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7. Friedrich Hölderlin,
el emisario de “los celestes”
7.1 La poesía como vocación: “fuego del cielo”
La tarea que Hölderlin (1770-1843) llevó a cabo a lo largo de toda
su vida y contra toda circunstancia, incluso en sus cuarenta años finales
de locura, fue la de poetizar. A ella se entregó con entusiasmo, como si de
una misión sagrada se tratara, atribuyéndose el papel de mensajero
de un mundo superior. Así creyó cumplir con su destino y con los dictados
de su naturaleza.
Su vocación de poeta ya la manifestó en su época juvenil, en
los años que pasó en el seminario de teología protestante de
Tübingen, con la composición de elegías y odas, a la manera de
Schiller, al que consideraba su maestro. Después de finalizados sus estudios,
su madre confía en que los esfuerzos de tantos años de privaciones,
darán su fruto y que le abrirán camino para un buen puesto civil (una
cátedra universitaria) o eclesiástico (una vicaría). Pero ese
muchacho “dulce y humilde”, en palabras de los que le conocieron, no está
dispuesto a admitir compromiso profesional alguno, a pesar de la tristeza que le
produce decepcionar a la madre. Desde el despertar de su vocación y hasta
los momentos finales de su vida, decide que su entrega a la poesía le exige
romper los ligámenes con lo “prosaico” de la existencia terrena, la vida vulgar
no merece ser vivida; a lo que desea entregar su vida toda es a lo “sublime” de su
vocación. Entre lo prosaico y lo sublime, entre la tierra y el cielo, se encuentra
suspendido el espíritu de Hölderlin.
Esta dicotomía será la primera a la que voy a referirme para tratar
de internarnos en su vida y su obra. A este primer par de nociones contrapuestas,
seguirán otras a lo largo de este escrito, porque las lecturas reiteradas
del inmenso poeta alemán me sugieren siempre juegos de fuerzas contrarias,
conceptos contrapuestos en armonía o discordia, alternancias, sustituciones,
intentos de reconciliación, nuevos desgarros. No se si ésta es la ley
oculta que gobierna su espíritu y su producción, pero me atrevo a proponerla
como llave hermenéutica, aún a sabiendas de que toda interpretación
de una obra de arte es siempre una tentativa parcial, precedida por otras, y a la
que seguirán otras nuevas, ya que el proceso de las interpretaciones es infinito
o está siempre infinitamente diferido.
Ante esta primera antinomia, Hölderlin no albergó nunca dudas acerca
de su elección. Eligió la vía sublime de su tarea sagrada, ya
que su espíritu deseaba conservarse “puro”, aunque ello le obligase a renunciar
a todo lo que la prosa del mundo ofrece a los hombres (trabajo remunerado, situación
social, familia y amor). Su compensación sería la de poder aproximarse
a lo divino, aunque ello entrañase un peligro, un peligro que él consideraba
purificador. Estar expuesto a “los rayos del dios” y “con la cabeza descubierta”
era la actitud exigida a su tarea de poeta. Los rayos del cielo es como llama Hölderlin
a lo que los griegos llamaron inspiración.
