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3. La estética idealista
como paradigma de la Unidad reconciliada
3. 1. Primer Programa de un sistema del Idealismo alemán: una nueva
mitología
Los proyectos acerca de la necesidad de nuevas cosmovisiones unitarias (que lo
ilustrados habían rehuido) proliferan entre los románticos. Para documentarlo
vamos a referirnos a un texto muy breve, de un par de páginas, pero de una
riqueza extraordinaria, en el cual están sintetizadas gran parte de las ideas
que venimos exponiendo. El texto en cuestión es Primer programa de un sistema
del idealismo alemán, cuya fecha es discutible (1796/ 97?) y también
su paternidad, ya que se le ha atribuido a los jóvenes espíritus inquietos,
antes citados. Por ejemplo, Otto Pöggeler no duda en atribuir el texto a Hegel,
y otros autores hacen responsables a Schelling y Hölderlin. Muchos intérpretes
hablan de una colaboración tripartita en su época compartida de Tübingen
y por ella me inclino. El proyecto es, en su intención, ilustrado: el pueblo
ha de hacerse racional y lograr así “la libertad universal y la igualdad de
todos los espíritus”. Sin embargo, su realización es radicalmente diferente,
ya que no se espera que el objetivo se consiga por una ampliación de la capacidad
racional autónoma, sino por una nueva “mitología de la razón”,
desbordando el proyecto ilustrado que denunciaba y renegaba de toda mitología.
El escrito tiene todas las trazas de un manifiesto filosófico-político-estético-religioso.
Podría dividirse en cuatro grandes bloques temáticos. El primero es
relativo a la naturaleza y propone la colaboración entre filósofos
y físicos, probablemente en referencia a los filósofos de la naturaleza,
que han de “dar alas a al física”. Después pasa de la naturaleza a
la obra humana, y se centra en la política, haciendo una crítica al
Estado, al que califica de “mecánico” y falto de libertad, por el tipo de
gobierno y las leyes, “miserable obra humana”. Los autores parten de una crítica
común de la época contra el absolutismo ilustrado”, el cual seguía
manteniendo las formas de dominación feudal, pretendiendo modificar a la sociedad
desde arriba, desde el poder. El tema es especialmente relevante en Alemania, en
la que el monarca prusiano Federico II (1740-1786) había ejercido como “déspota
ilustrado” promoviendo la cultura y la formación en la Academia de Berlín,
con la intención de organizar el Estado racionalmente y en provecho propio,
con la consecuencia de que el poder sale fortalecido. Los resultados de esta política
no son del agrado de los jóvenes románticos, autores del manifiesto.
Su propuesta, de signo anarquizante es que “el Estado debe dejar de existir”, porque
trata a los hombres libres como engranajes. Un pathos de “libertad absoluta”
debe guiar a todos los espíritus, que no han de buscarla ni en “Dios ni en
la inmortalidad”, sino dentro de sí mismos.
En el tercer bloque temático aparece su propuesta de una revolución
estética, como unificadora de las sugerencias anteriores, expuesta con
el mismo laconismo enfático, ya que la concisión de todo el texto le
confiere unos poderes que sólo las máximas de los primeros sabios griegos
nos transmiten. Dice así:
El acto supremo de la razón es un acto estético, la verdad y
la bondad se ven hermanadas sólo en la belleza.
Cuya filiación platónica es evidente. No es así con el papel
que confieren a la poesía, si recordamos el decreto de expulsión de
la pólis ideal que certificó el gran filósofo griego.
Para los románticos la fuerza creadora de la poesía, ¿øpSVp¬,
es creación por antonomasia, elevación del espíritu en el más
alto sentido, y sus poderes de transformación se comunican a los receptores.
En el texto que analizamos la poesía cumplirá el papel liberador con
el que sueñan los tres compañeros y amigos, que con un entusiasmo de
época compartido dicen:
La poesía recibe así una dignidad superior y será al fin lo
que era en el comienzo: la maestra de la humanidad.
