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IDILIO Y DESENCUENTROS EN EL BARRANCO
NIHILISTA
Julia Manzano Arjona
Nihilismo es un término filosófico desdichadamente en boga,
usado y abusado en el lenguaje cotidiano, en los medios de comunicación y
en la calle. Por ello es de interés ir a las fuentes filosóficas, al
padre Nietzsche, su creador. Las páginas siguientes pretenden hacer un recorrido
por el pensamiento nietzscheano, para indagar el caldo de cultivo metafísico
al que responsabiliza del “acontecer inaudito y terrible” al que denominó
nihilismo. Sin embargo, confió en la potencia de su espíritu
para conjurarlo y pasar al otro lado. Heidegger también pensó el nihilismo,
que para él significaba “olvido de la cuestión del ser”, y para pensarlo
se enfrentó con el titán Nietzsche, aunque, como él, acusaba
a la metafísica de nihilista. Heidegger quedó embarrancado, durante
un tiempo, en la peligrosa zanja nihilista, aunque después la sortease al
adentrarse en un espacio interior o temple de ánimo que llamó serenidad.
La historia de esta confrontación es hoy, de hecho, la trayectoria faústica
y abismal de nuestra época.
ÍNDICE
2. HEIDEGGER, 'EL FILÓSOFO DEL SER'.
2.1 Introducción: luces, tinieblas y serenidad.
2.2 Relación entre sus ideas políticas y su pensamiento.
2.3 La metafísica como tarea y destino del hombre histórico.
2.4 La vuelta a lo 'no-pensado' por la metafísica: la contemporaneidad de
lo originario.
2.5 Las épocas (µ¿ø«±p) del ser y la superación
de la metafísica.
2.6 El 'olvido de la cuestión del ser' es nihilismo.
2. HEIDEGGER, 'EL FILÓSOFO DEL SER'. 
2.1 Introducción: luces, tinieblas y serenidad
Hablar de Heidegger (1889-1976) lleva de suyo una toma de posiciones ante su
vida y su obra. Siempre es difícil iniciar tal diálogo, ya que ambos,
pensamiento y vida, son muy controvertidos y sumen a sus estudiosos en incómodas
perplejidades. En los años de posguerra, cuando los hombres comienzan a poder
distanciarse de sus horrores y volver al ejercicio del pensamiento, glorificaciones
y anatemas se dan al unísono. Con posterioridad, y con recurrencia imprevisible,
un nuevo texto de o sobre el mayor filósofo alemán de esta siglo, un
nuevo 'hallazgo' de algún rastreador de oscuridades, vuelve a traer a los
medios y a poner, de nuevo, de actualidad el 'caso Heidegger'.
Para seguir los vericuetos de la larga noche de un espíritu, que suponemos
atormentado, haremos tres posibles calas de observación y cada una de ellas
estaría representada por un concepto: cristianismo, angustia y serenidad.
La primera, relativa al joven Heidegger, formado filosófica y teológicamente
en el rigor de la tradición escolástica y en las lecturas de Kant,
Schleiermacher e Ignacio de Loyola, su guía espiritual de esta época
y cuyo aliento místico nunca le abandonó. También su escrito
de habilitación: La doctrina de las categorías y de la significación
de Duns Scoto (Die Kategorien und Bedeutungslehre des Duns Scotus, 1916)
31 está en esta órbita de pensamiento. A través
de una elaboración personal intenta apropiarse, de un modo nuevo, de lo pensado
en la metafísica occidental, en este caso, de la lógica medieval y
la mística de Eckhart. Plantea la necesidad de ir más allá de
la lógica y su negativa a considerar las categorías como puras funciones
del pensamiento; su validez se fundamentaría en la vida de la consciencia,
que se caracteriza por su temporalidad e historicidad. En las páginas finales
del escrito hace referencia a Hegel; el joven Heidegger se acerca a su pensamiento
no por la vía del neohegelianismo -entonces incipiente-, sino precisamente
a partir de la teología especulativa de la escuela católica de Tübingen
(donde Hegel había también realizado sus estudios de juventud).
El segundo hito lo estableceremos en torno a la serie de reflexiones que el concepto
de la angustia le suscitara. El piadoso joven abandona formalmente el catolicismo.