Hija del Caos sagrado, aquella
que todo lo crea, la inspiración
Estos versos pertenecen al himno que comienza: Como cuando en día de
fiesta... Vamos a adentrarnos en este poema en el que aparecen las ideas expuestas
con anterioridad. Los himnos están considerados, por la mayor parte de los
estudiosos de Hölderlin, como su obra tardía, a pesar de que los escribió
cuando sólo tenía treinta años. Tanto por los temas, como por
su composición métrica, los himnos surgen de las odas y las elegías,
que van tendiendo paulatinamente a la forma hímnica, y ocupan una posición
anterior a los llamados “poemas de la locura”. La forma métrica de este primer
himno, dividido en estrofas, está inspirada por el gran poeta griego Píndaro
Y es, como todos los himnos, un canto a la naturaleza y una invocación
a los dioses. Comienza así:
Como cuando en día de fiesta, a ver el campo
un labrador va, por la mañana, cuando
de la cálida noche refrescantes relámpagos han caído
sin cesar, y a lo lejos suena aún el trueno,
entra el río de nuevo en sus márgenes,
y fresco el suelo verdea,
y de la regocijante lluvia del cielo
la viña gotea y brillando
en el sereno sol se alzan los árboles del bosque:
así están ellos bajo un tiempo propicio
El ellos del último verso son los poetas. Con lo cual nos introducimos
en le tema del himno: la obra del poeta y la relación que mantiene con las
fuerzas de la Naturaleza. Para Hölderlin la Naturaleza es sagrada y también
lo es la palabra poética, como podemos deducir de la tercera estrofa:
¡Pero ya clarea! Yo lo esperaba y lo veía venir
y aquello que veía venir, ¡Sagrado!, que se me transforme en palabra
Los poetas siguen estando en tiempos favorables al alba (“pero ya clarea”), que ellos
presienten, su luz es sagrada e ilumina o inspira el espíritu del poeta. También
en la primera estrofa las fuerzas naturales eran benefactoras: “los relámpagos
refrescantes”, “la regocijante lluvia”. Pero en la misma tercera estrofa ya aparece
un punto de inflexión que avisa de un peligro: “La Naturaleza ya se ha despertado
con fragor de armas”. Que puede interpretarse como otra manera de actuar de la Naturaleza,
otra fuerza antagónica a la favorable (observemos una nueva contraposición),
que ahora puede ser peligrosa. Este podría ser el significado del término
“tempestades”, tema de las estrofas siguientes, que aparecen en el poema como “las
fuerzas de los dioses” que vagan siempre entre el cielo y la tierra, se transforman
en “pensamientos del espíritu común”, para terminar anidando como “un
fuego encendido en el alma de los poetas”. En relación con las tempestades
aparece el motivo, ya explícito en la séptima estrofa, del “fuego del
cielo”.
Y por ello beben ahora el fuego celeste
los hijos de la tierra, sin peligro.
Pero a nosotros nos corresponde, bajo la tormenta de dios,
¡oh poetas!, estar con la cabeza descubierta.
Aunque el tono de todo el himno es de un idealismo esperanzado, ya aparece la duda
de si el poeta será capaz de soportar el fuego divino. Indicios de ello vemos
en los versos en los que compara el origen de la poesía con el mito de Sémele,
madre de Dionisos, que cayó fulminada por los rayos de Zeus, al aparecérsele
éste en todo su esplendor. ¿Por qué? Porque ella se empeñó
en saber la identidad de su amante nocturno y velado, y a pesar de los avisos de
Zeus, insistió en verlo y fue reducida a cenizas por la potencia de sus rayos.
Con las siguientes palabras recrea Hölderlin el mito:
Así cayó, según dicen los poetas, cuando ella ansiaba
al dios visiblemente ver, su rayo cayó sobre la casa de Sémele
y la divinamente alcanzada alumbró
al fruto de la tormenta, al sagrado Baco.
¿Será este también el destino del poeta, que se expone, quizás
con insolencia, a las tempestades? La insolencia o la hybris del poeta, radicaría
en creerse de “corazón puro” e inocente como un niño, como dice en
versos posteriores, y con estas dos cualidades poder asir el rayo del padre con la
propia mano, y quedar incólume. Aparecería, entonces, una nueva antinomia
vivida en la interioridad del alma del poeta, una oscilación entre esperanza
y temor, relacionada con la consciencia de inocencia o, pudiera ser, de sacrilegio.
Para apoyar esta interpretación, nos referiremos, más adelante, a los
últimos versos del himno, que son un añadido posterior a la primera
publicación.
La cuestión ha sido controvertida , Heidegger, en su interpretación
del himno que estoy tratando de interpretar, a mi vez, no acepta este añadido
porque considera que el poema ya estaba acabado y era la “versión definitiva”.
Para él finaliza con estos versos:
........................
