De la discreta y graciosa plática que pasó
entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación
Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice
que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro
estilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles,
que no tiene por posible que él las supiese, pero que no quiso dejar de traducirlo,
por cumplir con lo que a su oficio debía; y, así, prosiguió
diciendo:
Llegó Sancho a su casa tan regocijado y alegre, que su mujer conoció
su alegría a tiro de ballesta; tanto, que la obligó a preguntarle:
-¿Qué traés, Sancho amigo, que tan alegre venís?
A lo que él respondió:
-Mujer mía, si Dios quisiera, bien me holgara yo de no estar tan contento
como muestro.
-No os entiendo, marido -replicó ella-, y no sé qué queréis
decir en eso de que os holgárades, si Dios quisiera, de no estar contento;
que, maguer tonta, no sé yo quién recibe gusto de no tenerle.
-Mirad, Teresa -respondió Sancho-, yo estoy alegre porque tengo determinado
de volver a servir a mi amo don Quijote, el cual quiere la vez tercera salir a buscar
las aventuras; y yo vuelvo a salir con él, porque lo quiere así mi
necesidad, junto con la esperanza que me alegra de pensar si podré hallar
otros cien escudos como los ya gastados, puesto que me entristece el haberme de apartar
de ti y de mis hijos; y si Dios quisiera darme de comer a pie enjuto y en mi casa,
sin traerme por vericuetos y encrucijadas, pues lo podía hacer a poca costa
y no más de quererlo, claro está que mi alegría fuera más
firme y valedera, pues que la que tengo va mezclada con la tristeza del dejarte.
Así que dije bien que holgara, si Dios quisiera, de no estar contento.
-Mirad, Sancho -replicó Teresa-, después que os hicistes miembro de
caballero andante, habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda.
-Basta que me entienda Dios, mujer -respondió Sancho-, que Él es el
entendedor de todas las cosas, y quédese esto aquí. Y advertid, hermana,
que os conviene tener cuenta estos tres días con el rucio, de manera que esté
para armas tomar: dobladle los piensos, requerid la albarda y las demás jarcias,
porque no vamos a bodas, sino a rodear el mundo y a tener dares y tomares con gigantes,
con endriagos y con vestiglos, y a oír silbos, rugidos, bramidos y baladros;
y aun todo esto fuera flores de cantueso, si no tuviéramos que entender con
yangüeses y con moros encantados.
-Bien creo yo, marido -replicó Teresa-, que los escuderos andantes no comen
el pan de balde, y, así, quedaré rogando a Nuestro Señor os
saque presto de tanta mala ventura.
-Yo os digo, mujer -respondió Sancho-, que si no pensase antes de mucho tiempo
verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.
-Eso no, marido mío -dijo Teresa-, viva la gallina, aunque sea con su pepita:
vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno
salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora
y sin gobierno os iréis, o os llevarán, a la sepultura cuando Dios
fuere servido. Como esos hay en el mundo que viven sin gobierno, y no por eso dejan
de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del
mundo es la hambre; y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto. Pero
mirad, Sancho, si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os
olvidéis de mí y de vuestros hijos. Advertid que Sanchico tiene ya
quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su
tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia. Mirad también que Mari
Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos: que me va dando barruntos
que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con gobierno, y en fin,
en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada.
-A buena fe -respondió Sancho-que si Dios me llega a tener algo qué
de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente, que
no la alcancen sino con llamarla «señoría».
-Eso no, Sancho -respondió Teresa-: casadla con su igual, que es lo más
acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno
a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un tú a una
doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha,
y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y
grosera.
-Calla, boba -dijo Sancho-, que todo será usarlo dos o tres años, que
después le vendrá el señorío y la gravedad como de molde;
y cuando no, ¿qué importa? Séase ella señoría,
y venga lo que viniere.