“El sistema del catolicismo me resulta problemático e inaceptable”, le dice
en una carta de 1911 a su amigo el sacerdote Krebs. El escrito más importante
de esta época (y según algunos autores, el de toda su producción)
es Ser y tiempo ( Sein und Zeit, 1927) en el que se plantea, en continuidad
con las reflexiones anteriores, el problema de reconocer la historicidad del “espíritu
viviente”, es decir, la efectividad de la existencia, frente al sujeto puro transcendental
kantiano. Ahora, por influencia de Kierkegaard, se consagra al problema de la existencia
como problema existencial 32 considerando, sin embargo, que aquel no supo
verlo desde una perspectiva ontológica (relativa al ser), ya que estaba aún
bajo el dominio de Hegel, que se quedó en lo meramente óntico (los
entes intramundanos). A partir de 1a existencia de aquel ente que se abre a la comprensión
del ser, o ser-en-el-mundo (Dasein) 33 o proyecto lanzado al mundo,
se inaugura la reflexión sobre el tema de la angustia, que está relacionada
con la nada y la finitud. Aquello ante lo que se angustia la angustia es el mismo
Dasein, o “ser-ahí” La existencia humana es finita, colgada entre dos
nadas: nada de origen (fundamento en falta) y nada como finalidad (ser-para-la-muerte).
Al año siguiente, 1928, al ser nombrado sucesor de Husserl en la universidad
de Friburgo, prepara el texto ¿Qué es la metafísica? (Was
ist Metaphysik?), donde vuelve sobre el problema de la angustia por la falta
de fundamento de la existencia. En él plantea que las ciencias se preocupan
del problema del ente y nada más. Y continua preguntándose:
¿qué es esta nada, tenemos una experiencia de ella?. Sí, se
responderá, pero no a nivel de comprensión, sino a nivel emotivo, y
es la vivencia de la angustia. A diferencia del miedo, que es siempre miedo a algo
(un objeto determinado), la angustia se revela como miedo ante la nada (temor sin
objeto, dirá más tarde en sus análisis Freud). ¿De qué
se angustia la angustia? De nada o de la nada. El Dasein se siente amenazado
en su existencia misma, como tal, y se hunde en la insignificancia. Así advierte
que no está en el mundo como un ente cualquiera, sino que se siente extraño,
ajeno al mundo. Y es la angustia la que sitúa al Dasein ante su propia
transcendencia, que en este contexto significa responsabilidad
De los análisis anteriores surge el gran malentendido de considerar a Heidegger
como un filósofo existencialista, es decir, preocupado por la existencia
humana con sus inseguridades, desazones y temores (al modo de Sartre, Beauvoir o
Camus), cuando en realidad su verdadero tema era 'el ser y nada más que el
ser'. Para pensarlo necesitaba, en primer lugar, establecer la diferencia
con respecto a los entes intramundanos. Él mismo, y reiteradamente, avisa
de ello. Ya en las primeras páginas de Ser y tiempo dice de forma explícita
que la analítica del Dasein sólo era un camino para plantear
adecuadamente la cuestión del ser en general y en cuanto tal. Es sabido que
esta obra no la acabó, se quedó sin palabras porque el lenguaje de
la metafísica tradicional no le servía. Más tarde usará
un lenguaje más próximo a la poesía y su obra se alejará,
cada vez más, de lo que tradicionalmente era la terminología filosófica
(de un profesor alemán, además). Así empezaba a consumarse la
condena de los múltiples malentendidos a los que hubo de estar expuesto Heidegger,
durante toda su vida.
A esta larga noche de la angustia pertenecerían los análisis sobre
nuestro mundo y nuestra época, a la que denomina “mundo de la técnica”.
34 Gestell es el término que acuña para designar
la esencia de la técnica y es de difícil traducción35
; usaremos la de E. Barjau “estructura de emplazamiento”, ya que refleja la
idea de que en el mundo de hoy la técnica (el ser que subyace en la esencia
de la técnica) provoca al hombre, se le impone. Remonta Heidegger sus análisis
a la mentalidad del hombre moderno, que nace con Descartes. El sujeto cartesiano
pretende conocer el mundo para dominarlo; así va introduciendo en él
organización y automatización. En la época actual
este proceso se ha consumado, y la relación del hombre con el ser ha quedado
pervertida y trastocada, ya que ahora es la técnica la que hace ser (valer)
al hombre y al ser. Usamos y abusamos de la naturaleza, la destruimos y así
creemos estar ejerciendo una dominación absoluta sobre ella; pero por este
camino las más altas virtualidades del hombre: la reflexión filosófica
y la palabra poética empiezan a quedar abolidas.