Ante las tempestades del dios, que se precipitan desde lo alto,
cuando se acerca, permanece firme, sin embargo, el corazón.
Para el filósofo alemán la palabra conductora del poema Como cuando
en día de fiesta... es la “Naturaleza, fuerza legendaria, cuyo origen
se remonta muy atrás” . Siguiendo esta directriz hace una serie de reflexiones
sobre la ’=Vp¬, cuyo sentido originario es “crecer”, “brotar”, “surgir”, para
concluir en la acepción de “brotar en lo abierto, encender esa iluminación”.
El concepto de lo abierto ya había aparecido en un escrito anterior
de Heidegger El origen de la obra de arte (1935) incluida en Caminos de
bosque en el que plantea que en medio de lo existente en conjunto (el bosque),
mora un sitio abierto, es un “claro de luz” y desde él salen despedidos los
entes. En ese medio claro acontece la “verdad” (±ªSPµp±)
del arte. Retomando esta idea, ahora lo abierto es la Naturaleza, sagrada, omnipresente
y poderosa, que educa a los poetas, por eso las tempestades de lo alto las interpreta
como “la claridad que enciende” y así “el cántico tiene la suerte de
salir bien”; es decir, lo Sagrado, ya sea la Naturaleza o los dioses “han perdido
peligrosidad para los hijos de la tierra” , por eso permanece firme su corazón.
En la interpretación que estoy proponiendo, no veo sólo indicios de
la idea de armonía del poeta con la Naturaleza, sino también de desgarros
y peligros. Oigamos los versos del añadido a los que aludíamos, que
en las versiones actuales que conozco aparecen siempre.
¡Pero ay de mí! si de...
¡Ay de mí!
Y aunque diga,
que me he acercado, a mirar a los celestiales,
y ellos mismos me arrojan a lo profundo entre los vivientes,
cual falso sacerdote, hacia la oscuridad, para que
entone a los que quieran aprender el canto de advertencia.
Dos lamentos elegíacos entrecortados: el primero, inconcluso, al segundo,
sin embargo, sigue una explicación. La proximidad de los dioses, el efecto
del rayo sagrado soportado con la cabeza descubierta, ¿es sacrilegio o impiedad?
Así parece, cuando advertimos que el poeta se llama a sí mismo falso
sacerdote, ya no intérprete o emisario de los celestes y habitante de
los espacios intermedios, suspendido entre la tierra el cielo. Ahora el poeta ha
caído en desgracia, (antes hemos hablado de hybris), ha sido arrojado
hacia lo profundo, hacia la oscuridad, y su tarea ha quedado reducida a una admonición,
un aviso para aquellos que quieran escucharlo. ¿Aprenderán los poetas
o lo tomarán como a una nueva Casandra y se desentenderán de su canto
de advertencia?
7.2 Entusiasmo y melancolía. Reconciliación y escisión
Hölderlin se ha asignado a sí mismo una misión heroica. Su
fuerza espiritual es el entusiasmo, la facultad de concentrar su espíritu
en el éxtasis o el arrebato, aún a sabiendas de que su “espíritu
ascensional” como lo denominaría Bachelard, puede arrojarlo al abismo. Dice
Stefan Zweig en un texto curioso, a medio camino entre el ensayo y la biografía
novelada, que no ha habido en Alemania una poesía tan ingrávida y alada
como la suya, ya que en su fogoso entusiasmo se elevaba y miraba siempre desde lo
alto y nunca aprendió a mirar el mundo tal como es. Ese mundo que él
canta es un mundo propio o interior, un armonioso más allá “ideal”
o patria del alma. El alma del poeta, como una flecha, se dispara hacia lo alto en
sus días y horas de inspiración, que las vive como el más feliz
y libre de los mortales. Pero una naturaleza como ésta debía estar
siempre en una peligrosa tensión, ya que cuando cae en momentos de inactividad
creativa, al precipitarse desde tan alto, no cae a lo prosaico de la existencia cotidiana
(que rechaza), sino en el sombrío abismo de la melancolía o enfermedad
del alma.
