Donde se cuenta la novela del «Curioso impertinente»
En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana,
vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos,
que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocían «los
dos amigos» eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas
mismas costumbres, todo lo cual era bastante causa a que los dos con recíproca
amistad se correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado
a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sí los de
la caza; pero, cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos, por
seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos, por acudir a los de Anselmo, y
desta manera andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj
que así lo anduviese.
Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma
ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sí, que se determinó,
con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa hacía, de pedilla
por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución; y el que llevó
la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio, tan a gusto de su amigo,
que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila tan
contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al
cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido. Los primeros
días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario como
solía la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festejalle y regocijalle
con todo aquello que a él le fue posible; pero acabadas las bodas y sosegada
ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse
con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por parecerle a él (como es razón
que parezca a todos los que fueren discretos) que no se han de visitar ni continuar
las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros, porque
aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con
todo esto es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun
de los mesmos hermanos, cuanto más de los amigos.
Notó Anselmo la remisión de Lotario y formó dél quejas
grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de
ser parte para no comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho,
y que si, por la buena correspondencia que los dos tenían mientras él
fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados «los
dos amigos», que no permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra
ocasión alguna, que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que,
así, le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se
usase entre ellos, que volviese a ser señor de su casa y a entrar y salir
en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro
gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que, por
haber sabido ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver
en él tanta esquiveza.
A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para persuadille
volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia,
discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención
de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas
fuese Lotario a comer con él; y aunque esto quedó así concertado
entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más
convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estaba en más
que el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a
quien el cielo había concedido mujer hermosa tanto cuidado había de
tener qué amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su
mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas ni en los templos
ni en las fiestas públicas ni estaciones (cosas que no todas veces las han
de negar los maridos a sus mujeres), se concierta y facilita en casa de la amiga
o la parienta de quien más satisfación se tiene.
También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener
cada uno algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder
hiciese, porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer tiene
o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de hacer algunas
cosas que el hacellas o no le sería de honra o de vituperio, de lo cual siendo
del amigo advertido, fácilmente pondría remedio en todo. Pero ¿dónde
se hallará amigo tan discreto y tan leal y verdadero como aquí Lotario
le pide? No lo sé yo, por cierto. Solo Lotario era este, que con toda solicitud
y advertimiento miraba por la honra de su amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar
los días del concierto del ir a su casa, porque no pareciese mal al vulgo
ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre
y bien nacido, y de las buenas partes que él pensaba que tenía, en
la casa de una mujer tan hermosa como Camila; que puesto que su bondad y valor podía
poner freno a toda maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda
su crédito ni el de su amigo, y por esto los más de los días
del concierto los ocupaba y entretenía en otras cosas que él daba a
entender ser inexcusables. Así que en quejas del uno y disculpas del otro
se pasaban muchos ratos y partes del día.
Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera
de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones:
-Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo
de tales padres como fueron los míos y al darme no con mano escasa los bienes,
así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder
con agradecimiento que llegue al bien recebido y sobre al que me hizo en darme a
ti por amigo y a Camila por mujer propria, dos prendas que las estimo, si no en el
grado que debo, sí en el que puedo. Pues con todas estas partes, que suelen
ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más
despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo, porque no
sé qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño
y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo,
y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrillo de mis proprios
pensamientos, y así me ha sido posible salir con este secreto como si de industria
procurara decillo a todo el mundo. Y pues que en efeto él ha de salir a plaza,
quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que con él y con
la diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré
presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por
tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué
había de parar tan larga prevención o preámbulo, y aunque iba
revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que
a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y por salir
presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que
hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle
sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podía
prometer dél o ya consuelo para entretenellos o ya remedio para cumplillos.
-Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te hago
saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa,
es tan buena y tan perfeta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad si
no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad,
como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí, ¡oh amigo!,
que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella
sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas
y a las continuas importunidades de los solícitos amantes. Porque ¿qué
hay que agradecer -decía él- que una mujer sea buena si nadie le dice
que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que
no le dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que en
cogiéndola en la primera desenvoltura la ha de quitar la vida? Ansí
que la que es buena por temor o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella
estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la
corona del vencimiento. De modo que por estas razones, y por otras muchas que te
pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que
Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y quilate en el fuego
de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus deseos;
y si ella sale, como creo que saldrá, con la palma desta batalla, tendré
yo por sin igual mi ventura: podré yo decir que está colmo el vaso
de mis deseos, diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el Sabio
dice que «¿quién la hallará?». Y cuando esto suceda
al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión
llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa
experiencia. Y prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi
deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero,
¡oh amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta
obra de mi gusto, que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo
aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida
y desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua
empresa el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo
trance y rigor, sino a solo a tener por hecho lo que se ha de hacer, por buen respeto,
y, así, no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria
quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo
que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte. Así que si quieres que
yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa
batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi
deseo pide y con la confianza que nuestra amistad me asegura.
Estas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo tan
atento, que, si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no desplegó
sus labios hasta que hubo acabado; y viendo que no decía más, después
que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que jamás
hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo:
-No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas
que me has dicho, que, a pensar que de veras las decías, no consintiera que
tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda
imagino o que no me conoces o que yo no te conozco. Pero no, que bien sé que
eres Anselmo y tú sabes que yo soy Lotario: el daño está en
que yo pienso que no eres el Anselmo que solías y tú debes de haber
pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que
me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir
a aquel Lotario que tú conoces, porque los buenos amigos han de probar a sus
amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, «usque ad aras», que quiso
decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen contra Dios.
Pues si esto sintió un gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es
que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad
divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra, que pusiese aparte los respetos
del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas ligeras y de poco
momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime
tú ahora, Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en peligro,
para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides?
Ninguna, por cierto, antes me pides, según yo entiendo, que procure y solicite
quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente, porque si
yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues
el hombre sin honra peor es que un muerto; y siendo yo el instrumento, como tú
quieres que lo sea, de tanto mal tuyo, ¿no vengo a quedar deshonrado y, por
el mesmo consiguiente, sin vida? Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme
hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu
deseo, que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.
-Que me place -dijo Anselmo-, di lo que quisieres.
Y Lotario prosiguió diciendo: |