Que probablemente es una referencia a Homero, o a la Grecia ideal, interpretada
en clave romántica. Finalmente aparece la propuesta novedosa de una nueva
mitología, a la que denominan paradójicamente una mitología
de la razón, como lugar de referencia de todos los dominios, como imagen
unitaria del mundo, como nueva cosmovisión salvífica en la que incluiría
también una religión sensible, es decir el cristianismo, pero
exaltando la dimensión del amor. Reza así:
La mitología tiene que convertirse en filosófica y el pueblo tiene
que volverse racional [... ] para transformar a los filósofos en filósofos
sensibles. Entonces reinará la unidad perpetua ente nosotros.
3.2. La “intuición intelectual” de Schelling: propuesta de una religión
estética
Las ideas que aparecen como puro esbozo y como desideratum, en el texto
anteriormente analizado, van a tener una secuela de desarrollos posteriores extraordinaria
en la plasmación de ideales, ya sea en su formulación filosófica,
o en campos de creación artística diversos. Todavía en la contemporaneidad,
seguimos alimentándonos de muchos presupuestos de la llamada estética
idealista , ya sea para refutarlos o para reinventarlos. Por ello considero que
un estudio somero, al menos, si no en profundidad, es obligado para los que nos debatimos
con la obra de arte y sus enigmas.
Vamos a elegir ahora a un representante de la estética idealista, al
filósofo Friedrich Wilhelm Schelling (1775-1854), que olvidando sus veleidades
revolucionarias juveniles y haciendo caso omiso a las escisiones del mundo en el
plano de la realidad, llegó a elaborar nuevas unidades en el territorio de
lo ideal. Su reflexión podría interpretarse como un intento de establecer
lazos comunitarios entre los hombres entre sí y con respecto a la naturaleza.
Esta nueva unidad de sentido fue concebida, en continuidad con el Primer programa,
como una nueva mitología de la razón y de las artes. Su filosofía
se presenta como una tentativa de superación del dualismo tradicional entre
los planos de “lo real” y “lo ideal”, ya que su pensamiento los supone a ambos y
pretende superarlos en un ideal-realismo, que habla desde un punto de vista
superior: el Absoluto. Este es el fundamento y el punto de partida de su sistema.
Presentaremos las líneas generales de su obra Sistema del idealismo transcendental
(1800), que consideramos fundamental para nuestros intereses estéticos,
ya que termina con un capítulo dedicado al arte, al que considera el
“órgano general de la filosofía”. En esta obra se reelaboran las tres
líneas de investigación que había seguido desde el despertar
de su interés por la filosofía: el idealismo de cuño fichteano,
la fundamentación del derecho y la filosofía de la naturaleza. La obra
está dividida en tres partes que recuerdan las tres Críticas
kantianas:
1.- Filosofía teórica, que investiga la posibilidad de la experiencia,
la estructura del mundo objetivo.
2.- Filosofía práctica, que investiga la posibilidad de la libertad.
3.- La teleología y el mundo del arte, que descubre la unión entre
mundo objetivo y libertad.
Dejaremos las dos primeras partes, porque exceden nuestros intereses actuales y nos
centraremos en la tercera. Pero para entenderla hemos de hablar del “primer principio”
en el que se sustenta su idealismo transcendental: el acto absoluto de la autoconsciencia.
El punto de partida de la filosofía es el Yo, que es ya absoluto, es
toda la realidad y por consiguiente puede dar razón de ella, tanto
de la naturaleza como de la consciencia, suprimiendo así todo dualismo, toda
fractura metafísica. De esta manera pretende superar a Fichte, su maestro
de juventud, para el que el Yo encontraba su principio de resistencia en el No-Yo,
aceptando, por tanto, la escisión, la dualidad y la finitud. Schelling pretende
que su filosofía es “una odisea del espíritu” ya que reproduce lo que
sucede en la búsqueda de sí mismo: en el origen el espíritu
formaba un todo con la naturaleza, después se produce una ruptura de esa unidad
(recordemos que la escisión es el origen del filosofar), y al final del camino
vuelve a reencontrarse consigo mismo, se reconcilia con su Yo originario, que “burlado
prodigiosamente, huye de sí mismo mientras se busca” , mientras intenta retornar
a la identidad perdida, a su patria, a la Ítaca de la que partió.
