Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa
del titerero, con las memorables adivinanzas del mono adivino
No se le cocía el pan a don Quijote, como suele decirse, hasta oír
y saber las maravillas prometidas del hombre condutor de las armas. Fuele a buscar
donde el ventero le había dicho que estaba, y hallóle y díjole
que en todo caso le dijese luego lo que le había de decir después acerca
de lo que le había preguntado en el camino. El hombre le respondió:
-Más despacio, y no en pie, se ha de tomar el cuento de mis maravillas: déjeme
vuestra merced, señor bueno, acabar de dar recado a mi bestia, que yo le diré
cosas que le admiren.
-No quede por eso -respondió don Quijote-, que yo os ayudaré a todo.
Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad
que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía;
y sentándose en un poyo, y don Quijote junto a él, teniendo por senado
y auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decir
desta manera:
-Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media
desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño
de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno,
y aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible.
Quince días serían pasados, según es pública voz y fama,
que el asno faltaba, cuando, estando en la plaza el regidor perdidoso, otro regidor
del mismo pueblo le dijo: «Dadme albricias, compadre; que vuestro jumento ha
parecido». «Yo os las mando, y buenas, compadre -respondió el
otro-, pero sepamos dónde ha parecido.» «En el monte -respondió
el hallador- le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco,
que era una compasión miralle. Quísele antecoger delante de mí
y traérosle, pero está ya tan montaraz y tan huraño, que cuando
llegué a él, se fue huyendo y se entró en lo más escondido
del monte. Si queréis que volvamos los dos a buscarle, dejadme poner esta
borrica en mi casa, que luego vuelvo.» «Mucho placer me haréis
-dijo el del jumento-, y yo procuraré pagároslo en la mesma moneda.»
Con estas circunstancias todas, y de la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan
todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso. En resolución,
los dos regidores, a pie y mano a mano, se fueron al monte, y llegando al lugar y
sitio donde pensaron hallar el asno, no le hallaron, ni pareció por todos
aquellos contornos, aunque más le buscaron. Viendo, pues, que no parecía,
dijo el regidor que le había visto al otro: «Mirad, compadre: una traza
me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este
animal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del
monte, y es que yo sé rebuznar maravillosamente, y si vos sabéis algún
tanto, dad el hecho por concluido». «¿Algún tanto decís,
compadre? -dijo el otro-. Por Dios, que no dé la ventaja a nadie, ni aun a
los mesmos asnos.» «Ahora lo veremos -respondió el regidor segundo-,
porque tengo determinado que os vais vos por una parte del monte y yo por otra, de
modo que le rodeemos y andemos todo, y de trecho en trecho rebuznaréis vos
y rebuznaré yo, y no podrá ser menos sino que el asno nos oya y nos
responda, si es que está en el monte.» A lo que respondió el
dueño del jumento: «Digo, compadre, que la traza es excelente y digna
de vuestro gran ingenio». Y, dividiéndose los dos según el acuerdo,
sucedió que casi a un mesmo tiempo rebuznaron, y cada uno engañado
del rebuzno del otro, acudieron a buscarse, pensando que ya el jumento había
parecido, y en viéndose, dijo el perdidoso: «¿Es posible, compadre,
que no fue mi asno el que rebuznó?». «No fue sino yo», respondió
el otro. «Ahora digo -dijo el dueño- que de vos a un asno, compadre,
no hay alguna diferencia, en cuanto toca al rebuznar, porque en mi vida he visto
ni oído cosa más propia.» «Esas alabanzas y encarecimiento
-respondió el de la traza- mejor os atañen y tocan a vos que a mí,
compadre, que por el Dios que me crió que podéis dar dos rebuznos de
ventaja al mayor y más perito rebuznador del mundo: porque el sonido que tenéis
es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y
apresurados; y, en resolución, yo me doy por vencido y os rindo la palma y
doy la bandera desta rara habilidad.» «Ahora digo -respondió el
dueño- que me tendré y estimaré en más de aquí
adelante, y pensaré que sé alguna cosa, pues tengo alguna gracia, que
puesto que pensara que rebuznaba bien, nunca entendí que llegaba al estremo
que decís.» «También diré yo ahora -respondió
el segundo- que hay raras habilidades perdidas en el mundo y que son mal empleadas
en aquellos que no saben aprovecharse dellas.» «Las nuestras -respondió
el dueño-, si no es en casos semejantes como el que traemos entre manos, no
nos pueden servir en otros, y aun en este plega a Dios que nos sean de provecho.»
Esto dicho, se tornaron a dividir y a volver a sus rebuznos, y a cada paso se engañaban
y volvían a juntarse, hasta que se dieron por contraseño que para entender
que eran ellos, y no el asno, rebuznasen dos veces, una tras otra. Con esto, doblando
a cada paso los rebuznos, rodearon todo el monte sin que el perdido jumento respondiese,
ni aun por señas. Mas ¿cómo había de responder el pobre
y mal logrado, si le hallaron en lo más escondido del bosque comido de lobos?