Pero el “cantor seraficus del idealismo” como le llama Hofmeister,
no trata de apartar de sí la melancolía, como hicieron otros dos poetas,
Leopardi o Byron, transmutándola en pesimismo mundano. Su piedad para con
el Todo, que es sagrado, le impide renunciar a la parte oscura de su alma en la que,
en ocasiones, asoman las tinieblas. ¿Es la alternancia de estados contrapuestos
la ley oculta de su espíritu y de su obra? Así parece, ya que podríamos
interpretar que esa melancolía, al igual que su entusiasmo, no proceden de
sucesos de la realidad exterior, sino que constituyen el núcleo de su espíritu,
en estado de hipersensibilidad permanente. Ambas brotan de su interioridad, de su
sí mismo, cortadas las amarras con la realidad exterior. Incluso en el episodio
de su relación con Diótima (trasunto de su amada Susanne Gontard, madre
de su pupilo) puede verse esta contraposición entre exaltación y desgarro.
Cuando la conoce, un sentimiento de afinidad, de hermandad espiritual le hacen pensar
que es posible vivir en la realidad el mismo estado de armonioso equilibrio que,
en ocasiones, vive en su poesía. Pero no sabemos por qué motivo se
despide del trabajo y a partir de entonces, e incluso después de su muerte,
la cantará en sus versos o en su novela Hyperión, con una infinita
añoranza.
Después del apunte biográfico, pasaremos a la obra de Hölderlin,
con el sustento de la reflexión filosófica. Vamos a recurrir a dos
conceptos, cuyo desarrollo fue tratado con anterioridad : escisión y
reconciliación, que aludían a una polémica entre ilustrados
y románticos. Los ilustrados estuvieron atentos a los acontecimientos
del mundo real, lo cual generó un pensamiento crítico con lo existente,
ya fuese en el orden político (antiguo régimen), en el filosófico
(filosofía cartesiana, o racionalismo en general) o en el social (desigualdades
y falta de libertad de la mayoría). El proyecto ilustrado de la humanidad
pretendió una revuelta contra las escisiones y desgarros de la “realidad”,
encarnados en la Revolución francesa y sus secuelas. La reacción de
los románticos, pasada una primera etapa revolucionaria, fue la de no soportar
los conflictos de la realidad y refugiarse en el territorio de lo “ideal”. La filosofía
de los románticos fue, pues, idealista y pretendió pensar la reconciliación
como sutura de las escisiones del mundo. Así Hegel habló de “superación”
desde la perspectiva del Espíritu absoluto, e igualmente Shelling, que sustenta
su idealismo transcendental en el acto supremo de la Autoconsciencia u “odisea del
Espíritu”. Su reflexión estética llegó a concebir el
arte como paradigma de toda unidad reconciliada.
¿Y el caso de Hölderlin? En su vida ya sabemos que oscilaba entre el
entusiasmo y la melancolía; en su obra aparecerá también una
alternancia entre la armonía reconciliada y otras fuerzas contrarias y disgregadoras.
Esta idea de la alternancia la denominé, en un escrito anterior , con el término
trágico. Este concepto aparece en un breve ensayo, Fundamento para
el Empédocles (1799) , en el que piensa una Naturaleza de carácter
trágico en la que se da siempre una lucha de fuerzas contrapuestas, mezcla
y disgregación de elementos. Las fuerzas que se alternan las denomina lo aórgico
y lo orgánico, términos de acuñación propia.
El imperio de lo aórgico se da cuando actúan las fuerzas disgregadoras,
lo orgánico tiende a la unificación. En La muerte de Empédocles,
a la que denomina “oda trágica” estas dos fuerzas contrapuestas que actúan
en la Naturaleza son: “el odio aniquilador y la concordia conciliadora”, de clara
filiación empedocleana. El filósofo griego de Agrigento, alter ego
de Hölderlin, por las razones que luego aduciré, pensó en
dos fuerzas: Oµpfø¬ (“odio”, “disgregación”, “discordia”)
y ’pªp± (“amistad”, “amor”) para describir el ciclo cósmico de
unificación y separación perpetua de los elementos.
