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12. Anna Ajmátova,
una voz de la memoria
12.1 Rusia o la poesía
Decía el poeta Ossip Mandelshtam en una carta a su esposa:
“¿De qué te quejas? En ningún otro lugar se respeta tanto la
poesía como entre nosotros (el pueblo ruso). Por ella incluso se mata. Esto
no existe en ninguna otra parte”.
Bastaríanos recordar la larga serie de extraordinarios poetas que dio el pueblo
ruso, para dar la razón a las palabras leídas con anterioridad. Podríamos
comenzar por el poeta romántico Pushkin, que inaugura la modernidad literaria
en las letras rusas, continuando con Annenski, Lermontov, Brodsky, Anna Ajmátova,
Marina Tsvietáieva, Aleksandr Block, Borís Pásternakv o Mayakovski
(entre otros). Lo que comparten las voces de todos estos hombres y mujeres poetas
es que fueron escuchados por las multitudes. Los poetas rusos lo saben y lo alimentan,
ya que escriben guiados por el oculto anhelo de tener ante sí a un extenso
público de acólitos. Joseph Brodsky lo argumenta como una tendencia,
presente en toda época, dictada por las dimensiones del país y por
la cuantía y pluralidad de población. La ilusión del poeta es
pensar: “tengo ante mí un gran auditorio”, o esta otra: “yo soy el espíritu
del pueblo”. Voluntaria o involuntariamente, todos sin excepción, incluyéndose
a él mismo, han participado de esta ilusión que ha alentado en sus
versos.
En épocas de apertura política, los años inmediatamente anteriores
a la Revolución de 1917, estas multitudes llenaban las cien mil plazas del
estadio de Moscú, escuchando en silencio arrobado al poeta, sólo en
la arena con sus páginas escritas y su voz, sin necesidad de otra puesta en
escena. En épocas de represión y terror, durante el régimen
soviético, los versos eran pasados de mano en mano en copias manuscritas,
o aprendidos de memoria y recitados en reuniones de amigos y disidentes. Este es
el caso del Requiem de Ajmátova: un número de personas se sabían
los versos de memoria, para salvaguardar su contenido y como forma de resistencia
. El texto no existía en el papel, pues equivalía a la pena de muerte
para aquel o aquella a quien se le encontrase en un registro policial, desdichadamente
tan frecuentes. Y en el año 1946, pasada la época del terror stalinista,
cuando se le permitía a Ajmátova dar algunos recitales, las muchedumbres
la recibían de pie, entre ensordecedores aplausos, porque se sentían
identificadas con sus versos. Muy diferente es el caso de las multitudes a las que
se refiere Baudelaire, que nunca le escucharon enfervorecidos, tal vez porque sospecharan
que el poeta las utilizaba como puro material para su creación estética.
Sin embargo, en Rusia, la poesía nunca fue un suceso que se acogiese con indiferencia.
El poder, atento a este fenómeno, siempre intentó guiar, con mano firme,
la creación; pero los artistas, pensadores o poetas pocas veces aceptaron
el yugo. Algunos se exiliaron por voluntad propia (Tsvietáieva), otras veces
fueron expulsados (el llamado “barco de los filósofos”, ordenado por Lenin)
y los que se quedaron fueron asesinados (como es el caso de Gumiliov, el primer marido
de Ajmátova y Mandelstham), otros deportados a Siberia a los campos de “reeducación”;
casi todos finalmente silenciados. El caso de Pasternack es el de una compleja relación
con la Revolución rusa, ni aceptación plena, ni patente hostilidad,
sino de “extrañeza atormentada” , o Mayakovsi, afecto durante un tiempo al
régimen, pero suicidándose después, probablemente por los muchos
conflictos internos que experimentaría. Ajmátova decide permanecer
en su país, su unión al alma del pueblo se lo exige por alto que sea
el sacrificio, como dice en sus versos introductorios del Requiem:
Jamás busqué refugio bajo cielo extranjero,
ni amparo procuré bajo alas extrañas.
Junto a mi pueblo permanecí estos años,
donde la gente padeció su desdicha.