Y en viéndole, dijo su dueño: «Ya me maravillaba yo de que él
no respondía, pues a no estar muerto, él rebuznara si nos oyera, o
no fuera asno; pero a trueco de haberos oído rebuznar con tanta gracia, compadre,
doy por bien empleado el trabajo que he tenido en buscarle, aunque le he hallado
muerto». «En buena mano está, compadre -respondió el otro-,
pues si bien canta el abad, no le va en zaga el monacillo.» Con esto,
desconsolados y roncos se volvieron a su aldea, adonde contaron a sus amigos, vecinos
y conocidos cuanto les había acontecido en la busca del asno, exagerando el
uno la gracia del otro en el rebuznar, todo lo cual se supo y se estendió
por los lugares circunvecinos; y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar
y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento
y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos,
en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con
el rebuzno de nuestros regidores. Dieron en ello los muchachos, que fue dar en manos
y en bocas de todos los demonios del infierno, y fue cundiendo el rebuzno de en uno
en otro pueblo de manera, que son conocidos los naturales del pueblo del rebuzno
como son conocidos y diferenciados los negros de los blancos; y ha llegado a tanto
la desgracia desta burla, que muchas veces con mano armada y formado escuadrón
han salido contra los burladores los burlados a darse la batalla, sin poderlo remediar
rey ni roque, ni temor ni vergüenza. Yo creo que mañana o esotro día
han de salir en campaña los de mi pueblo, que son los del rebuzno, contra
otro lugar que está a dos leguas del nuestro, que es uno de los que más
nos persiguen; y por salir bien apercebidos, llevo compradas estas lanzas y alabardas
que habéis visto. Y estas son las maravillas que dije que os había
de contar, y si no os lo han parecido, no sé otras.
Y con esto dio fin a su plática el buen hombre, y en esto entró por
la puerta de la venta un hombre todo vestido de camuza, medias, greguescos y jubón,
y con voz levantada dijo:
-Señor huésped, ¿hay posada? Que viene aquí el mono adivino
y el retablo de la libertad de Melisendra.
-¡Cuerpo de tal -dijo el ventero-, que aquí está el señor
mase Pedro! Buena noche se nos apareja.
Olvidábaseme de decir como el tal mase Pedro traía cubierto el ojo
izquierdo y casi medio carrillo con un parche de tafetán verde, señal
que todo aquel lado debía de estar enfermo. Y el ventero prosiguió,
diciendo:
-Sea bien venido vuestra merced, señor mase Pedro. ¿Adónde está
el mono y el retablo, que no los veo?
-Ya llegan cerca -respondió el todo camuza-, sino que yo me he adelantado,
a saber si hay posada.
-Al mismo duque de Alba se la quitara para dársela al señor mase Pedro
-respondió el ventero-: llegue el mono y el retablo, que gente hay esta noche
en la venta que pagará el verle y las habilidades del mono.
-Sea en buen hora-respondió el del parche-, que yo moderaré el precio,
y con sola la costa me daré por bien pagado; y yo vuelvo, a hacer que camine
la carreta donde viene el mono y el retablo.
Y luego se volvió a salir de la venta.
Preguntó luego don Quijote al ventero qué mase Pedro era aquel y qué
retablo y qué mono traía. A lo que respondió el ventero:
-Este es un famoso titerero, que ha muchos días que anda por esta Mancha de
Aragón enseñando un retablo de la libertad de Melisendra, dada por
el famoso don Gaiferos, que es una de las mejores y más bien representadas
historias que de muchos años a esta parte en este reino se han visto. Trae
asimismo consigo un mono de la más rara habilidad que se vio entre monos ni
se imaginó entre hombres, porque, si le preguntan algo, está atento
a lo que le preguntan y luego salta sobre los hombros de su amo y, llegándosele
al oído, le dice la respuesta de lo que le preguntan, y maese Pedro la declara
luego; y de las cosas pasadas dice mucho más que de las que están por
venir, y aunque no todas veces acierta en todas, en las más no yerra, de modo
que nos hace creer que tiene el diablo en el cuerpo. Dos reales lleva por cada pregunta,
si es que el mono responde, quiero decir, si responde el amo por él, después
de haberle hablado al oído; y, así, se cree que el tal maese Pedro
está riquísimo, y es hombre galante, como dicen en Italia, y bon
compaño, y dase la mejor vida del mundo: habla más que seis y bebe
más que doce, todo a costa de su lengua y de su mono y de su retablo.
En esto, volvió maese Pedro, y en una carreta venía el retablo, y el
mono, grande y sin cola, con las posaderas de fieltro, pero no de mala cara; y apenas
le vio don Quijote, cuando le preguntó:
-Dígame vuestra merced, señor adivino: ¿qué peje pillamo?
¿Qué ha de ser de nosotros? Y vea aquí mis dos reales.
Y mandó a Sancho que se los diese a maese Pedro, el cual respondió
por el mono y dijo:
-Señor, este animal no responde ni da noticia de las cosas que están
por venir; de las pasadas sabe algo, y de las presentes, algún tanto.
-¡Voto a Rus -dijo Sancho-, no dé yo un ardite porque me digan lo que
por mí ha pasado!, porque ¿quién lo puede saber mejor que yo
mesmo?, y pagar yo porque me digan lo que sé sería una gran necedad;
pero pues sabe las cosas presentes, he aquí mis dos reales, y dígame
el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza y en
qué se entretiene.
No quiso tomar maese Pedro el dinero, diciendo:
-No quiero recebir adelantados los premios, sin que hayan precedido los servicios.
Y dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se
le puso el mono en él, y llegando la boca al oído daba diente con diente
muy apriesa; y habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro
brinco se puso en el suelo, y al punto, con grandísima priesa, se fue maese
Pedro a poner de rodillas ante don Quijote y, abrazándole las piernas, dijo:
-Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos colunas de Hércules,
¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería,
oh no jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo
de los desmayados, arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo
y consuelo de todos los desdichados!
Quedó pasmado don Quijote, absorto Sancho, suspenso el primo, atónito
el paje, abobado el del rebuzno, confuso el ventero, y, finalmente, espantados todos
los que oyeron las razones del titerero, el cual prosiguió diciendo: |