Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote
de las armas y las letras
Prosiguiendo don Quijote, dijo:
-Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más
rico el soldado, y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza,
porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o
a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia.
Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala
y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del
cielo, estando en la campaña rasa, con solo el aliento de su boca, que, como
sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra
toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche para restaurarse de
todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa,
jamás pecará de estrecha: que bien puede medir en la tierra los pies
que quisiere y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas.
Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de
su ejercicio: lléguese un día de batalla, que allí le pondrán
la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo que quizá
le habrá pasado las sienes o le dejará estropeado de brazo o pierna.
Y cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo,
podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba y que sea menester
que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor,
para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores,
si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por
la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda habéis de responder que
no tienen comparación ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se
podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es
al revés en los letrados, porque de faldas (que no quiero decir de mangas)
todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo
del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más
fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquellos
se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión,
y a estos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien
sirven, y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero
dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a
la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está
por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre
las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las
armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas,
y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las
armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas
se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades,
se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por
ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades,
los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión
que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios
y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta
se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras
le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones
de estómago y otras cosas a éstas adherentes, que en parte ya las tengo
referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo
lo que a el estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque
a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de
necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene
un soldado que, hallándose cercado en alguna fuerza y estando de posta o guarda
en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están
minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí
por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Solo lo que
puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie
con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo
improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad.
Y si este parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de
embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas
y trabadas no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de
tabla del espolón; y con todo esto, viendo que tiene delante de sí
tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería
se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo
que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno,
y con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le
incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería y procura pasar por tan
estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno
ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando
otro ocupa su mesmo lugar; y si este también cae en el mar, que como a enemigo
le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía
y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien
hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos
endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí
que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención,
con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero,
y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío
que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada
de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el
fuego al disparar de la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los
pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así,
considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio
de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque
aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo
pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión
de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo
lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré
más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he
puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.
Todo este largo preámbulo dijo don Quijote en tanto que los demás cenaban,
olvidándose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le había
dicho Sancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir
todo lo que quisiese. En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima
de ver que hombre que al parecer tenía buen entendimiento y buen discurso
en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente en tratándole
de su negra y pizmienta caballería. El cura le dijo que tenía mucha
razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él,
aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.
Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y en tanto que la ventera, su hija y
Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían
determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando
rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría
ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había
comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida. A lo cual respondió
el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le mandaba, y que solo temía
que el cuento no había de ser tal que les diese el gusto que él deseaba,
pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le contaría. El cura
y todos los demás se lo agradecieron, y de nuevo se lo rogaron; y él,
viéndose rogar de tantos, dijo que no eran menester ruegos adonde el mandar
tenía tanta fuerza.
-Y, así, estén vuestras mercedes atentos y oirán un discurso
verdadero a quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso
y pensado artificio suelen componerse.
Con esto que dijo hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grande silencio;
y él, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, con voz agradable
y reposada comenzó a decir desta manera: |