De la estraña aventura que le sucedió
al valeroso don Quijote con el carro o carreta de«Las Cortes de la Muerte»
Pensativo además iba don Quijote por su camino adelante, considerando
la mala burla que le habían hecho los encantadores volviendo a su señora
Dulcinea en la mala figura de la aldeana, y no imaginaba qué remedio tendría
para volverla a su ser primero; y estos pensamientos le llevaban tan fuera de sí,
que sin sentirlo soltó las riendas a Rocinante, el cual, sintiendo la libertad
que se le daba, a cada paso se detenía a pacer la verde yerba de que aquellos
campos abundaban. De su embelesamiento le volvió Sancho Panza, diciéndole:
-Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres,
pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se
reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte,
y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes.
¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es este? ¿Estamos
aquí o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay
en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos
los encantos y transformaciones de la tierra.
-Calla, Sancho -respondió don Quijote con voz no muy desmayada-. Calla, digo,
y no digas blasfemias contra aquella encantada señora, que de su desgracia
y desventura yo solo tengo la culpa: de la invidia que me tienen los malos ha nacido
su mala andanza.
-Así lo digo yo -respondió Sancho-: quien la vido y la vee ahora, ¿cuál
es el corazón que no llora?
-Eso puedes tú decir bien, Sancho -replicó don Quijote-, pues la viste
en la entereza cabal de su hermosura, que el encanto no se estendió a turbarte
la vista ni a encubrirte su belleza: contra mí solo y contra mis ojos se endereza
la fuerza de su veneno. Mas, con todo esto, he caído, Sancho, en una cosa,
y es que me pintaste mal su hermosura: porque, si mal no me acuerdo, dijiste que
tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo
que de dama; y, a lo que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes esmeraldas,
rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven de cejas; y esas perlas quítalas
de los ojos y pásalas a los dientes, que sin duda te trocaste, Sancho, tomando
los ojos por los dientes.
-Todo puede ser -respondió Sancho-, porque también me turbó
a mí su hermosura como a vuesa merced su fealdad. Pero encomendémoslo
todo a Dios, que Él es el sabidor de las cosas que han de suceder en este
valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos, donde apenas se halla cosa
que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería. De una cosa me
pesa, señor mío, más que de otras, que es pensar qué
medio se ha de tener cuando vuesa merced venza a algún gigante o otro caballero
y le mande que se vaya a presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea:
¿adónde la ha de hallar este pobre gigante o este pobre y mísero
caballero vencido? Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes,
buscando a mi señora Dulcinea, y aunque la encuentren en mitad de la calle
no la conocerán más que a mi padre.
-Quizá, Sancho -respondió don Quijote-, no se estenderá el encantamento
a quitar el conocimiento de Dulcinea a los vencidos y presentados gigantes y caballeros;
y en uno o dos de los primeros que yo venza y le envíe haremos la experiencia
si la ven o no, mandándoles que vuelvan a darme relación de lo que
acerca desto les hubiere sucedido.
-Digo, señor -replicó Sancho-, que me ha parecido bien lo que vuesa
merced ha dicho, y que con ese artificio vendremos en conocimiento de lo que deseamos,
y si es que ella a solo vuesa merced se encubre, la desgracia más será
de vuesa merced que suya; pero como la señora Dulcinea tenga salud y contento,
nosotros por acá nos avendremos y lo pasaremos lo mejor que pudiéremos,
buscando nuestras aventuras y dejando al tiempo que haga de las suyas, que él
es el mejor médico destas y de otras mayores enfermedades.
Responder quería don Quijote a Sancho Panza, pero estorbóselo una carreta
que salió al través del camino cargada de los más diversos y
estraños personajes y figuras que pudieron imaginarse. El que guiaba las mulas
y servía de carretero era un feo demonio. Venía la carreta descubierta
al cielo abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció a los
ojos de don Quijote fue la de la misma Muerte, con rostro humano; junto a ella venía
un ángel con unas grandes y pintadas alas; al un lado estaba un emperador
con una corona, al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muerte estaba el
dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco, carcaj y saetas.
Venía también un caballero armado de punta en blanco, excepto que no
traía morrión ni celada, sino un sombrero lleno de plumas de diversas
colores. Con estas venían otras personas de diferentes trajes y rostros. Todo
lo cual visto de improviso, en alguna manera alborotó a don Quijote y puso
miedo en el corazón de Sancho; mas luego se alegró don Quijote, creyendo
que se le ofrecía alguna nueva y peligrosa aventura, y con este pensamiento,
y con ánimo dispuesto de acometer cualquier peligro, se puso delante de la
carreta y con voz alta y amenazadora dijo:
-Carretero, cochero o diablo, o lo que eres, no tardes en decirme quién eres,
a dó vas y quién es la gente que llevas en tu carricoche, que más
parece la barca de Carón que carreta de las que se usan.
A lo cual, mansamente, deteniendo el Diablo la carreta, respondió:
-Señor, nosotros somos recitantes de la compañía de Angulo el
Malo. Hemos hecho en un lugar que está detrás de aquella loma, esta
mañana, que es la octava del Corpus, el auto de Las Cortes de la Muerte,
y hémosle de hacer esta tarde en aquel lugar que desde aquí se parece;
y por estar tan cerca y escusar el trabajo de desnudarnos y volvernos a vestir, nos
vamos vestidos con los mesmos vestidos que representamos. Aquel mancebo va de Muerte;
el otro, de Ángel; aquella mujer, que es la del autor, va de Reina; el otro,
de Soldado; aquel, de Emperador, y yo, de Demonio, y soy una de las principales figuras
del auto, porque hago en esta compañía los primeros papeles. Si otra
cosa vuestra merced desea saber de nosotros, pregúntemelo, que yo le sabré
responder con toda puntualidad, que, como soy demonio, todo se me alcanza.
-Por la fe de caballero andante -respondió don Quijote- que así como
vi este carro imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía, y ahora
digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.
Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo
en que pueda seros de provecho, que lo haré con buen ánimo y buen talante,
porque desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me
iban los ojos tras la farándula. |