El juego de fuerzas contrapuestas en el seno del Todo, que dan lugar a escisiones
y reconciliaciones, en alternancia constante, llevan a Hölderlin a la convicción
de que en cada época del mundo el dolor es inseparable del placer, la hostilidad
de la amistad más placentera; y cada estadio es siempre transitorio. Cree
vivir un tiempo dominado por lo aórgico y la discordia, pero confía
en tiempos futuros de sosiego. Los intervalos entre las épocas están
llenos de presagios y de signos de los celestes, que el poeta recoge y los transforma
en canto. Este es el caso de su himno Fiesta de la paz (1801) escrito, según
dicen sus intérpretes, para celebrar la paz firmada por Austria con Napoleón.
Los tiempos de bonanza, que él canta en su himno, aún no han llegado,
pero él como poeta, ya los presiente.
Reconciliadora, a la que nadie creía
ahora estás aquí, una figura amiga ante mí
adoptas, inmortal, pero lo elevado
yo reconozco
Pero esa paz, a la que alude veladamente, no es más que una utópica
esperanza, ya que sólo la alcanzará en algunos fragmentos de su poesía.
Para Hölderlin, esas fuerzas contrapuestas no actúan sólo en la
Naturaleza, e impregnan las épocas, sino que también en el interior
del alma del poeta hay conflictos entre fuerzas o estados de ánimo que se
suceden y suplantan los unos a los otros.
Esta alternancia de estados ha de reflejarse necesariamente en su obra. En el escrito
preparatorio para su oda trágica, ya citado, describe los que denomina “tonos
fundamentales” (o estados del espíritu) que deberán sucederse: el primero
es el de exaltación: “el más alto fuego”, “que ha traspasado su límite”
y “está por encima de la medida”. El tono que debe continuar en la oda es
el que describe como de “tranquila sensatez”. El tercer tono “es el ideal, que unifica
a los contrarios” y posteriormente una vuelta al principio ¿No podemos ver
aquí la que he llamado ley de la alternancia, formulada en las propias
palabras del “poeta del poeta” como denomina Heidegger a Hölderlin?
Finalmente, el paralelismo encontrado entre el alma del poeta alemán y su
interpretación de la del filósofo griego Empédocles, lo podemos
investigar a partir del concepto de =<¡p¬. Volvamos a los versos finales
añadidos del himno Como cuando en día de fiesta, al que hemos
tomado como eje del presente escrito. En ellos el poeta se sentía “cual falso
sacerdote” por haber perdido la gracia de los dioses y habíamos hablado de
su posible causa: “insolencia” o hybris. Pero aún cabe preguntarse
el porqué ha hecho irrupción, en el ánimo del poeta, la desesperación
y la desconfianza de poder soportar con la cabeza al descubierto los rayos celestes
de la inspiración. Para ello vamos a recurrir al esbozo en prosa de los versos
del himno, los que según Heidegger eran la versión definitiva. Rezan
así:
Pero si el corazón me sangra de una herida por mí mismo causada,
y la paz está profundamente perdida, y el humilde contento, y el desasosiego,
y la carencia me empuja a la abundancia de la mesa de los dioses...
La herida a la que alude y que le hunde en el desasosiego, no se la ha causado el
dios, sino el propio poeta a sí mismo. ¿Por qué?, ¿cuál
es la falta del poeta? Su propia “carencia”, que le hace acercarse a los celestiales,
no como servidor y simple emisario, sino para disfrutar de “la abundancia de la mesa
de los dioses”. Y la abundancia, como el rayo de Zeus a Sémele, puede aniquilar.
La proximidad excesiva al “más alto fuego” a la que se siente empujado el
indigente poeta, le ha hecho traspasar su propio límite de tolerancia, por
ello es consciente de su insolencia y se siente sacrílego.