Es de interés poner de manifiesto que Heidegger es ambiguo al tratar este
tema. Así dice en su escrito El principio de identidad, en que vuelve
a reflexionar sobre el mundo de la técnica 36 , que en el Gestell
se experimenta el juego de la “transpropiación recíproca” entre
hombre y ser, que significa que “hay una mutua pertenencia de hombre y ser
a modo de provocación alternante (...) que de la misma manera que el hombre
es dado en propiedad al ser, el ser, por su parte, ha sido atribuido en propiedad
al hombre”. 37 Heidegger daba ya una extraordinaria importancia a lo que en
Ser y tiempo (en el capítulo dedicado al tema de la muerte), llamaba
modo de ser propio, que significaba una manera de comportarse con el carácter
oneroso del ser-ahí, no rehusando la carga de la existencia, sino asumiéndola.
El hombre auténtico (propio) lleva, como Atlas, el peso del mundo, pero además
ha de tener un audaz proyecto de vida. Retomando estos análisis de Ser
y tiempo, tres decenios más tarde, y pasada la tormenta devastadora del
nacionalsocialismo, Heidegger sigue preocupado por el modo de ser propio e
impropio en el texto ya citado de El principio de identidad (1957). Ahora
interpreta que en la época del mundo que ha denominado como Gestell (en
la que ejerce su dominio la técnica) y si tomamos consciencia de que ese es
hoy nuestro genuino lugar (“no podemos desechar el mundo técnico como obra
del diablo, ni tampoco destruirlo, caso de que no se cuide él mismo de hacerlo”,
dice en las páginas finales del escrito), al volver a intentar la pregunta
por el sentido del ser, pensamos la identidad entre hombre y ser. Lo nuevo
y extraordinario que sucede ahora es que en la constelación hombre y ser comienza
a gestarse la co-pertenencia -Zusammengehören-. Hombre y ser se atribuyen
propiedad mutuamente, se alcanzan el uno al otro en su esencia, y ello es el
preludio del verdadero acontecimiento (Ereignis), de la mutua pertenencia
de ambos en el ámbito de la serenidad (Gelassenheit).
2.2 Relación entre sus ideas políticas y su pensamiento
Pero antes de llegar a este temple de ánimo sereno de fin de trayecto,
el espíritu de Heidegger aún hubo de atravesar una zona de tiniebla
llamada nacionalsocialismo. Como pensador y como alemán, igual que otros muchos
intelectuales, fue nacionalista (piénsese, por ejemplo, en los Discursos
a la nación alemana de Fichte, 1808), y desde este presupuesto concibió
la historicidad de la existencia en Ser y tiempo. Este nacionalismo, aún
no hitleriano, le llevó al nacionalsocialismo al identificar filosofía
y política, e historia con 'historia del ser'. Es decir, la subida de los
nazis al poder significó para Heidegger un nuevo acto del ser, a la vez que
una revolución; era mucho más que política, era un evento (Ereignis)
poderoso para el ser-ahí, un cambio de época.
Rüdiger Safranski, en un libro magnífico, de reciente publicación
en España, Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo 38
ha reconstruido una escenografía de la época y tiene el mérito
extraordinario de ir introduciendo el pensamiento de Heidegger, contextualizándolo
para tratar de entenderlo; ya que en su aventura intelectual y vital están
presentes las pasiones y catástrofes de nuestro siglo. Así elabora
todo un entramado en la que están contempladas ideas filosóficas con
las que Heidegger dialoga (Husserl, Jaspers, Scheler, Cassirer, Kojève, Sartre
y tantos otros), problemas sociales (el paro, la crisis económica, las reparaciones
exigidas a los alemanes después de la Primera Gran Guerra) y el sistema político
de la República de Weimar, que se sentía impotente para solucionarlos.
