Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza
tuvo con su señor don Quijote
-¡Ah -dijo Sancho-, cogido le tengo! Esto es lo que yo deseaba saber como al
alma y como a la vida. Venga acá, señor: ¿podría negar
lo que comúnmente suele decirse por ahí cuando una persona está
de mala voluntad: «No sé qué tiene fulano, que ni come, ni bebe,
ni duerme, ni responde a propósito a lo que le preguntan, que no parece sino
que está encantado»? De donde se viene a sacar que los que no comen,
ni beben, ni duermen, ni hacen las obras naturales que yo digo, estos tales están
encantados, pero no aquellos que tienen la gana que vuestra merced tiene, y que bebe
cuando se lo dan y come cuando lo tiene y responde a todo aquello que le preguntan.
-Verdad dices, Sancho -respondió don Quijote-, pero ya te he dicho que hay
muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen
mudado de unos en otros y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo
hago, aunque antes no lo hacían. De manera que contra el uso de los tiempos
no hay qué argüir ni de qué hacer consecuencias. Yo sé
y tengo para mí que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi
conciencia, que la formaría muy grande si yo pensase que no estaba encantado
y me dejase estar en esta jaula perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podría
dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la
hora de ahora precisa y estrema necesidad.
-Pues con todo eso -replicó Sancho- digo que para mayor abundancia y satisfación
sería bien que vuestra merced probase a salir desta cárcel, que yo
me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a sacarle della, y probase de nuevo
a subir sobre su buen Rocinante, que también parece que va encantado, según
va de malencólico y triste, y, hecho esto, probásemos otra vez la suerte
de buscar más aventuras; y si no nos sucediese bien, tiempo nos queda para
volvernos a la jaula, en la cual prometo a ley de buen y leal escudero de encerrarme
juntamente con vuestra merced, si acaso fuere vuestra merced tan desdichado, o yo
tan simple, que no acierte a salir con lo que digo.
-Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano -replicó don Quijote-,
y cuando tú veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedeceré
en todo y por todo; pero tú, Sancho, verás como te engañas en
el conocimiento de mi desgracia.
En estas pláticas se entretuvieron el caballero andante y el malandante escudero,
hasta que llegaron donde ya apeados los aguardaban el cura, el canónigo y
el barbero. Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero y dejólos
andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a
quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan
advertidos y discretos como su escudero; el cual rogó al cura que permitiese
que su señor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir,
no iría tan limpia aquella prisión como requiría la decencia
de un tal caballero como su amo. Entendióle el cura y dijo que de muy buena
gana haría lo que le pedía, si no temiera que en viéndose su
señor en libertad había de hacer de las suyas y irse donde jamás
gentes le viesen.
-Yo le fío de la fuga -respondió Sancho.
-Y yo y todo -dijo el canónigo-, y más si él me da la palabra
como caballero de no apartarse de nosotros hasta que sea nuestra voluntad.
-Sí doy -respondió don Quijote, que todo lo estaba escuchando-, cuanto
más que el que está encantado, como yo, no tiene libertad para hacer
de su persona lo que quisiere, porque el que le encantó le puede hacer que
no se mueva de un lugar en tres siglos, y si hubiere huido, le hará volver
en volandas. -Y que, pues esto era así, bien podían soltalle, y más
siendo tan en provecho de todos; y del no soltalle les protestaba que no podía
dejar de fatigalles el olfato, si de allí no se desviaban.
Tomóle la mano el canónigo, aunque las tenía atadas, y debajo
de su buena fe y palabra le desenjaularon, de que él se alegró infinito
y en grande manera de verse fuera de la jaula; y lo primero que hizo fue estirarse
todo el cuerpo y luego se fue donde estaba Rocinante y, dándole dos palmadas
en las ancas, dijo:
-Aún espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos,
que presto nos hemos de ver los dos cual deseamos: tú, con tu señor
a cuestas; y yo, encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echó
al mundo.
Y diciendo esto don Quijote, se apartó con Sancho en remota parte, de donde
vino más aliviado y con más deseos de poner en obra lo que su escudero
ordenase.
Mirábalo el canónigo, y admirábase de ver la estrañeza
de su grande locura y de que en cuanto hablaba y respondía mostraba tener
bonísimo entendimiento: solamente venía a perder los estribos, como
otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería. Y así,
movido de compasión, después de haberse sentado todos en la verde yerba
para esperar el repuesto del canónigo, le dijo:
-¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced
la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto
el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez,
tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? ¿Y
cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender
que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises y aquella turbamulta de tanto
famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto
palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos
gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos, tantas
batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas
princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete,
tanto requiebro, tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados
casos como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir
que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son
todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigo en la
cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él
en el fuego, si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena,
por ser falsos y embusteros y fuera del trato que pide la común naturaleza,
y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión
que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como
contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios
de los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con
vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso
encerrarle en una jaula y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva
algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él
dejando que le vean. ¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí
mismo y redúzgase al gremio de la discreción y sepa usar de la mucha
que el cielo fue servido de darle, empleando el felicísimo talento de su ingenio
en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su
honra! Y si todavía, llevado de su natural inclinación, quisiere leer
libros de hazañas y de caballerías, lea en la Sacra Escritura el de
los Jueces, que allí hallará verdades grandiosas y hechos tan verdaderos
como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un César, Roma; un Anibal, Cartago;
un Alejandro, Grecia; un conde Fernán González, Castilla; un Cid, Valencia;
un Gonzalo Fernández, Andalucía; un Diego García de Paredes,
Estremadura; un Garci Pérez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don
Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede
entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que
los leyeren. Esta sí será letura digna del buen entendimiento de vuestra
merced, señor don Quijote mío, de la cual saldrá erudito en
la historia, enamorado de la virtud, enseñado en la bondad, mejorado en las
costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardía, y todo esto, para
honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha, do, según he sabido, trae
vuestra merced su principio y origen.
Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canónigo,
y cuando vio que ya había puesto fin a ellas, después de haberle estado
un buen espacio mirando le dijo:
-Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se
ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el
mundo y que todos los libros de caballerías son falsos, mentirosos, dañadores
e inútiles para la república, y que yo he hecho mal en leerlos, y peor
en creerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la
durísima profesión de la caballería andante que ellos enseñan,
negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia,
ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas.
-Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va relatando -dijo a esta sazón
el canónigo.
A lo cual respondió don Quijote:
-Añadió también vuestra merced diciendo que me habían
hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome
en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de letura, leyendo
otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.
-Así es -dijo el canónigo. |