No podemos dejar de tener en cuenta el dato de que los propios líderes
de la revolución eran asiduos lectores de poesía. Lo cual no dejaba
de entrañar un peligro añadido, ya que se consideraban “crímenes
de estado” los versos que no estaban al servicio de la Revolución. Este comportamiento
represivo venía avalado por la tesis de Lenin de que la literatura, y el arte
en general, ha de ser de Partido y defender las ideas de la Revolución proletaria.
Y fue precisamente un poeta, Mayakovski, antes de descubrir los horrores de la Revolución,
el que defendió con entusiasmo esta tesis en unos versos:
El canto y el verso son bomba y bandera,
la voz de su cantor la clase alzará.
Y aquel que con nosotros hoy no cante,
contra nosotros está.
Recreando la máxima evangélica “Quien no esté con nosotros está
contra nosotros”, de formulación tan intolerante como la tesis pensada por
el político y cantada por el poeta. La llegada de Stalin al poder radicalizó
esta tesis, con asesinatos, deportaciones y aniquilación de cualquier signo
de disidencia.
12.2 Modernidad y movimientos poéticos
Pero antes de llegar a la época de la represión y el silencio hubo
un nacimiento, un desarrollo y una etapa de esplendor de la intelligentsia rusa.
Esta era una nueva clase social, nacida a finales del siglo XIX en las grandes urbes,
Moscú y Petersburgo, constituida por artistas, intelectuales y profesionales
de la cultura en general. Proliferan editoriales nuevas, revistas, periódicos
y círculos literarios, musicales, y artísticas de toda laya.
Y por supuesto, no faltaban los poetas, muy al contrario, ya que surgieron en pocos
años una diversa multiplicidad y riqueza de escuelas poéticas: simbolistas
, futuristas, acmeístas, imaginistas y constructivistas (entre las más
significativas). Todos ellos parecían guiados por el mismo afán de
tomar la arena literaria a golpe de Manifiestos, o leyendo sus poemas en los
cafés y salones literarios. En las otras artes también abundan las
declaraciones públicas radicales, como sucedía por la misma época
en las capitales del arte París o Roma, donde también se desarrolla
una plétora de las denominadas Vanguardias artísticas ; Rusia
ha entrado en la modernidad estética.
Este proceso ya había comenzado a finales del siglo XVIII, con las reformas
políticas y sociales del zar Pedro I y la zarina Catalina II, que incardinaron
a Rusia en la cultura europea. Pero el momento decisivo para esta incorporación
a la modernidad corrió a cargo de la poesía. Los poetas rusos se adhirieron
en seguida, y con fervor, al movimiento romántico. Aunque se tratase de ideales
importados de Francia, Alemania o Inglaterra, su adaptación y penetración
en la poesía rusa fue fundamental para el desarrollo de la lengua literaria
rusa moderna. Y el artífice principal fue el poeta Alexander Pushkin, el cual
transformó los géneros literarios tradicionales, innovó sus
metros, imágenes y estrofas, y tuvo un alto grado de consciencia lingüística,
según resaltan siempre sus estudiosos. Por todos estos motivos fue proclamado
como “el” poeta nacional, siendo objeto de celebraciones multitudinarias bajo el
régimen soviético, que pretendió apropiarse de los versos del
poeta, tergiversando su mensaje contra toda forma de autocratismo. Esto sucedía
muchos años después de su muerte, ya que en vida, como la mayor parte
de los poetas rusos, fue perseguido, vigilado y desterrado, en su caso, por la crítica
radical al autoritarismo despiadado del zar Alejandro I (por ejemplo, el poema “El
puñal”, 1821), poniendo de relieve la horrorosa situación en que se
encontraba el campesinado siervo aún ( el poema “La Aldea”), y por su decidido
apoyo a los decembristas. El poeta se convirtió en un símbolo para
la juventud inconformista que amaba su poesía, y que también imitaba
su forma de vestir, y su tipo de vida alborotada, amante de las grandes juergas y
los amores apasionados y simultáneos. Y como en el caso de Ajmátova,
se aprendían sus extraordinarios versos de memoria.
De la pluralidad de movimientos poéticos citados sólo nos ocuparemos,
aunque brevemente, de dos de ellos: los simbolistas y los acmeístas. De estos
últimos por la filiación de Anna Ajmátova, nuestra poeta, y
de los simbolistas porque como decía Nikolai Gumiliov, el cual firmó
los dos primeros manifiestos acmeístas, consideraba este movimiento como heredero,
aunque crítico, del simbolismo.