La tesis de Safranski, con la que me identifico, es que Heidegger “soñó
la política”, e intentó hacer coincidir la historia “real” con la historia
de la filosofía (de los envíos o mandatos del ser), reservándose
el papel de intérprete auténtico (en sentido propio). La toma
del poder por el nacionalsocialismo desató un sentimiento esperanzado entre
las masas, ya que confiaban en su pretensión de solucionar los problemas y
configurar de nuevo “el espíritu del pueblo”. Heidegger, metido en la red
de su propio sueño de una historia del ser, decidió adherirse al movimiento.
39
No es de extrañar, por tanto, que se viese a sí mismo como artífice
de la Universidad que habría de ser la guía espiritual de Occidente
y que aceptase el cargo de rector de Friburgo. Consideraba que la filosofía
ha de adueñarse de su tiempo y que el filósofo ha de jugar el papel
de “sabio caudillo y guardián” (como en la República de Platón,
del que está impartiendo un curso en el año 1932). Un claro reflejo
de estas ideas es su controvertido Discurso del Rectorado en el que
se refiere al citado “principio de caudillaje”. En 1934 deja el cargo, ha permanecido
apenas un año, pero no lo abandona por desacuerdos con el Reich, sino por
una pretensión de mayor pureza en el movimiento “revolucionario”, encargado
a los fuertes, los osados y los resueltos (Nietzsche, con el que se debatió
largos años, está en el transfondo). No se sabe exactamente cuantos
años conservó el carnet del partido nazi, o si llegó a devolverlo
alguna vez, cuestiones en las que se demoran los preocupados analistas del 'caso
Heidegger'. Lo que sí creo que es importante es qué relación
puede establecerse entre su pensamiento y sus ideas políticas. Esta es la
cuestión, aquí sí valdría la pena que los 'preocupados'
se demorasen.
Para intentar entender esta relación entre filosofía y política
usaré un concepto, que considero clave en todo su pensamiento: Geschick,
que habitualmente se traduce por “destino”, pero que también puede traducirse
como “comisión”. Para esta interpretación, nos quedamos con este segundo
sentido. Los estudiosos de Heidegger hablan de dos etapas en su pensamiento, diferenciadas
en cuanto a la relación entre el ser y el Dasein. En la primera, en
la analítica existenciaria de Ser y tiempo, el que tiene la
primacía es el Dasein, que lanza en el proyecto un mundo y al ser mismo.
En el llamado segundo Heidegger se produce una inversión en su pensamiento,
ya que el que ostenta la primacía es el ser: el ser se da o se presenta a
través de envíos o “comisiones”, dando lugar a las épocas (µ¿ø«±p)
del ser. El ser dicta y comanda y el hombre ha de ponerse a la disposición
de tal dictado. En La superación de la metafísica (Überbindung
das Metaphysik,1954) 40 encuentro palabras reveladoras relativas al tema
que nos ocupa. La metafísica es la fatalidad de Occidente (especialmente de
Europa, de su región central, dice; es decir, de Alemania) y el presupuesto
de su dominio planetario. La razón oculta de esta fatalidad es que “el ser
no ha tomado aún sobre sus espaldas su dominio incondicionado”. 41
Este vacío, producido por el olvido del ser, es la ausencia de destino (Geschick)
y la no historicidad. Esta situación lleva a los hombres al error de la necesidad
del cálculo y la organización general de todas las cosas, es decir
al mundo de la técnica. Y aquí la palabra técnica abraza
todas las zonas del ente que están equipando la totalidad (“la naturaleza
convertida en objeto, la cultura como cosa que se practica, la política como
política que se hace, los ideales como algo que se ha construido encima” 42
). En todos los territorios reina la errancia porque no se conoce la verdad del ser
y sus mandatos, y ello se traduce en planes que aseguran la seguridad y la posesión.
Se necesitan jefes, planes, programas de actuación; la era del Gestell
es el intento de organización de la penuria.
