Donde se declara quién fueron los encantadores
y verdugos que azotaron a la dueña y pellizcaron y arañaron a don Quijote,
con el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de
Sancho Panza
Dice Cide Hamete, puntualísimo escudriñador de los átomos
desta verdadera historia, que al tiempo que doña Rodríguez salió
de su aposento para ir a la estancia de don Quijote, otra dueña que con ella
dormía lo sintió, y que, como todas las dueñas son amigas de
saber, entender y oler, se fue tras ella, con tanto silencio, que la buena Rodríguez
no lo echó de ver; y así como la dueña la vio entrar en la estancia
de don Quijote, porque no faltase en ella la general costumbre que todas las dueñas
tienen de ser chismosas, al momento lo fue a poner en pico a su señora la
duquesa, de como doña Rodríguez quedaba en el aposento de don Quijote.
La duquesa se lo dijo al duque y le pidió licencia para que ella y Altisidora
viniesen a ver lo que aquella dueña quería con don Quijote; el duque
se la dio, y las dos, con gran tiento y sosiego, paso ante paso llegaron a ponerse
junto a la puerta del aposento, y tan cerca, que oían todo lo que dentro hablaban,
y cuando oyó la duquesa que Rodríguez había echado en la calle
el Aranjuez de sus fuentes, no lo pudo sufrir, ni menos Altisidora, y así,
llenas de cólera y deseosas de venganza, entraron de golpe en el aposento
y acrebillaron a don Quijote y vapularon a la dueña del modo que queda contado:
porque las afrentas que van derechas contra la hermosura y presunción de las
mujeres despierta en ellas en gran manera la ira y enciende el deseo de vengarse.
Contó la duquesa al duque lo que le había pasado, de lo que se holgó
mucho, y la duquesa, prosiguiendo con su intención de burlarse y recibir pasatiempo
con don Quijote, despachó al paje que había hecho la figura de Dulcinea
en el concierto de su desencanto (que tenía bien olvidado Sancho Panza con
la ocupación de su gobierno) a Teresa Panza, su mujer, con la carta de su
marido y con otra suya, y con una gran sarta de corales ricos presentados.
Dice, pues, la historia, que el paje era muy discreto y agudo, y con deseo de servir
a sus señores partió de muy buena gana al lugar de Sancho, y antes
de entrar en él vio en un arroyo estar lavando cantidad de mujeres, a quien
preguntó si le sabrían decir si en aquel lugar vivía una mujer
llamada Teresa Panza, mujer de un cierto Sancho Panza, escudero de un caballero llamado
don Quijote de la Mancha; a cuya pregunta se levantó en pie una mozuela que
estaba lavando y dijo:
-Esa Teresa Panza es mi madre, y ese tal Sancho, mi señor padre, y el tal
caballero, nuestro amo.
-Pues venid, doncella -dijo el paje-, y mostradme a vuestra madre, porque le traigo
una carta y un presente del tal vuestro padre.
-Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió
la moza, que mostraba ser de edad de catorce años, poco más a menos.
Y dejando la ropa que lavaba a otra compañera, sin tocarse ni calzarse, que
estaba en piernas y desgreñada, saltó delante de la cabalgadura del
paje y dijo:
-Venga vuesa merced, que a la entrada del pueblo está nuestra casa, y mi madre
en ella, con harta pena por no haber sabido muchos días ha de mi señor
padre.
-Pues yo se las llevo tan buenas -dijo el paje-, que tiene que dar bien gracias a
Dios por ellas.
Finalmente, saltando, corriendo y brincando, llegó al pueblo la muchacha,
y antes de entrar en su casa dijo a voces desde la puerta:
-Salga, madre Teresa, salga, salga, que viene aquí un señor que trae
cartas y otras cosas de mi buen padre.
A cuyas voces salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, con
una saya parda -parecía, según era de corta, que se la habían
cortado por vergonzoso lugar-, con un corpezuelo asimismo pardo y una camisa de pechos.