Hacia 1890 los poetas simbolistas rusos (Merezhkovski, Balmont, Sologub) se integraron
en el movimiento estético europeo de este nombre, cuyo núcleo había
tenido su origen en Francia, a partir de sus grandes figuras: Baudelaire , Verlaine,
Rimbaud o Mallarmée. Con ellos se introducirá una nueva concepción
de la cultura europea, que llevará también a una reconsideración
radical de la tradición rusa. Esta tradición cultural, tal como había
sido entendida en el siglo XIX, fue reemplazada por la idea de “mito cultural”. A
ello colaboraron la creación de los mitos de la “Edad de oro” (tal como fue
denominado el romanticismo ruso) y el mito de la “Edad de plata”, alimentado, como
trataremos más adelante, por Ajmátova. El simbolismo, además
de proveerse de mitos, pretende el uso continuado de símbolos universales,
ya que puede considerarse como una reacción contra el espíritu positivista,
que sólo se interesaba por los hechos singulares y empíricamente constatables.
También fue una crítica de la sociedad mercantilizada y un rechazo
de las estéticas realista y naturalista que prevalecían en las artes.
Ahora se reivindica la imaginación libre del artista desde un punto de vista
subjetivo, volviendo a una cierta sensibilidad romántica. Y como ellos, su
creación tiene tendencia a sustentarse en presupuestos idealistas. Esta es
también la actitud de los poetas, que consideran que la lengua rusa está
muerta y se arrogan la tarea de “una resurrección de la palabra”, mediante
una concepción, teñida además de mesianismo, que aspira a sintetizar
todas las fases de la historia de la lengua. Esta “síntesis” ideal pretendía
la unificación de todas las artes y, en el terreno que nos ocupa, un acercamiento
entre prosa y poesía (recordemos Les petits poèmes en prose de
Baudelaire), dando lugar a todo tipo de experimentos de sonoridades inéditas
hasta el momento. Se tienen en cuenta las innovaciones de Pushkin en poesía,
alimentando el mito cultural de la ya citada “Edad de oro”. Mitologización
de la figura del poeta y de la poesía, considerada como la esencia de la cultura
rusa.
La nueva época necesita crear sus nuevos mitos. La denominación “Edad
de plata” de la cultura rusa (1890-1910), ya apunta en esta dirección.
Eran años de agitación social y de efervescencia creadora, en los que
la cultura rusa se pone a la vanguardia de las culturas europeas. Surgían
genios en todas las artes: Stravinski, Prokofiev, Rajmaninov, en música; el
gran Nijinski en la danza; en la pintura Kandinski, Chagall, Goncharova o Malevich,
o el extraordinario cine expresionista de Eiseinstein. Podríamos considerar
que los encargados de consolidar esta nueva mitología cultural son los poetas
acmeístas, que juntamente con los simbolistas constituirían la citada
edad de plata. La principal fiadora de este mito cultural es Anna Ajmátova,
en los célebres versos del Poema sin héroe , digresión
lírica en la que recuerda y recrea el Petersburgo de 1913.
El viento, recordando o profetizando, murmura:
En el Jardín de Verano cantaban sutiles las veletas,
y la plateada luna creciente
iluminaba la Edad de Plata.
Estos versos parecen aludir a los vientos del cambio que agitan las veletas de “una
nueva poesía”, una poesía moderna, superadora del simbolismo que era,
en palabras de Ajmátova, “un movimiento del siglo XIX”. El movimiento de los
acmeístas toma su nombre del término griego ±fºS, cuyo
significado apunta siempre al “momento álgido” (de fuerza, de poder). Como
ejemplo tomaremos la expresión que se refiere al “akmé de la
vida”, como el momento culminante del ser humano, considerado por el griego de la
época hacia los cuarenta años. Este movimiento, denominado así,
significó la aspiración de llevar a su florecimiento o su plenitud
a la poesía. Su credo podría resumirse en este sencillo principio:
“Escribir con palabras claras sobre asuntos reales”.