En la interpretación que hace de Empédocles también lo presenta
como sacrílego, como un nuevo Prometeo (figura predilecta de los románticos),
porque al igual que el titán protector de los humanos, trató de revelarles
secretos de los dioses, y de esa forma buscó su propia condena. El drama La
muerte de Empédocles podría sintetizarse como sigue: durante un
número de años innominado se ha comportado como un Dios y ha creído
poder dominar a la Naturaleza y embelesar a los humanos. Sólo se apercibe
de su hybris cuando nota que falla su antigua clarividencia, también
las fuerzas físicas le fallan y entonces comienza el abandono de los hombres
y también de los dioses “¡Qué dolor!, solo, solo, solo” repite
el desdichado en punzante y angustiosa consciencia del hombre superior, que se sabe
incomprendido, profeta fallido. Entonces busca el camino de la expiación y
de un modo voluntario se lanza al volcán Etna, buscando la muerte, que para
él es purificación y liberación, ya que renacerá a la
vida eterna.
La influencia del pensamiento de Empedocles en la obra de Hölderlin es manifiesta,
seguramente por las lecturas del filósofo griego que haría para escribir
acerca de él, y con el que finalmente se identificaría por su destino
trágico. La intención de Hölderlin es presentar al personaje de
Empédocles como un mortal aquejado de hybris, porque “ha traspasado
su límite”, está “por encima de la medida”, “cae en la desmesura” ,
con lo cual será castigado (aparece Némesis, en el texto), pero, y
en ello insiste reiteradamente, ese es su destino, más aún, el destino
de su tiempo, que él encarna.
Los problemas del destino en el que él creció debían resolverse
aparentemente en él, y esta solución debía mostrarse como una
solución temporal aparente, como ocurre más o menos en todos los personajes
trágicos.
También el destino de Hölderlin es trágico en el sentido interpretado
de la eterna oscilación entre las fuerzas sagradas benefactoras del fuego
celeste y otras fuerzas contrarias y oscuras del destino o la necesidad, que le empujan
a la destrucción. Éste es el destino heroico de su vocación
de poeta.
7.3 Poesía y filosofía: una religión estética
Los escritos de Hölderlin, a los que hemos aludido hasta ahora, son poemas,
o escritos preparatorios para ellos. Estos segundos contienen un pensamiento filosófico
evidente, aunque no podríamos denominarlo como sistema, ya que a veces son
intuiciones fragmentarias si desarrollar. Si ahora nos planteamos la relación
entre poesía y filosofía, que aparece en su obra, parece que la reflexión
filosófica está puesta al servicio de su vocación poética.
Esta superior jerarquía de la poesía sobre la filosofía es la
que aparece en su novela Hiperión o el eremita en Grecia .
El argumento es como sigue: un joven griego, educado por Adamas (posible alusión
a Schiller, al que consideró un tiempo su maestro, como recordaremos) en los
ideales de belleza y libertad, se alista a la causa griega en su lucha de independencia
contra los turcos (1770). Algunos autores hablan de una referencia velada a la desilusión
que le produjo la Revolución francesa, que concuerda con el tono de fracaso
que muestra en la novela acerca de sus operaciones bélicas fallidas. El joven
Hiperión conoce en ese periodo a su amada Diótima, que después
muere, pero a la que seguirá evocando e interpelando. Aún impulsado
por la esperanza va a Alemania, país en el que esperaba encontrar consuelos,
pero también se decepciona y vuelve a Grecia, desde donde escribe una serie
de cartas dirigidas a su amigo Belarmino, en recuerdo de los hechos pasados.
En la última carta del primer volumen del Hiperión se plantea
la citada relación entre poesía y filosofía. La carta comienza
en estado de exaltación. “Hay horas grandes en la vida”, dice, que se convierten
en hermanas y ya no nos abandonan jamás. Esas horas se refieren al viaje,
con carácter de vía iniciática, proyectado con Diótima
y los amigos, a la ciudad de Atenas, que da lugar a una disquisición sobre
la cultura griega. Por su educación y su vida en democracia, el hombre griego
fue semejante a un dios: “Y cuando es un dios es hermoso” capaz, por tanto, de crear,
a su vez, belleza. Dice la carta:
El primer hijo de la belleza humana, de la belleza divina, es el arte. En él
se rejuvenece y se perpetúa a sí mismo el hombre divino. Quiere sentirse
a sí mismo, por eso coloca su belleza frente a sí. Así se dio
el hombre a sí mismo sus dioses (....) La segunda hija de la belleza es la
religión. Religión es amor a la belleza.
