sancho-, porque los diablos, jueguen o no
jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen. |