Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo
don Quijote en Sierra Morena
Y volviendo a contar lo que hizo el de la Triste Figura después que se vio
solo, dice la historia que así como don Quijote acabó de dar las tumbas
o vueltas de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho
se había ido sin querer aguardar a ver más sandeces, se subió
sobre una punta de una alta peña y allí tornó a pensar lo que
otras muchas veces había pensado sin haberse jamás resuelto en ello,
y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento:
imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís en las
malencónicas; y hablando entre sí mesmo decía:
-Si Roldán fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, ¿qué
maravilla, pues al fin era encantado, y no le podía matar nadie si no era
metiéndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y él traía
siempre los zapatos con siete suelas de hierro? Aunque no le valieron tretas contra
Bernardo del Carpio, que se las entendió y le ahogó entre los brazos
en Roncesvalles. Pero dejando en él lo de la valentía a una parte,
vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdió, por las señales
que halló en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de que Angélica
había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos
enrizados y paje de Agramante; y si él entendió que esto era verdad
y que su dama le había cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco.
Pero yo ¿cómo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasión
dellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osaré yo jurar que no ha visto en todos
los días de su vida moro alguno, ansí como él es, en su mismo
traje, y que se está hoy como la madre que la parió; y haríale
agravio manifiesto, si imaginando otra cosa della me volviese loco de aquel género
de locura de Roldán el furioso. Por otra parte, veo que Amadís de Gaula,
sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzó tanta fama de enamorado
como el que más, porque lo que hizo, según su historia, no fue más
de que por verse desdeñado de su señora Oriana, que le había
mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad, de que se
retiró a la Peña Pobre en compañía de un ermitaño,
y allí se hartó de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo
le acorrió en medio de su mayor cuita y necesidad. Y si esto es verdad, como
lo es, ¿para qué quiero yo tomar trabajo agora de desnudarme del todo,
ni dar pesadumbre a estos árboles, que no me han hecho mal alguno? Ni tengo
para qué enturbiar el agua clara destos arroyos, los cuales me han de dar
de beber cuando tenga gana. Viva la memoria de Amadís, y sea imitado de don
Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere, del cual se dirá lo que del otro
se dijo, que si no acabó grandes cosas, murió por acometellas; y si
yo no soy desechado ni desdeñado de Dulcinea del Toboso, bástame, como
ya he dicho, estar ausente della. Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria,
cosas de Amadís, y enseñadme por dónde tengo de comenzar a imitaros.
Mas ya sé que lo más que él hizo fue rezar y encomendarse a
Dios; pero ¿qué haré de rosario, que no le tengo?
En esto le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó
una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos,
el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario
el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías.
Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermitaño que
le confesase y con quien consolarse; y, así, se entretenía paseándose
por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles
y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en
alabanza de Dulcinea. Mas los que se pudieron hallar enteros y que se pudiesen leer
después que a él allí le hallaron no fueron más que estos
que aquí se siguen:
Árboles, yerbas y plantas
que en aqueste sitio estáis,
tan altos, verdes y tantas,
si de mi mal no os holgáis,
escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
aunque más terrible sea,
pues por pagaros escote
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea
del Toboso.
Es aquí el lugar adonde
el amador más leal
de su señora se esconde,
y ha venido a tanto mal
sin saber cómo o por dónde.
Tráele amor al estricote,
que es de muy mala ralea;
y, así, hasta henchir un pipote,
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea del Toboso.
Buscando las aventuras
por entre las duras peñas,
maldiciendo entrañas duras,
que entre riscos y entre breñas
halla el triste desventuras,
hirióle amor con su azote,
no con su blanda correa,
y en tocándole el cogote
aquí lloró don Quijote
ausencias de Dulcinea del Toboso.
No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura
«del Toboso» al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió
de imaginar don Quijote que si en nombrando a Dulcinea no decía también
«del Toboso», no se podría entender la copla; y así fue
la verdad, como él después confesó. Otros muchos escribió,
pero, como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio ni enteros más destas
tres coplas. En esto y en suspirar y en llamar a los faunos y silvanos de aquellos
bosques, a las ninfas de los ríos, a la dolorosa y húmida Eco, que
le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenía, y en buscar algunas
yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvía; que si como tardó
tres días, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara
tan desfigurado que no le conociera la madre que lo parió.
Y será bien dejalle envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo que
le avino a Sancho Panza en su mandadería. Y fue que en saliendo al camino
real se puso en busca del del Toboso, y otro día llegó a la venta donde
le había sucedido la desgracia de la manta, y no la hubo bien visto, cuando
le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque
llegó a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y llevar
en deseo de gustar algo caliente, que había grandes días que todo era
fiambre.
Esta necesidad le forzó a que llegase junto a la venta, todavía dudoso
si entraría o no. Y estando en esto salieron de la venta dos personas que
luego le conocieron; y dijo el uno al otro:
-Dígame, señor licenciado, aquel del caballo ¿no es Sancho Panza,
el que dijo el ama de nuestro aventurero que había salido con su señor
por escudero?
-Sí es -dijo el licenciado-, y aquel es el caballo de nuestro don Quijote.
Y conociéronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de su
mismo lugar y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros. Los cuales,
así como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante, deseosos de saber
de don Quijote, se fueron a él, y el cura le llamó por su nombre, diciéndole:
-Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo?
Conociólos luego Sancho Panza y determinó de encubrir el lugar y la
suerte donde y como su amo quedaba y, así, les respondió que su amo
quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia,
la cual él no podía descubrir, por los ojos que en la cara tenía.
-No, no -dijo el barbero-, Sancho Panza, si vos no nos decís dónde
queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habéis muerto y robado,
pues venís encima de su caballo. En verdad que nos habéis de dar el
dueño del rocín, o sobre eso, morena.
-No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato a
nadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo queda haciendo penitencia
en la mitad desta montaña, muy a su sabor.
Y luego de corrida y sin parar les contó de la suerte que quedaba, las aventuras
que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea
del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta
los hígados.
Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y aunque ya sabían
la locura de don Quijote y el género della, siempre que la oían se
admiraban de nuevo. Pidiéronle a Sancho Panza que les enseñase la carta
que llevaba a la señora Dulcinea del Toboso. Él dijo que iba escrita
en un libro de memoria y que era orden de su señor que la hiciese trasladar
en papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se la mostrase,
que él la trasladaría de muy buena letra. Metió la mano en el
seno Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le halló, ni le podía
hallar si le buscara hasta agora, porque se había quedado don Quijote con
él y no se le había dado, ni a él se le acordó de pedírsele.
Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro;
y tornándose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó a echar de
ver que no le hallaba, y sin más ni más se echó entrambos puños
a las barbas y se arrancó la mitad de ellas, y luego apriesa y sin cesar se
dio media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó
todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que qué
le había sucedido, que tan mal se paraba. |