Para Schelling el arte es el paradigma de la reconciliación y para lograrla
se sirve de un concepto al que llama “intuición intelectual” Este concepto
ya había sido alumbrado por Kant en la Crítica del juicio (&
77, 524). El problema de los límites del conocimiento humano, argumentado
en su primera crítica, le lleva a proponer, como mera hipótesis, una
capacidad de conocimiento abierta, de un nivel superior, a la que llama “intuición
intelectual”, que sería una facultad unitaria que correspondería a
la “cosa en sí”, no al fenómeno. De esta facultad dice expresamente
que no le corresponde al hombre, sería una capacidad divina. Fiel a sus presupuestos,
Kant seguirá declarando desconocido todo aquello que exceda el ámbito
de la experiencia, de lo que él denomina la “realidad”. Sin embargo, Schelling
toma la hipótesis kantiana de la intuición intelectual y la traspasa
al ámbito de lo puramente “ideal” al considerarla como un saber que no comporta
demostraciones, conclusiones, ni mediaciones. Es una actividad teórica superior,
no tanto capaz de conocer la cosa en sí kantiana, sino de alcanzar el Yo absoluto
(su fundamento) fuera de todo tiempo, abstraída de toda intuición sensible,
y por tanto capaz de recrearlo, porque el Yo se origina como tal cuando se conoce
a sí mismo, después de perderse en la larga odisea del espíritu.
La conclusión a la que pretendía llegar Schelling es que la intuición
intelectual es una facultad unitaria.
La otra característica de la intuición intelectual es que es una facultad
productiva. Veamos el sentido de esta última afirmación y para
ello vamos a analizar los dos términos. “Intuición” significa relación
directa, no mediatizada con el objeto, e “intelectual” significa aquí “activa”
y se contrapone a la intuición sensible, que es pasiva y según la cual
los objetos “nos son dados”. La intuición intelectual tiene la capacidad activa
de producir su objeto. Es decir, es una facultad que reconoce y produce el Absoluto,
en el que según el pensador idealista se revelaría la unidad del sujeto
y el objeto, de la historia y la naturaleza y el reino de la necesidad y la libertad,
reconciliaciones que Kant no había osado formular, dejando los pares de términos
como antinómicos.
La prueba de que efectivamente se da esta facultad cree encontrarla en el arte, porque
la intuición intelectual objetivada es la intuición estética,
a la que define como “un poder oscuro y desconocido” propio del genio, que sin
embargo no puede dar cuenta, a nivel consciente, de este poder, pero que se manifiesta
en su obra. En el genio, pues, se produce la unidad entre su capacidad de creación
y su producto, entre el sujeto y el objeto. Ese poder oscuro actúa sobre el
artista como el destino sobre la historia, para añadir plenitud a la obra
fragmentaria de la libertad, es decir, que también reconcilia a la naturaleza
y la historia. Oigamos sus palabras:
Por eso el arte es lo supremo para el filósofo, porque, por así decir,
le abre el santuario donde arde en eterna y originaria unión, en una llama
única, lo que en la naturaleza y en la historia está separado y lo
que ha de escaparse siempre en la
vida y en la acción, así como en el pensamiento.
En Kant, la libertad de acción (que exige para sí el individuo moral),
no se concilia con la necesidad (sometimiento a las leyes de la naturaleza). Schelling
cree resolver el problema entendiendo la historia como manifestación del Absoluto,
es decir, de la unidad de libertad y necesidad. ¿Por qué? Porque por
una parte la historia de los hombres es obra de la libertad, no está regida
por una legalidad férrea como sucede en la naturaleza, sino que se dan desviaciones
en lo singular. Sin embargo, también es obra de la necesidad, que actúa
como la “mano invisible” de A. Smith o la “astucia de la razón” hegeliana,
que guía el progreso dialéctico hasta su resolución final. Es
una fuerza teleológica que da unidad a todo lo que parecía disonante.
El poder oscuro, al que identifica con el destino, después lo identificará
con la providencia divina. En la historia se revela la “huella de la providencia”,
pero como ésta no puede mostrarse en un suceso histórico aislado, la
revelación de la que habla no puede tampoco ser descifrada por los sujetos
individuales, sino que la especie es el sujeto al que la historia se revela. Sin
embargo, este problema del sujeto individual al que no se le revela el absoluto de
la historia, no aparece en el arte, ya que el lugar en que el Absoluto se revela
“para nosotros” es el arte.