¿Cómo no ver en las palabras de este pensador incómodo, pero
rabiosamente actual, una nostalgia de formas totalitarias de gobierno y una crítica
de toda forma de igualitarismo democrático?. Una vez fracasado el programa
del nacionalsocialismo y quedando incumplido el dominio incondicionado de ese ser
misterioso que siempre se oculta y enmascara sus comisiones. ¿Qué
hace Heidegger?, ¿se arrepiente, hace declaraciones públicas claras
y explícitas? Safranski analiza pormenorizadamente el proceso. 43 El
año 1944 redacta Heidegger su primera autojustificación, ya que le
han advertido que ha de renunciar a su casa, su biblioteca y que no podrá
ejercer su profesión. Su autodefensa se basará en los mismos argumentos
de años venideros : nunca tuvo un cargo en el Partido y nunca ejerció
ninguna actividad en él o en alguna de sus estructuras. La administración
militar francesa crea una Comisión de Depuración, que en principio
parece tener una actitud benévola hacia él. Pero en esta comisión,
de la que forman parte algunos antiguos compañeros de la universidad de Friburgo,
está Adolf Lampe, que se muestra implacable. Sus argumentos contra Heidegger
son las encendidas proclamas a los estudiantes, que hizo en sus tiempos de rector,
en el más puro estilo de propaganda nacionalsocialista y la imposición
sin discusiones del principio de caudillaje.
Frente a Lampe desarrolla Heidegger aquella línea de defensa propia que mantendrá
hasta la entrevista hecha por el semanario Der Spiegel en 1966 y no publicada
hasta después de su muerte, en 1976, por deseo expreso del autor. En ella
aduce que prestó apoyo al nacionalsocialismo porque esperaba de este movimiento
una nivelación de los contrastes sociales en el suelo de un renovado sentimiento
nacional, y que si aceptó el cargo de rector y permaneció en él
durante una año fue para evitar “cosas peores” (la elección de Aly,
un magnate del Partido). Lampe está indignado por la total ausencia de culpa
y le exige responsabilidad personal ( en alusión a su teoría
del modo de ser propio).
Finalmente se le retira la venia docenti desde 1945 hasta 1951. Se sabe que
en 1946 padeció una crisis psicológica y después de superar
el derrumbamiento se dedica a escribir, con una furia creativa asombrosa, y a impartir,
a veces, Seminarios privados, y finalmente se refugia en sus soledades y en su casa
de campo recibe amigos, les lee sus textos y da largos paseos, intentando buscar
por otra vía el sentido del ser. Y tras el largo tormento de la angustia producida
por sus fracasados intentos, cree vislumbrarlo en el espacio interior de la serenidad.
Así entramos en la tercera etapa de esta periodización que estamos
intentando. El debate en torno al lugar de la serenidad ( escrito en 1955,
pero no publicado hasta el 1959) 44 , es un breve opúsculo dedicado
a sus vecinos de Messkich, su pueblo natal. Lo tomaremos como metáfora del
final de su trayectoria intelectual y vital. Lleva un subtítulo significativo:
“De un diálogo sobre el pensamiento en un camino de campo” y es un fingido
coloquio entre un <investigador>, un <profesor> y un <erudito>.
Su propuesta es pensar, de nuevo, la esencia del hombre. Para ello parte de su situación
en la que denomina la era atómica o mundo de la técnica, en el que
predomina un pensamiento “calculador” y con ello la aceptación del dominio
de los objetos.
Lo que ahora propone es una nueva reflexión sobre tal dominio. Piensa, como
en los escritos anteriormente citados, que no es posible rechazar del todo la época
del Gestell: se pueden usar los objetos, servimos de ellos de forma apropiada,
manteniéndonos libres de manera que podamos desembarazamos también
de ellos. Podemos decir sí y decir no, usar los objetos, pero teniendo presente
que podemos rehusarlos en la medida en que nos requieran de modo exclusivo, hasta
el punto de que lleguen a devastar nuestra esencia. Esta es la serenidad 45
para con las cosas. Y para oponerse a las desdichas anteriores sugiere un pensamiento
“meditativo” en el trayecto de un paseo lento por el campo. Pongámonos a la
escucha de sus palabras:
-Erudito. Para ir a la proximidad del caminar de hoy en el camino del campo.
-Profesor. El cual nos ha guiado profundamente en la noche...
-Investigador. ..que brilla cada vez más hermosa...
-E. Sobrepasando en asombro a las estrellas...