Los primeros manifiestos acmeístas fueron escritos por Gumiliov y Gorodetski
en el año 1913, año clave para la modernidad rusa. Se proponen cuatro
principios estéticos, cada uno de ellos vinculados con un clásico:
“Asociar el universo interior del hombre (Shakespeare) a un sabio fisiologismo (Rabelais)
y una incondicional adhesión a la vida (Villon) al perfeccionamiento de las
fuerzas artísticas (Théophile Gautier)”. Pero quizás el más
importante manifiesto de este movimiento fue el escrito por Mandelshtam, La mañana
del acmeísmo (también escrito en 1913, pero no publicado hasta
1919). Mandelshtam fue amigo de los esposos Gumiliov y Ajmátova y de los componentes
del grupo acmeísta. En el citado manifiesto se reivindica el Lógos
como sentido consciente de la palabra poética. La creación poética
ha de ser una construcción armoniosa de palabra y sonido, noble mezcla de
razón y música. Esta enunciación no parece muy lejana de la
teoría del péndulo poético, que pertenece a los escritos sobre
teoría estética de Paul Valéry, escritos una década después
. Como él los acmeístas hacen el doble oficio de escribir poesía
y reflexionar sobre el acto creador.
En la ciudad de Petersburgo, los poetas jóvenes y con deseos de cambio, que
consideraron que el simbolismo había entrado en crisis, habían comenzado
a reunirse, desde 1911 en el Taller de los Poetas como grupo de discusión
y trabajo. De entre ellos surgió el movimiento acmeísta, que
duró poco tiempo, hasta 1915. A partir de entonces cada cual siguió
su trayectoria poética por separado. La llegada de la Revolución de
octubre de 1917, después de un corto período inicial de entusiasmo
y efervescencia cultural, empieza a ser enfriada por un progresivo dirigismo, con
la imposición de una estética oficial, el llamado “realismo socialista”.
Muchos intérpretes consideran que la modernidad artística rusa ha
llegado a su ocaso. Y desde una perspectiva posterior, Adorno será aún
más lapidario, cuando dice en su Estética: “mejor ningún
arte que realismo socialista”. Sin embargo, cuando aún no era posible ese
horizonte distanciado para pensar los acontecimientos de los tiempos que les estaban
tocando vivir, algunos representantes de la intelligentsia rusa se ponen al
lado del pueblo (ese pueblo que el poeta ruso siempre quiso personificar) y apoyan
la Revolución. Para el propio Mandelshtam fue un grandioso acontecimiento
y puso su oficio de poeta a su servicio, aunque años después escribiera
contra ella y contra Stalin (el poema “El lobo”) y fuese finalmente depurado y deportado,
como tantos otros. Ajmátova permaneció fiel a su amistad y con la ayuda
de su otro amigo poeta Borís Pasternak, le prestó siempre todo su apoyo,
hasta su muerte ocurrida en 1938, enfermo y en la más absoluta miseria. Gumiliov
había sido fusilado en 1921, también por sus disidencias con la Revolución.
12.3 El mito de 3Ana de todas las Rusias”
La trayectoria vital y poética de Anna Gorenko (1890-1966) fue mucho más
dilatada que la de sus compañeros y amigos acmeístas. No escribió
Manifiestos, como ellos, pero participó desde el comienzo en las actividades
del Taller de los Poetas, publicando con frecuencia en la revista acmeísta
Hiperborrea. Me aventuro a interpretar que sus poemas son la transcripción
creadora del ideal que proclamaron contra la vaguedad de significados del simbolismo,
“escribir con palabras claras sobre asuntos reales”. Lo comprobaremos en seguida
cuando leamos algunos poemas de su Requiem. En cuanto a la reflexión
teórica sobre el acto creador, que también era un principio
acmeísta, aparece en una época tardía, en los años sesenta,
en su última obra El poema sin héroe.
La poeta, ya desde muy joven, tomó como seudónimo literario el de una
legendaria bisabuela materna, la princesa tártara Ajmátova, un apellido
ilustre de la nobleza rusa. ¿Comienza aquí ya el mito de Ajmátova,
creado por ella misma? Esta es la opinión de Yuri Lotman , que considera como
una tendencia presente en la sociedad culta rusa de los siglos XIX y XX, un desplazamiento
de la atención, de la obra a la biografía del artista. Pushkin fue
un ejemplo de esta mitificación al ser considerado como el arquetipo de una
síntesis ideal entre “arte” y “vida”. Ajmátova cultivó, a lo
largo de toda su vida, ese mito pushkiniano al considerarse a sí misma como
su continuadora y heredera. Si la Edad de Oro ya tenía su mito en el gran
poeta romántico, la Edad de Plata tuvo su musa mitificada en Ajmátova,
con su colaboración consciente, o sin ella.