Intentaremos desarrollar esta última idea y para ello vamos a tener en cuenta
la importancia que tiene la teleología no sólo en su concepción
de la historia, como hemos visto, sino sobre todo en su filosofía del arte.
La estructura del Sistema del idealismo transcendental, recordemos que
era el recorrido, la odisea de la historia progresiva de la autoconsciencia.
En la tercera y última parte, relativa al arte, esta historia está
ya muy avanzada, ya que ha de llegar a la armonización de estos dos reinos:
el del hombre, que actúa de forma autónoma y conscientemente, y el
de la naturaleza, que produce guiada por rígidas leyes. Esta antinomia entre
libertad y necesidad ya sabemos que había sido tratado por Kant en la Crítica
del juicio. Pero, a diferencia de él, Schelling no lo planteará
en términos de conflicto entre facultades ( razón teórica y
razón práctica), sino que ya desde sus primeros escritos había
eludido la idea de hombre como un ser compartimentado en funciones y había
apostado por lo que podríamos llamar una 'idea de hombre total', idea característica
de su época. Pero, deudor de Kant y también de sus contemporáneos
románticos, pensaba que hay una profunda afinidad entre arte y naturaleza.
¿Cuál es el motivo de esta afinidad? El que en ambos late un poder
oscuro o fuerza creadora que produce de manera inconsciente. Planteado así,
el arte es mímesis, imita lo esencial de la naturaleza, pero, a su
vez, la naturaleza es arte, en palabras del autor: “lo que llamamos naturaleza es
un poema cifrado en maravillosos caracteres ocultos ” . Más adelante retomaremos
este concepto de poesía, para entender la relación que Shelling establece
entre poesía y filosofía. Por el momento creemos necesario seguir profundizado
en esa relación que fue pensada por todos los románticos, no sólo
este pensador, entre arte y naturaleza.
Arte y naturaleza, pues, muestran su afinidad gracias a ese “poder oscuro”, que en
Schelling había aparecido identificado primero con la intuición estética,
después con el destino y la providencia divina. Y lo que nos interesa ahora
es que en todos estos conceptos late en el fondo la teleología, la
noción de finalidad. Concibe a la naturaleza como un todo orgánico
y no como una mera yuxtaposición entre las partes. Así piensa que en
los productos naturales hay un propósito , “como si” cada uno de ellos tuviera
una función en relación al todo. De esta manera, gracias a la teleología,
intenta hacer coincidir las nociones de libertad (moral) y necesidad (natural). ¿Cuál
es la facultad que permite la coincidencia? La intuición intelectual, a la
que acude siempre que necesita pensar cualquier tipo de reconciliación.
En la naturaleza ya está dada la armonía entre necesidad y libertad
y el sujeto la descubre gracias a la intuición intelectual. ¿Sucede
lo mismo en el territorio del arte? No, la armonía no está dada, sino
que hay que encontrarla y el instrumento será ahora la intuición
estética, que es, como ya dijimos con anterioridad, activa y productiva.
El producto resultante es la obra de arte, definida como
Identidad de lo consciente y lo no consciente en el Yo y consciencia de esta identidad
.
Ahora llama actividad consciente a la libertad y actividad no consciente a la necesidad
legal. Cuando el artista crea parece hacerlo de una forma libre, ya que con intención
va modulando su producto hacia el fin que tenía previsto, pero a medida que
avanza pareciera que la obra misma lo va desbordando y se filtran en ella elementos
no conscientes y no previstos voluntariamente por el artista. Cito:
Los testimonios de todos los artistas de que son impulsados involuntariamente a la
producción de sus obras y que mediante su producción sólo satisfacen
un impulso irresistible de su naturaleza.