No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta, pero fuerte, tiesa, nervuda
y avellanada; la cual viendo a su hija, y al paje a caballo, le dijo:
-¿Qué es esto, niña? ¿Qué señor es este?
-Es un servidor de mi señora doña Teresa Panza -respondió el
paje.
Y, diciendo y haciendo, se arrojó del caballo y se fue con mucha humildad
a poner de hinojos ante la señora Teresa, diciendo:
-Déme vuestra merced sus manos, mi señora doña Teresa, bien
así como mujer legítima y particular del señor don Sancho Panza,
gobernador propio de la ínsula Barataria.
-¡Ay, señor mío, quítese de ahí, no haga eso -respondió
Teresa-, que yo no soy nada palaciega, sino una pobre labradora, hija de un estripaterrones
y mujer de un escudero andante, y no de gobernador alguno!
-Vuesa merced -respondió el paje- es mujer dignísima de un gobernador
archidignísimo, y para prueba desta verdad reciba vuesa merced esta carta
y este presente.
Y sacó al instante de la faldriquera una sarta de corales con estremos de
oro, y se la echó al cuello y dijo:
-Esta carta es del señor gobernador, y otra que traigo y estos corales son
de mi señora la duquesa, que a vuestra merced me envía.
Quedó pasmada Teresa, y su hija ni más ni menos, y la muchacha dijo:
-Que me maten si no anda por aquí nuestro señor amo don Quijote, que
debe de haber dado a padre el gobierno o condado que tantas veces le había
prometido.
-Así es la verdad -respondió el paje-, que por respeto del señor
don Quijote es ahora el señor Sancho gobernador de la ínsula Barataria,
como se verá por esta carta.
-Léamela vuesa merced, señor gentilhombre -dijo Teresa-, porque, aunque
yo sé hilar, no sé leer migaja.
-Ni yo tampoco -añadió Sanchica-, pero espérenme aquí,
que yo iré a llamar quien la lea, ora sea el cura mesmo o el bachiller Sansón
Carrasco, que vendrán de muy buena gana por saber nuevas de mi padre.
-No hay para qué se llame a nadie, que yo no sé hilar, pero sé
leer y la leeré.
Y, así, se la leyó toda, que por quedar ya referida no se pone aquí,
y luego sacó otra de la duquesa, que decía desta manera:
Amiga Teresa: Las buenas partes de la bondad y del ingenio de vuestro marido
Sancho me movieron y obligaron a pedir a mi marido el duque le diese un gobierno
de una ínsula, de muchas que tiene. Tengo noticia que gobierna como un girifalte,
de lo que yo estoy muy contenta, y el duque mi señor por el consiguiente,
por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañado en haberle
escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que
con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal me haga a mí
Dios como Sancho gobierna.
Ahí le envío, querida mía, una sarta de corales con estremos
de oro: yo me holgara que fuera de perlas orientales, pero quien te da el hueso no
te querría ver muerta; tiempo vendrá en que nos conozcamos y
nos comuniquemos, y Dios sabe lo que será. Encomiéndeme a Sanchica
su hija y dígale de mi parte que se apareje, que la tengo de casar
altamente cuando menos lo piense.
Dícenme que en ese lugar hay bellotas gordas: envíeme hasta dos docenas,
que las estimaré en mucho, por ser de su mano, y escríbame largo, avisándome
de su salud y de su bienestar; y si hubiere menester alguna cosa, no tiene que hacer
más que boquear, que su boca será medida, y Dios me la guarde.
