Que trata de cómo don Quijote se despidió
del duque y de lo que le sucedió con la discreta y desenvuelta Altisidora,
doncella de la duquesa
Ya le pareció a don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como
la que en aquel castillo tenía, que se imaginaba ser grande la falta que su
persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los infinitos regalos
y deleites que como a caballero andante aquellos señores le hacían,
y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad
y encerramiento; y, así, pidió un día licencia a los duques
para partirse. Diéronsela con muestras de que en gran manera les pesaba de
que los dejase. Dio la duquesa las cartas de su mujer a Sancho Panza, el cual lloró
con ellas y dijo:
-¿Quién pensara que esperanzas tan grandes como las que en el pecho
de mi mujer Teresa Panza engendraron las nuevas de mi gobierno habían de parar
en volverme yo agora a las arrastradas aventuras de mi amo don Quijote de la Mancha?
Con todo esto, me contento de ver que mi Teresa correspondió a ser quien es
enviando las bellotas a la duquesa, que a no habérselas enviado, quedando
yo pesaroso, se mostrara ella desagradecida. Lo que me consuela es que esta dádiva
no se le puede dar nombre de cohecho, porque ya tenía yo el gobierno cuando
ella las envió y está puesto en razón que los que reciben algún
beneficio, aunque sea con niñerías, se muestren agradecidos. En efecto,
yo entré desnudo en el gobierno y salgo desnudo dél, y así podré
decir con segura conciencia, que no es poco: «Desnudo nací, desnudo
me hallo: ni pierdo ni gano».
Esto pasaba entre sí Sancho el día de la partida; y saliendo don Quijote,
habiéndose despedido la noche antes de los duques, una mañana se presentó
armado en la plaza del castillo. Mirábanle de los corredores toda la gente
del castillo, y asimismo los duques salieron a verle. Estaba Sancho sobre su rucio,
con sus alforjas, maleta y repuesto, contentísimo porque el mayordomo del
duque, el que fue de la Trifaldi, le había dado un bolsico con docientos escudos
de oro para suplir los menesteres del camino, y esto aún no lo sabía
don Quijote.
Estando, como queda dicho, mirándole todos, a deshora entre las otras dueñas
y doncellas de la duquesa que le miraban alzó la voz la desenvuelta y discreta
Altisidora y en son lastimero dijo:
-Escucha, mal caballero,
detén un poco las riendas,
no fatigues las ijadas
de tu mal regida bestia.
Mira, falso, que no huyes
de alguna serpiente fiera,
sino de una corderilla
que está muy lejos de oveja.
Tú has burlado, monstruo horrendo,
la más hermosa doncella
que Dïana vio en sus montes,
que Venus miró en sus selvas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe, allá te avengas.
Tú llevas, ¡llevar impío!,
en las garras de tus cerras
las entrañas de una humilde,
como enamorada, tierna.
Llévaste tres tocadores
y unas ligas de unas piernas
que al mármol paro se igualan
en lisas, blancas y negras.
Llévaste dos mil suspiros,
que a ser de fuego pudieran
abrasar a dos mil Troyas,
si dos mil Troyas hubiera.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe, allá te avengas.
De ese Sancho tu escudero
las entrañas sean tan tercas
y tan duras, que no salga
de su encanto Dulcinea.
De la culpa que tú tienes
lleve la triste la pena,
que justos por pecadores
tal vez pagan en mi tierra.
Tus más finas aventuras
en desventuras se vuelvan,
en sueños tus pasatiempos,
en olvidos tus firmezas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe, allá te avengas.
Seas tenido por falso
desde Sevilla a Marchena,
desde Granada hasta Loja,
de Londres a Ingalaterra.
Si jugares al reinado,
los cientos o la primera,
los reyes huyan de ti,
ases ni sietes no veas.
Si te cortares los callos,
sangre las heridas viertan,
y quédente los raigones,
si te sacares las muelas.
Cruel Vireno, fugitivo Eneas,
Barrabás te acompañe, allá te avengas.
En tanto que de la suerte que se ha dicho se quejaba la lastimada Altisidora, la
estuvo mirando don Quijote y, sin responderla palabra, volviendo el rostro a Sancho
le dijo:
-Por el siglo de tus pasados, Sancho mío, te conjuro que me digas una verdad.
Dime, ¿llevas por ventura los tres tocadores y las ligas que esta enamorada
doncella dice?
A lo que Sancho respondió:
-Los tres tocadores sí llevo, pero las ligas, como por los cerros de Úbeda.
Quedó la duquesa admirada de la desenvoltura de Altisidora, que aunque la
tenía por atrevida, graciosa y desenvuelta, no en grado que se atreviera a
semejantes desenvolturas; y como no estaba advertida desta burla, creció más
su admiración. El duque quiso reforzar el donaire y dijo:
-No me parece bien, señor caballero, que habiendo recebido en este mi castillo
el buen acogimiento que en él se os ha hecho, os hayáis atrevido a
llevaros tres tocadores por lo menos, si por lo más las ligas de mi doncella:
indicios son de mal pecho y muestras que no corresponden a vuestra fama. Volvedle
las ligas; si no, yo os desafío a mortal batalla, sin tener temor que malandrines
encantadores me vuelvan ni muden el rostro, como han hecho en el de Tosilos mi lacayo,
el que entró con vos en batalla.
-No quiera Dios -respondió don Quijote- que yo desenvaine mi espada contra
vuestra ilustrísima persona, de quien tantas mercedes he recebido: los tocadores
volveré, porque dice Sancho que los tiene; las ligas es imposible, porque
ni yo las he recebido ni él tampoco; y si esta vuestra doncella quisiere mirar
sus escondrijos, a buen seguro que las halle. Yo, señor duque, jamás
he sido ladrón, ni lo pienso ser en toda mi vida, como Dios no me deje de
su mano. Esta doncella habla (como ella dice) como enamorada, de lo que yo no le
tengo culpa, y, así, no tengo de qué pedirle perdón ni a ella
ni a Vuestra Excelencia, a quien suplico me tenga en mejor opinión y me dé
de nuevo licencia para seguir mi camino.
-Déosle Dios tan bueno -dijo la duquesa-, señor don Quijote, que siempre
oigamos buenas nuevas de vuestras fechurías. Y andad con Dios, que mientras
más os detenéis, más aumentáis el fuego en los pechos
de las doncellas que os miran; y a la mía yo la castigaré de modo que
de aquí adelante no se desmande con la vista ni con las palabras.
-Una no más quiero que me escuches, ¡oh valeroso don Quijote! -dijo
entonces Altisidora-, y es que te pido perdón del latrocinio de las ligas,
porque en Dios y en mi ánima que las tengo puestas, y he caído en el
descuido del que yendo sobre el asno le buscaba.
-¿No lo dije yo? -dijo Sancho-. ¡Bonico soy yo para encubrir hurtos!
Pues, a quererlos hacer, de paleta me había venido la ocasión en mi
gobierno.
Abajó la cabeza don Quijote y hizo reverencia a los duques y a todos los
circunstantes, y volviendo las riendas a Rocinante, siguiéndole Sancho sobre
el rucio, se salió del castillo, enderezando su camino a Zaragoza. |