La trama de las relaciones entre los elementos nombrados que nos permiten hablar
de una religión estética son las que siguen: hombres y dioses
son hermanados por Hölderlin en la belleza. Detengámonos a pensar qué
significado puede tener para él el término belleza. Podríamos
pensar, tal vez, en una filiación platónica. No solamente por la presencia
de Diótima, la sacerdotisa y maestra en los misterios de Eros, que conduce
a Sócrates en el diálogo El banquete de Platón; sino
porque tal término parece tener el estatuto de la Idea. ¿Por qué?
Porque la “belleza eterna” procrea, sus dos hijos son el arte y la religión
de los griegos. Pero se trataba de una religión sensible, para sentirse
a sí mismos, dice el texto Y este aspecto ya no sería platónico,
sino propiamente una añadido de época. En efecto, los románticos
consideraban fundamental el papel que jugaban los sentimientos, frente al intelectualismo
ilustrado. En Kant, por ejemplo, el juicio estético es un sentimiento y en
Schiller, que sigue estos presupuestos kantianos, la educación de los sentimientos
formaba parte de su programa pedagógico-político-estético de
emancipación de la humanidad. Y sabemos que para Hölderlin este último
fue su admirado maestro de juventud. En este sentido hemos hablado de religión
estética o religión sensible como aquella que cultiva el “amor a la
belleza”.
Aceptado, pues, que los griegos fueron un pueblo poético y religioso, un interlocutor
le pregunta a Hiperión cómo es posible que fuese, a la vez, un pueblo
filosófico. No se explica qué tiene que ver la “fría excelsitud
de esa ciencia” (en referencia a la filosofía) con la poesía. E Hiperión
le contesta con convicción que la poesía es el principio y el fin de
la filosofía. ¿Qué significa esta afirmación? No que
la filosofía sea un segundo estadio o una especie de maduración de
la poesía, como si ésta estuviese en un estado más ingenuo que
exigiese un perfeccionamiento gracias a la reflexión filosófica, y
a partir de ese enriquecimiento pudiese volverse, de nuevo, a la poesía. La
explicación hay que buscarla, creemos, por otras vías, en las palabras
de Hiperión-Hölderlin. Porque...
La época de la belleza había sonado entre los hombres, estaba
allí en cuerpo y alma, existía lo infinitamente acorde (...) y lo así
reconocido darlo como ley en los múltiples dominios del espíritu.
La época de la belleza es, probablemente una alusión al mito
de la “Edad de oro”, pasada y por venir, al que eran tan afectos los románticos
(filósofos de la naturaleza, poetas, místicos, creadores y pensadores)
. En todos ellos presidía un ideal de Armonía y Unidad: “lo infinitamente
acorde”. Los poetas y los filósofos, a los que se refiere el texto, son los
que reconocen ( ¿es una alusión el concepto de reminiscencia
de Platón) ese período mítico en que imperaba la belleza,
y lo dan a conocer en “los múltiples dominios del espíritu” (es decir,
en la poesía y la filosofía). Pero los poetas son superiores a los
filósofos, porque no se alimentan como ellos del “seco pan de la razón”,
sino que la desdeñan, porque en secreto se regalan en la sobreabundancia de
“la mesa de los dioses”.
Hölderlin se alimentó con el néctar y la ambrosía de los
celestiales, y al final de su existencia terrena, cuando firmaba sus aún extraordinarios
versos como “el humilde Scardanelli”, el hombre prosaico ya estaba muerto, pero cumplió
su anhelo sublime de ser siempre poeta, sólo poeta. |
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