Deste lugar, su amiga que bien la quiere,
La Duquesa
-¡Ay -dijo Teresa en oyendo la carta-, y qué buena y qué
llana y qué humilde señora! Con estas tales señoras me entierren
a mí, y no las hidalgas que en este pueblo se usan, que piensan que por ser
hidalgas no las ha de tocar el viento, y van a la iglesia con tanta fantasía
como si fuesen las mesmas reinas, que no parece sino que tienen a deshonra el mirar
a una labradora; y veis aquí donde esta buena señora, con ser duquesa,
me llama amiga y me trata como si fuera su igual, que igual la vea yo con el más
alto campanario que hay en la Mancha. Y en lo que toca a las bellotas, señor
mío, yo le enviaré a su señoría un celemín, que
por gordas las pueden venir a ver a la mira y a la maravilla. Y por ahora, Sanchica,
atiende a que se regale este señor: pon en orden este caballo y saca de la
caballeriza güevos y corta tocino adunia, y démosle de comer como a un
príncipe, que las buenas nuevas que nos ha traído y la buena cara que
él tiene lo merece todo; y en tanto saldré yo a dar a mis vecinas las
nuevas de nuestro contento, y al padre cura y a maese Nicolás el barbero,
que tan amigos son y han sido de tu padre.
-Sí haré, madre -respondió Sanchica-, pero mire que me ha de
dar la mitad desa sarta, que no tengo yo por tan boba a mi señora la duquesa,
que se la había de enviar a ella toda.
-Todo es para ti, hija -respondió Teresa-, pero déjamela traer algunos
días al cuello, que verdaderamente parece que me alegra el corazón.
-También se alegrarán -dijo el paje- cuando vean el lío que
viene en este portamanteo, que es un vestido de paño finísimo que el
gobernador sólo un día llevó a caza, el cual todo le envía
para la señora Sanchica.
-Que me viva él mil años -respondió Sanchica-, y el que lo trae
ni más ni menos, y aun dos mil si fuere necesidad.
Salióse en esto Teresa fuera de casa con las cartas, y con la sarta al cuello,
y iba tañendo en las cartas como si fuera en un pandero; y encontrándose
acaso con el cura y Sansón Carrasco, comenzó a bailar y a decir:
-¡A fee que agora que no hay pariente pobre! ¡Gobiernito tenemos! ¡No,
sino tómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré
como nueva!
-¿Qué es esto, Teresa Panza? ¿Qué locuras son estas y
qué papeles son esos?
-No es otra la locura sino que estas son cartas de duquesas y de gobernadores, y
estos que traigo al cuello son corales finos las avemarías, y los padres nuestros
son de oro de martillo, y yo soy gobernadora.
-De Dios en ayuso, no os entendemos, Teresa, ni sabemos lo que os decís.
-Ahí lo podrán ver ellos -respondió Teresa.
Y dioles las cartas. Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón
Carrasco, y Sansón y el cura se miraron el uno al otro como admirados de lo
que habían leído, y preguntó el bachiller quién había
traído aquellas cartas. Respondió Teresa que se viniesen con ella a
su casa y verían el mensajero, que era un mancebo como un pino de oro, y que
le traía otro presente que valía más de tanto. Quitóle
el cura los corales del cuello, y mirólos y remirólos, y certificándose
que eran finos tornó a admirarse de nuevo y dijo:
-Por el hábito que tengo que no sé qué me diga ni qué
me piense de estas cartas y destos presentes: por una parte, veo y toco la fineza
de estos corales, y, por otra, leo que una duquesa envía a pedir dos docenas
de bellotas.
-¡Aderézame esas medidas! -dijo entonces Carrasco-. Agora bien, vamos
a ver al portador deste pliego, que dél nos informaremos de las dificultades
que se nos ofrecen.
Hiciéronlo así, y volvióse Teresa con ellos. Hallaron al paje
cribando un poco de cebada para su cabalgadura y a Sanchica cortando un torrezno
para empedrarle con güevos y dar de comer al paje, cuya presencia y buen adorno
contentó mucho a los dos; y después de haberle saludado cortésmente,
y él a ellos, le preguntó Sansón les dijese nuevas así
de don Quijote como de Sancho Panza, que, puesto que habían leído las
cartas de Sancho y de la señora duquesa, todavía estaban confusos y
no acababan de atinar qué sería aquello del gobierno de Sancho, y más
de una ínsula, siendo todas o las más que hay en el mar Mediterráneo
de Su Majestad. A lo que el paje respondió: |