El mito de Ajmátova pudo estar basado, o alimentado, por el retrato que le
hizo Nathan Altman en 1941. “Alta, delgada, negros cabellos lacios recogidos en un
moño, ojos soñadores, tristes, casi ausentes. Posa sentada, reposada,
largas piernas extendidas, cruzadas, brazos también delicadamente cruzados
por los que cae, indolente, la inevitable mantilla española”. Una mantilla
que parece que jamás tuvo, sino que fue producto de la imaginación
de Blok. Y otro poeta, Brodsky, que siendo él muy joven la conoció
cuando ya tenía sesenta años, dice de ella: “Su sola mirada te cortaba
el aliento [...] durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y
mármol, fotografiado un sinnúmero de personas, empezando por Modigliani.
Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra
entera”. ¿Exagera el amigo y admirador de la Dama (otro apelativo de Marina
Tsvietáieva) o la Emperatriz, como fue llamada en su círculo? Él
mismo describe la vida de ese círculo de intelectuales, artistas y aristócratas,
que llegó ser denominado la “ajmátovka” : gente experimentada, algo
cínica y siempre alegre, que pululaban alrededor de ella y la adoraban. Pero
también explica que en esa reuniones se hablaba fundamentalmente de poesía.
A Ajmátova le gustaba leer sus versos a las personas allegadas, y siempre
se interesaba mucho por su opinión. Juntos hacían las correcciones
pertinentes. Él mismo asistió a las continuas lecturas del Poema
sin héroe, al proceso de reescritura continuada a lo largo de más
de veinte años.
Brodsky habla, con verdadero entusiasmo, de los consejos de la poeta a los jóvenes
creadores, y a él mismo: “Si quiere escribir un gran poema, ante todo invente
su metro”. Y también habla de algo, que los que desconocemos la lengua
rusa, no estamos capacitados para apreciar: la extraordinaria musicalidad de los
versos de Ajmátova, su ritmo y su metro propios, que emergían de sus
versos como una respiración secreta.
Los estudiosos dividen su obra en tres períodos: el primero corresponde al
ciclo poético que comprende de 1912 a 1922. Los más significativos
son: La tarde y El rosario, que corresponden a su filiación
acmeísta. Son poemas amorosos, de un concepto del amor moderno y no idealizado,
como aquel que habla de un amante hipócrita que pretende enmascarar sus deseos
con gestos solícitos y regalos. Dice así:
Es imposible confundir la auténtica ternura,
la que siempre trae sosiego.
En vano solícito arropas mis hombros
y mi pecho con pieles.
Y en vano con palabras dóciles
me hablas de tu primer amor.
¡Qué bien conozco esas tenaces
e insaciables miradas que me lanzas! Diciembre de 1913
Muchas mujeres rusas, cultivadas y modernas, debieron sentirse identificadas con
sus versos, que eran confesiones intimistas de emociones, frustraciones o anhelos.
Ya en estos versos juveniles muestra la tendencia a intercalar textos ocultos, fragmentos
de otros poemas, de otras experiencias vitales. En sus versos hablan múltiples
voces que disuelven la voz propia en una polifonía, en un carnaval de voces.
Esta será también la estructura interna del Poema sin héroe.
El segundo período (1922-1940) está constituido por unos años
de silencio creativo y la ruptura de ese silencio con el Requiem. Ajmátova,
como muchos artistas y poetas que no se pusieron del lado de la Revolución,
el poder interpretó que “estaban contra el” y los persiguió y censuró.
Durante trece años (1922-1935), coincidiendo con el terror stalinista, fue
incapaz de crear nada. Este mudez, impuesta en parte, pero probablemente también
autoinglingida, quién sabe si como forma radical de condena del horror, la
conjuró a partir de una visita a Mandelshtam, que ya había sido desterrado.
Las conversaciones con el amigo poeta le devolvieron la voz y ésta se alzó
con los primeros compases del Requiem.
