Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza
en su gobierno
Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso
palacio, adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa;
y así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías y salieron
cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.
Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque
no había más de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella. Púsose
a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico,
con una varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla
con que estaban cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares.
Uno que parecía estudiante echó la bendición y un paje puso
un babador randado a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala llegó
un plato de fruta delante, pero apenas hubo comido un bocado, cuando, el de la varilla
tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad;
pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho, pero,
antes que llegase a él ni le gustase, ya la varilla había tocado en
él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta. Visto
lo cual por Sancho, quedó suspenso y, mirando a todos, preguntó si
se había de comer aquella comida como juego de maesecoral. A lo cual respondió
el de la vara:
-No se ha de comer, señor gobernador, sino como es uso y costumbre en las
otras ínsulas donde hay gobernadores. Yo, señor, soy médico
y estoy asalariado en esta ínsula para serlo de los gobernadores della, y
miro por su salud mucho más que por la mía, estudiando de noche y de
día y tanteando la complexión del gobernador, para acertar a curarle
cuando cayere enfermo; y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas,
y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene y a quitarle lo que imagino
que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así mandé
quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del
otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente
y tener muchas especies, que acrecientan la sed, y el que mucho bebe mata y consume
el húmedo radical, donde consiste la vida.
-Desa manera, aquel plato de perdices que están allí asadas y, a mi
parecer, bien sazonadas no me harán algún daño.
A lo que el médico respondió:
-Esas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.
-Pues ¿por qué? -dijo Sancho.
Y el médico respondió:
-Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, en un aforismo
suyo dice: «Omnis saturatio mala, perdicis autem pessima». Quiere decir:
ėToda hartazga es mala, pero la de las perdices malísimaķ.
-Si eso es así -dijo Sancho-, vea el señor doctor de cuantos manjares
hay en esta mesa cuál me hará más provecho y cuál menos
daño, y déjeme comer dél sin que me le apalee; porque por vida
del gobernador, y así Dios me le deje gozar, que me muero de hambre, y el
negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y él más me
diga, antes será quitarme la vida que aumentármela.
-Vuestra merced tiene razón, señor gobernador -respondió el
médico-, y, así, es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos
conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo. De aquella
ternera, si no fuera asada y en adobo, aun se pudiera probar, pero no hay para qué.
Y Sancho dijo:
-Aquel platonazo que está más adelante vahando me parece que es olla
podrida, que, por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no
podré dejar de topar con alguna que me sea de gusto y de provecho.
-¡Absit ! -dijo el médico-. Vaya lejos de nosotros tan
mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida.
Allá las ollas podridas para los canónigos o para los retores de colegios
o para las bodas labradorescas, y déjennos libres las mesas de los gobernadores,
donde ha de asistir todo primor y toda atildadura; y la razón es porque siempre
y a doquiera y de quienquiera son más estimadas las medicinas simples que
las compuestas, porque en las simples no se puede errar, y en las compuestas sí,
alterando la cantidad de las cosas de que son compuestas. Mas lo que yo sé
que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla,
es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne
de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión.
Oyendo esto Sancho, se arrimó sobre el espaldar de la silla y miró
de hito en hito al tal médico, y con voz grave le preguntó cómo
se llamaba y dónde había estudiado. A lo que él respondió:
-Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy
natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar
del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.
A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera:
-Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera,
lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar
del Campo, graduado en Osuna, quitéseme luego delante: si no, voto al sol
que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar
médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que
son ignorantes, que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré
sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que
se me vaya Pedro Recio de aquí: si no, tomaré esta silla donde estoy
sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia,
que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal
médico, verdugo de la república. Y denme de comer o, si no, tómense
su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
Alborotóse el doctor viendo tan colérico al gobernador y quiso hacer
tirteafuera de la sala, sino que en aquel instante sonó una corneta de posta
en la calle, y, asomándose el maestresala a la ventana, volvió diciendo:
-Correo viene del duque mi señor: algún despacho debe de traer de importancia.
Entró el correo sudando y asustado, y, sacando un pliego del seno, le puso
en las manos del gobernador, y Sancho le puso en las del mayordomo, a quien mandó
leyese el sobreescrito, que decía así: A don Sancho Panza, gobernador
de la ínsula Barataria, en su propia mano o en las de su secretario. Oyendo
lo cual Sancho, dijo:
-¿Quién es aquí mi secretario?
Y uno de los que presentes estaban respondió:
-Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.
-Con esa añadidura -dijo Sancho- bien podéis ser secretario del mismo
emperador. Abrid ese pliego y mirad lo que dice.
Hízolo así el recién nacido secretario y, habiendo leído
lo que decía, dijo que era negocio para tratarle a solas. Mandó Sancho
despejar la sala y que no quedasen en ella sino el mayordomo y el maestresala, y
los demás y el médico se fueron; y luego el secretario leyó
la carta, que así decía:
A mi noticia ha llegado, señor don Sancho Panza, que unos enemigos míos
y desa ínsula la han de dar un asalto furioso no sé qué noche:
conviene velar y estar alerta, porque no le tomen desapercebido. Sé también
por espías verdaderas que han entrado en ese lugar cuatro personas
disfrazadas para quitaros la vida, porque se temen de vuestro ingenio: abrid el ojo
y mirad quién llega a hablaros, y no comáis de cosa que os presentaren.
Yo tendré cuidado de socorreros si os viéredes en trabajo, y en
todo haréis como se espera de vuestro entendimiento. Deste lugar, a diez y
seis de agosto, a las cuatro de la mañana.
Vuestro amigo, El Duque
Quedó atónito Sancho, y mostraron quedarlo asimismo los circunstantes,
y volviéndose al mayordomo le dijo:
-Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor
Recio, porque si alguno me ha de matar ha de ser él, y de muerte adminícula
y pésima, como es la de la hambre.
-También -dijo el maestresala- me parece a mí que vuesa merced no coma
de todo lo que está en esta mesa, porque lo han presentado unas monjas, y,
como suele decirse, detrás de la cruz está el diablo.
-No lo niego -respondió Sancho-, y por ahora denme un pedazo de pan y obra
de cuatro libras de uvas, que en ellas no podrá venir veneno; porque, en efecto,
no puedo pasar sin comer, y si es que hemos de estar prontos para estas batallas
que nos amenazan, menester será estar bien mantenidos, porque tripas llevan
corazón, que no corazón tripas. Y vos, secretario, responded al duque
mi señor y decidle que se cumplirá lo que manda como lo manda, sin
faltar punto; y daréis de mi parte un besamanos a mi señora la duquesa,
y que le suplico no se le olvide de enviar con un propio mi carta y mi lío
a mi mujer Teresa Panza, que en ello recibiré mucha merced, y tendré
cuidado de escribirla con todo lo que mis fuerzas alcanzaren; y de camino podéis
encajar un besamanos a mi señor don Quijote de la Mancha, porque vea que soy
pan agradecido; y vos, como buen secretario y como buen vizcaíno, podéis
añadir todo lo que quisiéredes y más viniere a cuento. Y álcense
estos manteles y denme a mí de comer, que yo me avendré con cuantas
espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre mi ínsula.
En esto entró un paje y dijo:
-Aquí está un labrador negociante que quiere hablar a vuestra señoría
en un negocio, según él dice, de mucha importancia. |