Del más raro y más nuevo suceso que
en todo el discurso desta grande historia avino a don Quijote
Apeáronse los de a caballo, y junto con los de a pie, tomando en peso
y arrebatadamente a Sancho y a don Quijote, los entraron en el patio, alrededor del
cual ardían casi cien hachas, puestas en sus blandones, y por los corredores
del patio, más de quinientas luminarias; de modo que a pesar de la noche,
que se mostraba algo escura, no se echaba de ver la falta del día. En medio
del patio se levantaba un túmulo como dos varas del suelo, cubierto todo con
un grandísimo dosel de terciopelo negro, alrededor del cual, por sus gradas,
ardían velas de cera blanca sobre más de cien candeleros de plata;
encima del cual túmulo se mostraba un cuerpo muerto de una tan hermosa doncella,
que hacía parecer con su hermosura hermosa a la misma muerte. Tenía
la cabeza sobre una almohada de brocado, coronada con una guirnalda de diversas y
odoríferas flores tejida, las manos cruzadas sobre el pecho, y entre ellas
un ramo de amarilla y vencedora palma.
A un lado del patio estaba puesto un teatro, y en dos sillas sentados dos personajes,
que por tener coronas en la cabeza y ceptros en las manos daban señales de
ser algunos reyes, ya verdaderos o ya fingidos. Al lado deste teatro, adonde se subía
por algunas gradas, estaban otras dos sillas, sobre las cuales los que trujéronlos
presos sentaron a don Quijote y a Sancho, todo esto callando y dándoles a
entender con señales a los dos que asimismo callasen; pero sin que se lo señalaran
callaran ellos, porque la admiración de lo que estaban mirando les tenía
atadas las lenguas.
Subieron en esto al teatro con mucho acompañamiento dos principales personajes,
que luego fueron conocidos de don Quijote ser el duque y la duquesa, sus huéspedes,
los cuales se sentaron en dos riquísimas sillas, junto a los dos que parecían
reyes. ¿Quién no se había de admirar con esto, añadiéndose
a ello haber conocido don Quijote que el cuerpo muerto que estaba sobre el túmulo
era el de la hermosa Altisidora?
Al subir el duque y la duquesa en el teatro, se levantaron don Quijote y Sancho y
les hicieron una profunda humillación, y los duques hicieron lo mesmo, inclinando
algún tanto las cabezas.
Salió en esto, de través, un ministro, y llegándose a Sancho
le echó una ropa de bocací negro encima, toda pintada con llamas de
fuego, y quitándole la caperuza le puso en la cabeza una coroza, al modo de
las que sacan los penitenciados por el Santo Oficio, y díjole al oído
que no descosiese los labios, porque le echarían una mordaza o le quitarían
la vida. Mirábase Sancho de arriba abajo, veíase ardiendo en llamas,
pero como no le quemaban no las estimaba en dos ardites. Quitóse la coroza,
viola pintada de diablos; volviósela a poner, diciendo entre sí:
-Aun bien que ni ellas me abrasan ni ellos me llevan.
Mirábale también don Quijote, y aunque el temor le tenía suspensos
los sentidos, no dejó de reírse de ver la figura de Sancho. Comenzó
en esto a salir al parecer debajo del túmulo un son sumiso y agradable de
flautas, que por no ser impedido de alguna humana voz, porque en aquel sitio el mesmo
silencio guardaba silencio a sí mismo, se mostraba blando y amoroso. Luego
hizo de sí improvisa muestra, junto a la almohada del al parecer cadáver,
un hermoso mancebo vestido a lo romano, que al son de una harpa que él mismo
tocaba cantó con suavísima y clara voz estas dos estancias:
-En tanto que en sí vuelve Altisidora,
muerta por la crueldad de don Quijote,
y en tanto que en la corte encantadora
se vistieren las damas de picote,
y en tanto que a sus dueñas mi señora
vistiere de bayeta y de anascote,
cantaré su belleza y su desgracia,
con mejor plectro que el cantor de Tracia.
Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fría en la boca
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca,
por el estigio lago conducida,
celebrándote irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.
-No más -dijo a esta sazón uno de los dos que parecían reyes-,
no más, cantor divino, que sería proceder en infinito representarnos
ahora la muerte y las gracias de la sin par Altisidora, no muerta, como el mundo
ignorante piensa, sino viva en las lenguas de la fama y en la pena que para volverla
a la perdida luz ha de pasar Sancho Panza, que está presente; y, así,
¡oh tú, Radamanto, que conmigo juzgas en las cavernas lóbregas
de Dite!, pues sabes todo aquello que en los inescrutables hados está determinado
acerca de volver en sí esta doncella, dilo y decláralo luego, porque
no se nos dilate el bien que con su nueva vuelta esperamos.
Apenas hubo dicho esto Minos, juez y compañero de Radamanto, cuando levantándose
en pie Radamanto dijo:
-¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid unos
tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro mamonas, y con doce pellizcos
y seis alfilerazos brazos y lomos, que en esta ceremonia consiste la salud de Altisidora!
