De la sabrosa plática que la duquesa y sus
doncellas pasaron con Sancho Panza, digna de que se lea y de que se note
Cuenta, pues, la historia, que Sancho no durmió aquella siesta, sino que,
por cumplir su palabra, vino en comiendo a ver a la duquesa, la cual, con el gusto
que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja,
aunque Sancho, de puro bien criado, no quería sentarse; pero la duquesa le
dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas
cosas merecía el mismo escaño del Cid Ruy Díaz Campeador.
Encogió Sancho los hombros, obedeció y sentóse, y todas las
doncellas y dueñas de la duquesa le rodearon atentas, con grandísimo
silencio, a escuchar lo que diría; pero la duquesa fue la que habló
primero, diciendo:
-Ahora que estamos solos y que aquí no nos oye nadie, querría yo que
el señor gobernador me asolviese ciertas dudas que tengo, nacidas de la historia
que del gran don Quijote anda ya impresa. Una de las cuales dudas es que pues el
buen Sancho nunca vio a Dulcinea, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, ni
le llevó la carta del señor don Quijote, porque se quedó en
el libro de memoria en Sierra Morena, cómo se atrevió a fingir la respuesta
y aquello de que la halló ahechando trigo, siendo todo burla y mentira, y
tan en daño de la buena opinión de la sin par Dulcinea, y cosas todas
que no vienen bien con la calidad y fidelidad de los buenos escuderos.
A estas razones, sin responder con alguna, se levantó Sancho de la silla,
y con pasos quedos, el cuerpo agobiado y el dedo puesto sobre los labios, anduvo
por toda la sala levantando los doseles; y luego esto hecho, se volvió a sentar
y dijo:
-Ahora, señora mía, que he visto que no nos escucha nadie de solapa,
fuera de los circunstantes, sin temor ni sobresalto responderé a lo que se
me ha preguntado y a todo aquello que se me preguntare. Y lo primero que digo es
que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas
veces dice cosas que a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escuchan, son tan
discretas y por tan buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría
decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo a mí
se me ha asentado que es un mentecato. Pues como yo tengo esto en el magín,
me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la
respuesta de la carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún
no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora
doña Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo
más verdad que por los cerros de Úbeda.
Rogóle la duquesa que le contase aquel encantamento o burla, y Sancho se
lo contó todo del mesmo modo que había pasado, de que no poco gusto
recibieron los oyentes; y prosiguiendo en su plática, dijo la duquesa:
-De lo que el buen Sancho me ha contado me anda brincando un escrúpulo en
el alma, y un cierto susurro llega a mis oídos, que me dice: «Pues don
Quijote de la Mancha es loco, menguado y mentecato, y Sancho Panza su escudero lo
conoce, y, con todo eso, le sirve y le sigue y va atenido a las vanas promesas suyas,
sin duda alguna debe de ser él más loco y tonto que su amo; y siendo
esto así, como lo es, mal contado te será, señora duquesa, si
al tal Sancho Panza le das ínsula que gobierne, porque el que no sabe gobernarse
a sí ¿cómo sabrá gobernar a otros?».
-Par Dios, señora -dijo Sancho-, que ese escrúpulo viene con parto
derecho; pero dígale vuesa merced que hable claro, o como quisiere, que yo
conozco que dice verdad, que si yo fuera discreto, días ha que había
de haber dejado a mi amo. Pero esta fue mi suerte y esta mi malandanza: no puedo
más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole
bien, es agradecido, diome sus pollinos, y, sobre todo, yo soy fiel, y, así,
es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón.
Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno,
de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en
pro de mi conciencia, que, maguera tonto, se me entiende aquel refrán de «por
su mal le nacieron alas a la hormiga», y aun podría ser que se fuese
más aína Sancho escudero al cielo que no Sancho gobernador. Tan buen
pan hacen aquí como en Francia, y de noche todos los gatos son pardos, y asaz
de desdichada es la persona que a las dos de la tarde no se ha desayunado, y no hay
estómago que sea un palmo mayor que otro, el cual se puede llenar, como suele
decirse, de paja y de heno; y las avecitas del campo tienen a Dios por su proveedor
y despensero, y más calientan cuatro varas de paño de Cuenca que otras
cuatro de límiste de Segovia, y al dejar este mundo y meternos la tierra adentro
por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero, y no ocupa más
pies de tierra el cuerpo del papa que el del sacristán, aunque sea más
alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo todos nos ajustamos y encogemos,
o nos hacen ajustar y encoger, mal que nos pese y a buenas noches. Y torno a decir
que si vuestra señoría no me quisiere dar la ínsula por tonto,
yo sabré no dárseme nada por discreto; y yo he oído decir que
detrás de la cruz está el diablo, y que no es oro todo lo que reluce,
y que de entre los bueyes, arados y coyundas sacaron al labrador Bamba para ser rey
de España, y de entre los brocados, pasatiempos y riquezas sacaron a Rodrigo
para ser comido de culebras, si es que las trovas de los romances antiguos no mienten.