En otras palabras, se está refiriendo a la inspiración, entendida
como un “don” espontáneo que poseen determinadas naturalezas geniales, y también
explicable como un “soplo ajeno. Las fuentes de la tradición a las que ha
acudido el pensador alemán son el pati deum (“estar abierto a Dios”)
del que hablaban los medievales, y el estado de entusiasmo (µO Pµø¬,
que literalmente quiere decir “tener un dios dentro”) de los griegos.
Vamos ahora a recopilar ideas expuestas, para intentar unas conclusiones de su estética
idealista, a la que consideramos como paradigma de su ideal de reconciliación..
Schelling reflexiona la obra de arte a través de un movimiento entre los polos
opuestos de la contradicción y la armonía. Su pensamiento, interpretado
desde el momento presente, puede parecernos como guiado por un télos propio
de los románticos, del que él es egregio representante y mentor espiritual.
Ese télos es el anhelo de reconciliación. Y en la obra de arte
encuentra el paradigma. Su explicación es como sigue: el impulso artístico
comienza por un sentimiento de una contradicción, aparentemente irresoluble,
entre lo consciente y lo no consciente; pero el movimiento completo de la creación
culmina en una emoción (inspiración o entusiasmo), que satisface nuestra
aspiración infinita de armonía y conciliación. Y añade:
El arte es la única y eterna revelación que existe y el milagro que,
aunque hubiese existido una sola vez, debería convencernos de la absoluta
realidad de aquello supremo.
El arte, pues, es la revelación de lo infinito en lo finito, lo cual nos permite
interpretar que podríamos hablar de una religión estética.
Esta religión tiene poderes benefactores sobre los hombres que son capaces
de gozar de las excelencias de la obra de arte. A esta se le atribuye una pureza
y una “santidad” , que cura todo desgarramiento y concilia todas las contradicciones.
El Yo culminará su proceso de autoconsciencia al revelársele el Absoluto
(primer principio de su filosofía) y su sistema está completo, ya que
ha sido retrotraído a su punto de partida, al fundamento originario de toda
armonía: el Yo mismo. La última etapa del proceso teleológico
de la autoconsciencia puede interpretarse como una invitación a la transformación
del mundo estéticamente, por la magia de la imaginación y la fantasía.
Así pues, la filosofía del arte de Shelling no pretende ser puramente
teórica y contemplativa, sino práctica. La filosofía y la estética
se ponen en marcha a partir de un desdoblamiento, una herida, una escisión
provocada por el sentimiento de vivir en un mundo finito, insuficiente para satisfacer
las ansias de infinitud. Por ello recurre a instancias absolutas (el Yo y la divinidad)
que puedan dotar al mundo de sentido. Se produce, entonces, una suplantación
del mundo “real” por un mundo “ideal”, imaginado, en el que se hallan resueltos los
conflictos. En otras palabras, nos encontramos con una utopía, llevada al
campo del arte.
La obra de arte expresa reconciliación porque en ella se resuelven todas las
contradicciones, y el hombre accede al sentimiento de una paz infinita y recupera
su identidad. El renacimiento interno pasa del autor al producto, y de la obra de
arte a sus receptores, cuando éstos rehacen el mismo camino del artista. Aquí
resuena la reflexión platónica del diálogo Ión en
el que se habla de los poderes de la poesía, transmitidos a través
de una “cadena magnética”.
Religión o utopía estética han de fluir hacia “el océano
universal de la poesía del que habían partido” y el vehículo
intermediario será la mitología, como ya había planteado en
su escrito de juventud, que se analizó con anterioridad. La mitología
será la meta de la revolución estética, ella será el
lugar donde se revela la identidad y la unificación de las ideas platónicas
de verdad y bondad en la belleza. Una nueva mitología, propia de la nueva
generación romántica, que recreando a los clásicos, llevará
a la solución que “puede esperarse únicamente de los destinos futuros
del mundo y del curso posterior de la historia”. Con estas palabras, abiertas a un
hipotético futuro, termina Shelling su reflexión sobre el arte, aquí
radica su desideratum de un nuevo mito o religión estética.
La historia posterior no lo ha confirmado, ya que el arte, a través del tiempo,
fue siendo paulatinamente secularizado y hoy ocupa un lugar terrenal en el mundo
de los hombres, mundo “real” en el que imperan la disonancia y la carencia de armonía. |
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