-Medíos, Sancho, con vuestro estado -respondió Teresa-, no os queráis
alzar a mayores y advertid al refrán que dice: «Al hijo de tu vecino,
límpiale las narices y métele en tu casa». ¡Por cierto
que sería gentil cosa casar a nuestra María con un condazo, o con caballerote
que cuando se le antojase la pusiese como nueva, llamándola de villana, hija
del destripaterrones y de la pelarruecas! ¡No en mis días, marido! ¡Para
eso, por cierto, he criado yo a mi hija! Traed vos dineros, Sancho, y el casarla
dejadlo a mi cargo, que ahí está Lope Tocho, el hijo de Juan Tocho,
mozo rollizo y sano, y que le conocemos y sé que no mira de mal ojo a la mochacha;
y con este, que es nuestro igual, estará bien casada, y le tendremos siempre
a nuestros ojos, y seremos todos unos, padres y hijos, nietos y yernos, y andará
la paz y la bendición de Dios entre todos nosotros; y no casármela
vos ahora en esas cortes y en esos palacios grandes, adonde ni a ella la entiendan
ni ella se entienda.
-Ven acá, bestia y mujer de Barrabás -replicó Sancho-: ¿por
qué quieres tú ahora, sin qué ni para qué, estorbarme
que no case a mi hija con quien me dé nietos que se llamen «señoría»?
Mira, Teresa, siempre he oído decir a mis mayores que el que no sabe gozar
de la ventura cuando le viene, que no se debe quejar si se le pasa; y no sería
bien que ahora que está llamando a nuestra puerta se la cerremos: dejémonos
llevar deste viento favorable que nos sopla.
Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor
desta historia que tenía por apócrifo este capítulo.
-¿No te parece, animalia -prosiguió Sancho-, que será bien dar
con mi cuerpo en algún gobierno provechoso que nos saque el pie del lodo?
Y cásese a Mari Sancha con quien yo quisiere, y verás como te llaman
a ti «doña Teresa Panza» y te sientas en la iglesia sobre alcatifa,
almohadas y arambeles, a pesar y despecho de las hidalgas del pueblo. ¡No,
sino estaos siempre en un ser, sin crecer ni menguar, como figura de paramento! Y
en esto no hablemos más, que Sanchica ha de ser condesa, aunque tú
más me digas.
-¿Veis cuanto decís, marido? -respondió Teresa-. Pues, con todo
eso, temo que este condado de mi hija ha de ser su perdición. Vos haced lo
que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero séos
decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre,
hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. «Teresa»
me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas,
ni arrequives de dones ni donas; «Cascajo» se llamó
mi padre; y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman «Teresa Panza»
(que a buena razón me habían de llamar «Teresa Cascajo»,
pero allá van reyes do quieren leyes), y con este nombre me contento, sin
que me le pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar, y no
quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora,
que luego dirán: «¡Mirad qué entonada va la pazpuerca!
Ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza
con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches
y con entono, como si no la conociésemos». Si Dios me guarda mis siete,
o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal
aprieto. Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro
gusto, que mi hija ni yo por el siglo de mi madre que no nos hemos de mudar un paso
de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella
honesta, el hacer algo es su fiesta. Idos con vuestro don Quijote a vuestras aventuras
y dejadnos a nosotras con nuestras malas venturas, que Dios nos las mejorará
como seamos buenas; y yo no sé, por cierto, quién le puso a él
don que no tuvieron sus padres ni sus agüelos.
-Ahora digo -replicó Sancho-que tienes algún familiar en ese cuerpo.
¡Válate Dios, la mujer, y qué de cosas has ensartado unas en
otras, sin tener pies ni cabeza! ¿Qué tiene que ver el cascajo, los
broches, los refranes y el entono con lo que yo digo? Ven acá, mentecata e
ignorante, que así te puedo llamar, pues no entiendes mis razones y vas huyendo
de la dicha: si yo dijera que mi hija se arrojara de una torre abajo, o que se fuera
por esos mundos como se quiso ir la infanta doña Urraca, tenías razón
de no venir con mi gusto; pero si en dos paletas y en menos de un abrir y cerrar
de ojos te la chanto un don y una señoría a cuestas y
te la saco de los rastrojos y te la pongo en toldo y en peana y en un estrado de
más almohadas de velludo que tuvieron moros en su linaje los Almohadas de
Marruecos, ¿por qué no has de consentir y querer lo que yo quiero? |