El tercer ciclo poético de Ajmátova (1940-1965) comienza con una
serie de poemas épicos, de llamada a la resistencia contra la invasión
nazi, en la que los rusos llamaban la Guerra Patria (1914). Cuenta en sus notas autobiográficas
que, al igual que otros poetas, actuó con frecuencia en hospitales, leyendo
poemas a los combatientes heridos. Esto le valió una rehabilitación
parcial, pero apenas se publicaban sus poemas, sí algunos de la primera época,
pero no el Requiem, no publicado en la Unión Soviética en vida
de la poeta. Hasta el mandato de Gorbachov no vio la luz en su país. En esta
tercera y última época, y a lo largo de veinte y dos años, fue
escribiendo el Poema sin héroe, en el que reconstruye su vida pasada
de la época modernista de Petersburgo. Para algunos autores este es el texto
fundacional de la modernidad del siglo XX, los mismos que consideran a Pushkin como
el fundador de la modernidad del siglo XIX. Todo el Poema respira una nostalgia de
cultura universal, en la que se sintió inmersa. Y muchos años después
de aquellas experiencias vividas como extraordinarias, vuelve a aquella época
y su voz se diversifica. Es autora, crítica, héroe del poema, lector
y teórica del arte, en un caleidoscópico juego de espejos, en el que
el héroe está ausente, o puede ser la ciudad, el mítico Petersburgo.
El Poema es la crónica poética de la cultura rusa de la modernidad.
La mirada de esta mujer poeta abarca épocas de tránsito: entre dos
siglos, dos revoluciones y dos guerras. Es testigo de convulsiones profundas, tanto
en el ámbito artístico como político y social. Y su obra tiene
siempre una relación con sus experiencias vitales, porque su mirada poética
establece un vínculo con el sufrimiento de su pueblo, antes y después
de la caída de los zares. Es la trágica voz de la memoria de su pueblo.
En sus escritos autobiográficos, que no llegó a terminar, escribe las
siguientes palabras en 1965, un año antes de su muerte, en las que es de admirar
la serenidad con la que es capaz de hablar desde la distancia de su vejez:
Nunca he dejado de escribir poesía. Significa para mí un vínculo
con el tiempo, con la nueva vida de mi pueblo. Escribirla me permitió vivir
al compás de los mismos ritmos que resonaban en la heroica historia de mi
país. Me siento feliz de haber vivido estos años y haber sido testigo
de acontecimientos sin parangón en la historia .
12.4 Requiem: memoria y dolor
En 1935 la poeta conjura y exorciza el silencio creador. Su voz se diversificó
y transmutó en las voces de todas las mujeres rusas: madres , esposas, hermanas
de los presos de la cárcel “Las Cruces” de Leningrado. Junto a ellas pasó
diecisiete meses, haciendo cola para entregar un paquete para los prisioneros, con
el temor de que éste no fuese aceptado, lo cual era segura noticia de su muerte.
Ella misma cuenta que un día una mujer, que ocupaba su lugar detrás
de la poeta, se acercó a ella y en voz muy baja le dijo:
- ¿Y usted podría escribir esto?
Yo repuse:
-Sí, puedo.
Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había
sido su rostro.
La experiencia personal y compartida del dolor, que muestran sus versos, es la inversión
de las tesis oficiales del “realismo socialista”. La poeta habla sobre asuntos reales,
sobre la experiencia del horror; y no de la imagen idílica del paraíso
soviético cantado por los propagandistas del régimen. Hablar sobre
la realidad era el principio acmeísta, y cuando la realidad es trágica
la voz de la poeta es canto de ultratumba, lamento y requiem. Su creación
fue obra de arte comprometida con la realidad, creando un nuevo realismo, inverso
del mal llamado realismo socialista
Durante más de veinte años, Ajmátova fue perseguida, censurada
y marginada por el poder y por la Sociedad de Escritores soviéticos. La poeta,
que había recuperado la voz, utiliza una estrategia defensiva para poder seguir
creando: escribe los versos y después se los aprende de memoria y los recita
a sus amigos y conocidos. Adapta su poesía a la realidad, y como en ella no
puede dejar rastro, quema sus archivos (después de la detención de
su hijo y de su compañero sentimental) y adecua su poesía a los modelos
de transmisión y recepción oral. La oralidad no era ajena a la tradición
de la poesía rusa, especialmente de Pushkin, quien difundía oralmente
sus poemas sociales y satíricos más comprometidos. Podemos conjeturar
que si Ajmátova había pensado de sí misma, alguna vez, que quería
ser la heredera del gran poeta ruso, ensayar una nueva manera de poetizar que se
adaptase a la transmisión oral, debió ser para ella una satisfacción.
