De cosas que atañen y tocan a esta aventura
y a esta memorable historia
Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como esta
deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad
que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que
fuese, que no la sacase a luz distintamente. Pinta los pensamientos, descubre las
imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos;
finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh
autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa!
¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis
siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.
Dice, pues, la historia que así como Sancho vio desmayada a la Dolorida, dijo:
-Por la fe de hombre de bien juro, y por el siglo de todos mis pasados los Panzas,
que jamás he oído ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento
ha cabido, semejante aventura como esta. Válgate mil satanases, por no maldecirte
por encantador y gigante, Malambruno, ¿y no hallaste otro género de
castigo que dar a estas pecadoras sino el de barbarlas? ¿Cómo y no
fuera mejor y a ellas les estuviera más a cuento quitarles la mitad de las
narices, de medio arriba, aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré
yo que no tienen hacienda para pagar a quien las rape.
-Así es la verdad, señor -respondió una de las doce-, que no
tenemos hacienda para mondarnos, y, así, hemos tomado algunas de nosotras
por remedio ahorrativo de usar de unos pegotes o parches pegajosos, y aplicándolos
a los rostros, y tirando de golpe, quedamos rasas y lisas como fondo de mortero de
piedra; que puesto que hay en Candaya mujeres que andan de casa en casa a quitar
el vello y a pulir las cejas y hacer otros menjurjes tocantes a mujeres, nosotras
las dueñas de mi señora por jamás quisimos admitirlas, porque
las más oliscan a terceras, habiendo dejado de ser primas; y si por el señor
don Quijote no somos remediadas, con barbas nos llevarán a la sepultura.
-Yo me pelaría las mías -dijo don Quijote- en tierra de moros, si no
remediase las vuestras.
A este punto volvió de su desmayo la Trifaldi y dijo:
-El retintín desa promesa, valeroso caballero, en medio de mi desmayo llegó
a mis oídos y ha sido parte para que yo dél vuelva y cobre todos mis
sentidos; y, así, de nuevo os suplico, andante ínclito y señor
indomable, vuestra graciosa promesa se convierta en obra.
-Por mí no quedará-; respondió don Quijote-. Ved, señora,
qué es lo que tengo de hacer, que el ánimo está muy pronto para
serviros.
-Es el caso -respondió la Dolorida- que desde aquí al reino de Candaya,
si se va por tierra, hay cinco mil leguas, dos más a menos; pero si se va
por el aire y por la línea recta, hay tres mil y docientas y veinte y siete.
Es también de saber que Malambruno me dijo que cuando la suerte me deparase
al caballero nuestro libertador, que él le enviaría una cabalgadura
harto mejor y con menos malicias que las que son de retorno, porque ha de ser aquel
mesmo caballo de madera sobre quien llevó el valeroso Pierres robada a la
linda Magalona, el cual caballo se rige por una clavija que tiene en la frente, que
le sirve de freno, y vuela por el aire con tanta ligereza, que parece que los mesmos
diablos le llevan. Este tal caballo, según es tradición antigua, fue
compuesto por aquel sabio Merlín; prestósele a Pierres, que era su
amigo, con el cual hizo grandes viajes y robó, como se ha dicho, a la linda
Magalona, llevándola a las ancas por el aire, dejando embobados a cuantos
desde la tierra los miraban; y no le prestaba sino a quien él quería
o mejor se lo pagaba; y desde el gran Pierres hasta ahora no sabemos que haya subido
alguno en él. De allí le ha sacado Malambruno con sus artes, y le tiene
en su poder, y se sirve dél en sus viajes, que los hace por momentos por diversas
partes del mundo, y hoy está aquí y mañana en Francia y otro
día en Potosí; y es lo bueno que el tal caballo ni come ni duerme ni
gasta herraduras, y lleva un portante por los aires sin tener alas, que el que lleva
encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota,
según camina llano y reposado, por lo cual la linda Magalona se holgaba mucho
de andar caballera en él.
A esto dijo Sancho:
-Para andar reposado y llano, mi rucio, puesto que no anda por los aires; pero por
la tierra, yo le cutiré con cuantos portantes hay en el mundo.
Riéronse todos, y la Dolorida prosiguió:
-Y este tal caballo, si es que Malambruno quiere dar fin a nuestra desgracia, antes
que sea media hora entrada la noche estará en nuestra presencia, porque él
me significó que la señal que me daría por donde yo entendiese
que había hallado el caballero que buscaba sería enviarme el caballo
donde fuese con comodidad y presteza.
-¿Y cuántos caben en ese caballo? -preguntó Sancho.
La Dolorida respondió:
-Dos personas, la una en la silla y la otra en las ancas, y por la mayor parte estas
tales dos personas son caballero y escudero, cuando falta alguna robada doncella.
-Querría yo saber, señora Dolorida -dijo Sancho-, qué nombre
tiene ese caballo.
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belerofonte, que
se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como
el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el
de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni Pirítoo,
como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo
en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la
batalla donde perdió la vida y el reino.