Oyendo lo cual Sancho Panza, rompió el silencio y dijo:
-¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara
como volverme moro! ¡Cuerpo de mí! ¿Qué tiene que ver
manosearme el rostro con la resurreción desta doncella? Regostóse la
vieja a los bledos... ¡Encantan a Dulcinea, y azótanme para que se desencante;
muérese Altisidora de males que Dios quiso darle, y hanla de resucitar hacerme
a mí veinte y cuatro mamonas y acribarme el cuerpo a alfilerazos y acardenalarme
los brazos a pellizcos! ¡Esas burlas, a un cuñado, que yo soy perro
viejo, y no hay conmigo tus, tus!
-¡Morirás! -dijo en alta voz Radamanto-. Ablándate, tigre; humíllate,
Nembrot soberbio, y sufre y calla, pues no te piden imposibles, y no te metas en
averiguar las dificultades deste negocio: mamonado has de ser, acrebillado te has
de ver, pellizcado has de gemir. ¡Ea, digo, ministros, cumplid mi mandamiento;
si no, por la fe de hombre de bien que habéis de ver para lo que nacistes!
Parecieron en esto, que por el patio venían, hasta seis dueñas en procesión
una tras otra, las cuatro con antojos, y todas levantadas las manos derechas en alto,
con cuatro dedos de muñecas de fuera, para hacer las manos más largas,
como ahora se usa. No las hubo visto Sancho, cuando bramando como un toro dijo:
-Bien podré yo dejarme manosear de todo el mundo, pero consentir que me toquen
dueñas, ¡eso no! Gatéenme el rostro, como hicieron a mi amo en
este mesmo castillo; traspásenme el cuerpo con puntas de dagas buidas; atenácenme
los brazos con tenazas de fuego, que yo lo llevaré en paciencia, o serviré
a estos señores; pero que me toquen dueñas no lo consentiré
si me llevase el diablo.
Rompió también el silencio don Quijote, diciendo a Sancho:
-Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al cielo
por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio della desencantes
los encantados y resucites los muertos.
Ya estaban las dueñas cerca de Sancho, cuando él, más blando
y más persuadido, poniéndose bien en la silla, dio rostro y barba a
la primera, la cual le hizo una mamona muy bien sellada y luego una gran reverencia.
-¡Menos cortesía, menos mudas, señora dueña -dijo Sancho-,
que por Dios que traéis las manos oliendo a vinagrillo!
Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le pellizcaron;
pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los alfileres y, así,
se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo de una hacha
encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas y tras todos sus
verdugos, diciendo:
-¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan
extraordinarios martirios!
En esto, Altisidora, que debía de estar cansada, por haber estado tanto tiempo
supina, se volvió de un lado; visto lo cual por los circunstantes, casi todos
a una voz dijeron:
-¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!
Mandó Radamanto a Sancho que depusiese la ira, pues ya se había alcanzado
el intento que se procuraba.
Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas
delante de Sancho, diciéndole:
-Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te
des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea.
Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud, y con eficacia de
obrar el bien que de ti se espera.
A lo que respondió Sancho:
-Esto me parece argado sobre argado, y no miel sobre hojuelas. Bueno sería
que tras pellizcos, mamonas y alfilerazos viniesen ahora los azotes. No tienen más
que hacer sino tomar una gran piedra y atármela al cuello y dar conmigo en
un pozo, de lo que a mí no pesaría mucho, si es que para curar los
males ajenos tengo yo de ser la vaca de la boda. Déjenme; si no, por Dios
que lo arroje y lo eche todo a trece, aunque no se venda.
Ya en esto se había sentado en el túmulo Altisidora, y al mismo instante
sonaron las chirimías, a quien acompañaron las flautas y las voces
de todos, que aclamaban:
-¡Viva Altisidora! ¡Altisidora viva!
Levantáronse los duques y los reyes Minos y Radamanto, y todos juntos, con
don Quijote y Sancho, fueron a recebir a Altisidora y a bajarla del túmulo;
la cual, haciendo de la desmayada, se inclinó a los duques y a los reyes,
y mirando de través a don Quijote le dijo:
-Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he estado en el otro
mundo, a mi parecer, más de mil años. Y a ti, ¡oh el más
compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que poseo: dispón
desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te mando, para
que hagas otras seis para ti; y si no son todas sanas, a lo menos son todas limpias.
Besóle por ello las manos Sancho, con la coroza en la mano y las rodillas
en el suelo. Mandó el duque que se la quitasen, y le volviesen su caperuza
y le pusiesen el sayo y le quitasen la ropa de las llamas. Suplicó Sancho
al duque que le dejasen la ropa y mitra, que las quería llevar a su tierra
por señal y memoria de aquel nunca visto suceso. La duquesa respondió
que sí dejarían, que ya sabía él cuán grande amiga
suya era. Mandó el duque despejar el patio y que todos se recogiesen a sus
estancias y que a don Quijote y a Sancho los llevasen a las que ellos ya se sabían. |