La oralidad supuso un cambio en los versos de Ajmátova. Si se me permite soltar
la imaginación (“la loca de la casa”, como la llamaba Teresa de Jesús)
hacia una posible biografía-artística-ficción, recordemos que
comenzó a escribir el Requiem después de su visita a Mandelstham.
La concepción de la poesía que compartían era la de una construcción
armoniosa de palabra y sonido. Para lograr esa armonía entre el sentido y
el sonido (para sus nuevos poemas adaptados a la oralidad) debía intentar
cambiar los dos polos: una nueva música y una nueva manera de usar el lenguaje
poético. Ambos, en conjunción armónica, habían de dar
cuenta de la realidad, y como la realidad era dolorosa, la música de los versos
debía sonar como lúgubre letanía. Y aquí ha de acabar
la biografía inventada, si queremos volver a la credibilidad de esta interpretación.
Del sonido de los versos no podemos dar cuenta (sólo de su traducción,
que también suena a canto fúnebre), pero sí del uso de las palabras.
El lenguaje poético experimentó el siguiente cambio: sus versos se
hicieron más precisos, con un lenguaje sencillo y directo, como sentencias
o como aforismos fragmentarios, condensando el sentido en pocas palabras. Como estos
tres cuartetos de su poema La sentencia :
Y cayó la palabra de piedra
sobre mi pecho, aún con vida.
No es nada, siempre supe que así sería,
sabré enfrentarlo de la mejor manera.
Son muchas las cosas que aún debo hacer:
acabar de matar la memoria,
procurar que mi alma se vuelva de piedra,
y aprender de nuevo a vivir.
Y si no...El cálido susurro del verano
Semeja una fiesta bajo mi ventana.
Hace tiempo ya lo había presentido:
Este diáfano día y esta casa vacía.
Verano de 1939
Tratemos de interpretar el segundo cuarteto, en que aparecen tres versos en forma
de expresiones formularias, siendo la última la consecuencia del cumplimiento
de las anteriores. A pesar del dolor, quiere aprender de nuevo a vivir, o a mantenerse
a flote, como una superviviente. Para ello conjura el dolor mediante sus poemas,
que ahora suenan al compás de los ritmos que resonaban en la trágica
historia de su pueblo. Sus sencillos versos son fórmulas de consuelo, o así
pienso que debieron interpretarlos (sentirlos) el público de oyentes a quienes
estaban dirigidos : el pueblo ruso y sufriente de la época. A ellos les dice
(o canta) que para aprender de nuevo a vivir se han de seguir dos principios: olvidar
(“matar la memoria”) y endurecerse (“petrificar el alma”).
Cuando interpreto estos versos me vienen a la memoria las palabras del sabio Epicuro,
el “filósofo del Jardín”, que también vivió unos tiempos
atormentados. Era la época de las guerras del Gran Alejandro, que sumieron
a su pueblo en la enfermedad, el dolor o la muerte. Cuenta la tradición que
en la puerta de su escuela y vivienda comunitaria, a la que denominaban “El Jardín”,
había gravados en piedra cuatro grandes principios y remedios: “No hay que
temer a los dioses”, “se puede soportar el dolor”, “no hay que temer a la muerte”,
“se puede conseguir la felicidad”. Este cuádruple remedio (ƒµƒ¡±D±¡º±føO)
debió servir como bálsamo del alma y medicina para muchos de los desdichados
que acudían a su enseñanza. En un sentido análogo, los versos-formularios
de Ajmátova eran, a pesar del dolor, lecciones de vida, bálsamo, lenitivo
y remedio. Lo comprobaremos si entramos en el último cuarteto
“Y si no”......
No obstante la “casa vacía”, la vida continúa en el esplendor de la
naturaleza, “que semeja una fiesta bajo mi ventana”. La supervivente, a pesar sus
padecimientos (y los de u pueblo), sigue haciendo una elección por la vida.