-Yo apostaré -dijo Sancho- que pues no le han dado ninguno desos famosos nombres
de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado el de mi amo, Rocinante,
que en ser propio excede a todos los que se han nombrado.
-Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra
mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con
el ser de leño y con la clavija que trae en la frente y con la ligereza con
que camina; y, así, en cuanto al nombre bien puede competir con el famoso
Rocinante.
-No me descontenta el nombre -replicó Sancho-; pero ¿con qué
freno o con qué jáquima se gobierna?
-Ya he dicho -respondió la Trifaldi- que con la clavija, que volviéndola
a una parte o a otra el caballero que va encima le hace caminar como quiere, o ya
por los aires, o ya rastreando y casi barriendo la tierra, o por el medio, que es
el que se busca y se ha de tener en todas las acciones bien ordenadas.
-Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo de subir
en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno
es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que
la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin
cojín ni almohada alguna! Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas
a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento, que yo no pienso
acompañar a mi señor en tan largo viaje. Cuanto más que yo no
debo de hacer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto
de mi señora Dulcinea.
-Sí sois, amigo -respondió la Trifaldi-, y tanto, que sin vuestra presencia
entiendo que no haremos nada.
-¡Aquí del rey! -dijo Sancho-. ¿Qué tienen que ver los
escuderos con las aventuras de sus señores? ¿Hanse de llevar ellos
la fama de las que acaban y hemos de llevar nosotros el trabajo? ¡Cuerpo de
mí! Aun si dijesen los historiadores «El tal caballero acabó
la tal y tal aventura, pero con ayuda de fulano su escudero, sin el cual fuera imposible
el acabarla...». Pero ¡que escriban a secas «Don Paralipómenon
de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos », sin
nombrar la persona de su escudero, que se halló presente a todo, como si no
fuera en el mundo! Ahora, señores, vuelvo a decir que mi señor se puede
ir solo, y buen provecho le haga, que yo me quedaré aquí en compañía
de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejorada
la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto, porque pienso en los ratos
ociosos y desocupados darme una tanda de azotes, que no me la cubra pelo.
-Con todo eso, le habéis de acompañar si fuere necesario, buen Sancho,
porque os lo rogarán buenos, que no han de quedar por vuestro inútil
temor tan poblados los rostros destas señoras, que cierto sería mal
caso.
-¡Aquí del rey otra vez! -replicó Sancho-. Cuando esta caridad
se hiciera por algunas doncellas recogidas o por algunas niñas de la doctrina,
pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo; pero que lo sufra por quitar las
barbas a dueñas, ¡mal año!, mas que las viese yo a todas con
barbas, desde la mayor hasta la menor y de la más melindrosa hasta la más
repulgada.
-Mal estáis con las dueñas, Sancho amigo -dijo la duquesa-, mucho os
vais tras la opinión del boticario toledano; pues a fe que no tenéis
razón, que dueñas hay en mi casa que pueden ser ejemplo de dueñas,
que aquí está mi doña Rodríguez, que no me dejará
decir otra cosa.
-Mas que la diga Vuestra Excelencia -dijo Rodríguez-, que Dios sabe la verdad
de todo, y buenas o malas, barbadas o lampiñas que seamos las dueñas,
también nos parió nuestras madres como a las otras mujeres; y pues
Dios nos echó en el mundo, Él sabe para qué, y a su misericordia
me atengo, y no a las barbas de nadie.
-Ahora bien, señora Rodríguez -dijo don Quijote-, y señora Trifaldi
y compañía, yo espero en el cielo que mirará con buenos ojos
vuestras cuitas y que Sancho hará lo que yo le mandare. ¡Ya viniese
Clavileño y ya me viese con Malambruno!, que yo sé que no habría
navaja que con más facilidad rapase a vuestras mercedes como mi espada raparía
de los hombros la cabeza de Malambruno; que Dios sufre a los malos, pero no para
siempre.
-¡Ay! -dijo a esta sazón la Dolorida-, con benignos ojos miren a vuestra
grandeza, valeroso caballero, todas las estrellas de las regiones celestes, e infundan
en vuestro ánimo toda prosperidad y valentía para ser escudo y amparo
del vituperoso y abatido género dueñesco, abominado de boticarios,
murmurado de escuderos y socaliñado de pajes, que mal haya la bellaca que
en la flor de su edad no se metió primero a ser monja que a dueña.
¡Desdichadas de nosotras las dueñas, que aunque vengamos por línea
recta, de varón en varón, del mismo Héctor el troyano, no dejarán
de echaros un vos nuestras señoras, si pensasen por ello ser reinas!
¡Oh gigante Malambruno, que, aunque eres encantador, eres certísimo
en tus promesas!, envíanos ya al sin par Clavileño, para que nuestra
desdicha se acabe; que si entra el calor y estas nuestras barbas duran, ¡guay
de nuestra ventura!
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas
de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso
en su corazón de acompañar a su señor hasta las últimas
partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables
rostros. |