-¡Y cómo que no mienten! -dijo a esta sazón doña Rodríguez
la dueña, que era una de las escuchantes-, que un romance hay que dice que
metieron al rey Rodrigo vivo vivo en una tumba llena de sapos, culebras y lagartos,
y que de allí a dos días dijo el rey desde dentro de la tumba, con
voz doliente y baja:
Ya me comen, ya me comen
por do más pecado había;
y según esto mucha razón tiene este señor en decir que quiere
más ser labrador que rey, si le han de comer sabandijas.
No pudo la duquesa tener la risa oyendo la simplicidad de su dueña, ni dejó
de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho, a quien dijo:
-Ya sabe el buen Sancho que lo que una vez promete un caballero procura cumplirlo,
aunque le cueste la vida. El duque mi señor y marido, aunque no es de los
andantes, no por eso deja de ser caballero, y, así, cumplirá la palabra
de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia del mundo. Esté
Sancho de buen ánimo, que cuando menos lo piense se verá sentado en
la silla de su ínsula y en la de su estado, y empuñará su gobierno,
que con otro de brocado de tres altos lo deseche. Lo que yo le encargo es que mire
cómo gobierna sus vasallos, advirtiendo que todos son leales y bien nacidos.
-Eso de gobernarlos bien -respondió Sancho- no hay para qué encargármelo,
porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres, y
a quien cuece y amasa, no le hurtes hogaza; y para mi santiguada que no me han de
echar dado falso: soy perro viejo y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme
a sus tiempos, y no consiento que me anden musarañas ante los ojos, porque
sé dónde me aprieta el zapato; dígolo porque los buenos tendrán
conmigo mano y concavidad, y los malos, ni pie ni entrada. Y paréceme a mí
que en esto de los gobiernos todo es comenzar, y podría ser que a quince días
de gobernador me comiese las manos tras el oficio y supiese más dél
que de la labor del campo, en que me he criado.
-Vos tenéis razón, Sancho -dijo la duquesa-, que nadie nace enseñado,
y de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras. Pero volviendo a la
plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea,
tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación
que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era
Dulcinea, y que si su señor no la conocía, debía de ser por
estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor
don Quijote persiguen. Porque real y verdaderamente yo sé de buena parte que
la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que
el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado, y no hay
poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos; y sepa el
señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que
nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo pura y sencillamente, sin
enredos ni máquinas, y créame Sancho que la villana brincadora era
y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió,
y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá
Sancho del engaño en que vive.
-Bien puede ser todo eso -dijo Sancho Panza-, y agora quiero creer lo que mi amo
cuenta de lo que vio en la cueva de Montesinos, donde dice que vio a la señora
Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había
visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés,
como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se
puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo
que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía
creyese una cosa tan fuera de todo término. Pero, señora, no por esto
será bien que vuestra bondad me tenga por malévolo, pues no está
obligado un porro como yo a taladrar los pensamientos y malicias de los pésimos
encantadores: yo fingí aquello por escaparme de las riñas de mi señor
don Quijote, y no con intención de ofenderle; y si ha salido al revés,
Dios está en el cielo, que juzga los corazones.
-Así es la verdad -dijo la duquesa-, pero dígame agora Sancho qué
es esto que dice de la cueva de Montesinos, que gustaría saberlo.
Entonces Sancho Panza le contó punto por punto lo que queda dicho acerca de
la tal aventura. Oyendo lo cual la duquesa, dijo:
-Deste suceso se puede inferir que pues el gran don Quijote dice que vio allí
a la mesma labradora que Sancho vio a la salida del Toboso, sin duda es Dulcinea,
y que andan por aquí los encantadores muy listos y demasiadamente curiosos. |