En el Epílogo del Requiem hay una metáfora que me sugiere algo
emparentado con la idea anterior de que su poesía tenía la intención
de ser consuelo para su pueblo. Me refiero a la metáfora del “amplísimo
manto” o “vasto sudario”, según las dos traducciones que conozco. Un amplísimo
manto sugiere cobijo y protección y un vasto sudario es una alusión
bíblica en forma alegórica, según su traductor e intérprete
Jesús García Gallardón. Para tejer su canto de dolor alude al
“santo sudario” con el que José de Arimatea cubrió el cuerpo de Cristo,
al bajar de la cruz. No he querido entrar, conscientemente, en la dimensión
de lo sagrado que está presente en Ajmátova. Sabido es que perteneció
a la Iglesia Ortodoxa rusa, pero este aspecto de su poesía no me interesa
investigarlo. El 'tirón de la transcendencia', pensado como necesaria religación
con la divinidad, es una deuda de la cual la humanidad ilustrada creyó haber
quedado exenta, tachándola de “superstición y prejuicio”. Deuda (Schuld)
que, más tarde Nietzsche identificara con la “culpa” (el alemán
usa el mismo término, Schuld) en aquellos memorables análisis
filológicos de la Genealogía de la moral. Y en este aspecto
declaro mi filiación nietzscheana.
12.4 Poema sin héroe: enigma y palimpsesto
Estamos ante uno de los textos poéticos más complejos de la literatura
rusa. Para aproximarse al enigma de su sentido se necesitan claves, conocimiento
de la época que recreó, la vida cosmopolita de la ciudad de Petersburgo
de 1913, de sus acontecimientos sociales y artísticos, y fundamentalmente
necesitaríamos haber frecuentado a sus poetas.
Decíamos en los capítulos introductorios que ante la obra de arte pueden
adoptarse dos actitudes: la de la inmediatez o la ingenuidad estética, en
la que el intérprete pretende deleitarse atendiendo sólo a sus propios
recursos; o en el extremo opuesto, el que necesita de explicaciones complementarias
o del amparo de una teoría. Ante el texto de Ajmátova hemos de elegir
esta segunda opción. Porque ella misma así lo pensó, y prueba
de ello son las notas explicativas, comentarios, dedicatorias o digresiones líricas
escritas como acotaciones de una obra de teatro, incorporadas al Poema. Y
como texto independiente, iba escribiendo simultáneamente unos comentarios
en prosa, que constituyen el escrito Prosa sobre el poema. En este último
dice que los comentarios fueron concebidos como “lucha incesante con el lector”,
pero también como “ayuda al lector”. Esta contraposición aparente podría
entenderse como estímulo a la interpretación y disfrute de sus versos,
pero en forma de reto. Por una parte, parece que hay en Ajmátova una intención
de mostrar, pero, a la vez, parece querer ocultar su sentido. Oigamos las siguientes
palabras, que fueron escritas “A manera de prólogo” del Poema.
Llegan hasta mí rumores de absurdas interpretaciones de Poema sin héroe.
Hay incluso quien me aconseja hacerlo más inteligible.
No lo haré.
El poema no tiene ni tres, ni siete, ni veintisiete sentidos.
¿Quiere sugerirnos Ajmátova que tiene un solo sentido? No parece coherente
con la actitud artística y personal de la poeta. Y de ello pueden dar cuenta
las lecturas y recitaciones ante su público de amigos y seguidores, y las
correcciones inducidas por ellos que iba introduciendo en este texto en continua
transformación. La segunda posibilidad es que posea no siete, no veintisiete,
sino múltiples sentidos. Y que éstos puedan ser recreados cada vez,
en cada lectura, en cada nuevo intento de interpretación.
Ésta es mi propuesta final. Y pido que no se interprete como un gesto de “lanzar
la toalla” o de deserción, sino de invitación y provocación.
Porque para acercarse al enigma del sentido del Poema habría que escuchar
las voces superpuestas de todas las sombras o fantasmas que por él circulan,
el “coro secreto” formado por Mandelstham, Tsvietáieva, Gumiliov, Blok, Brodsky,
Maiakovski y tantos otros. La estructura intertextual de este escrito nos obligaría
a leer y conocer las creaciones poéticas de todos ellos para desentrañar
algo del secreto velado del Poema. ¿Era ésta la intención
de Anna Ajmátova, ser la voz de la memoria colectiva de su pueblo y un palimpsesto
de sus poetas? |
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