-P. ¿Podría entonces el asombro abrir lo cerrado?
-I. Por el modo de estar a la espera...
-P. Si esta espera es serena
¿Encontró Heidegger el espacio interior y el temple de ánimo
de la serenidad, del desasimiento extremo del mundo de los hombres? ¿Es legítimo
juzgar el antes y el después de este largo camino?. Hegel creía que
no se puede juzgar a los genios; contra él creo que se puede y se debe crear
tribunales morales, especialmente para ellos, porque ellos son, o deberían
ser los verdaderos responsables.
2.3 La metafísica como tarea y destino del hombre histórico
Pienso que querencia humana es abrirse a todo lo que hay, llámese naturaleza,
mundo o ser. Cómo se constituye la realidad, a qué principios obedece
(si es que tales principios existen), o cómo damos razón de ella son
los grandes temas del pensamiento, los asuntos que dan que pensar. La tarea del pensar
nos apremia, y para pensar es necesario preguntar, ya que preguntar es querer saber.
Ayer, hoy y siempre los hombres se han preguntado acerca de lo que hay. ¿Qué
es?, §p µVƒpO se preguntaban los griegos, nuestros padres filosóficos.
Y al preguntar de esta manera pretendían establecer una distancia con respecto
al modo común de preguntar. Esta toma de distancia es lo que andando el tiempo
vino a llamarse 'teoría' (del verbo griego Pµ…¡µ…, “observar”,
“examinar”, “contemplar”) y significa un querer tener acceso a todo lo que hay desde
la perspectiva de lo universal. Así nace la filosofía entendida como
µ¿pVƒSºS, como conocimiento deducible de unos primeros principios
o premisas, ciencia del 'ser en tanto que ser' (como reza la definición aristotélica),
filosofía primera o metafísica.
Heidegger, al que hemos llamado el 'filósofo del ser', cree que la metafísica
es la tarea y el destino del hombre histórico. Este existente, el Dasein,
ha de ponerse a la escucha del ser y dejar que éste se le manifieste. La metafísica
es la historia del ser y nuestra historia. El pensador alemán reflexiona en
Introducción a la metafísica (Einführug in die Metaphysik,
1935) sobre las bases, el fundamento y la significación de la metafísica
asumiendo su propio pasado, es decir, su propia condición histórica,
que es la de pertenecer a cierta tradición. Su filosofía se prefigura
ya en Ser y tiempo como una problematización de las bases mismas del
pensamiento occidental, y aunque la relación ser-tiempo no llegó a
ser tratada porque su obra se interrumpió, sin embargo plantea la interconexión
ser-Dasein, entendiendo éste como constitutivamente temporal e histórico.
La metafísica no indica una esfera particular de la reflexión, sino
la denominación del lugar y el dominio propio de la filosofía.
En las lecciones sobre Nietzsche, que pueden leerse como una autointerpretación
recóndita de su propio pensamiento, en el año 1939 dice: “La metafisica
es el título de las cuestiones propiamente dichas de la filosofía”47
¿Cuáles son estas cuestiones? El ser como tal y en su totalidad. La
pregunta por el ser es la posición fundamental de la metafísica de
Occidente, pero a pesar de que tal pensamiento se planteó el problema del
ser, éste continuamente cayó en olvido y fue sustituido en todos los
casos por el ente. Este error, que acompaña a toda la historia de la metafísica,
no lo considera Heidegger como atribuible a este o aquel sistema de pensamiento,
sino que es un hecho que incumbe al ser mismo, es un destino (Geschick). La
metafísica como “olvido del ser” determina el modo de constitución
existencial del Dasein, que no es otra cosa que proyecto, proyecto de apertura
al ser. El filósofo ha de ser requerido y ha de poseer un temple de ánimo
que le obligue a estar dispuesto a prestar atención a la palabra del ser,
ha de aceptar su 'dominación incondicionada'. Pero ¿cuál es
la respuesta a tal llamada? Abandono, relegación, olvido. El destino del ser
es la errancia (Irrnis), no encuentra oídos dispuestos a escucharle,
y este hecho es consustancial al ser mismo, al cual Heidegger mienta con el término
griego ±ªSPµp± 48, que significa iluminación
y ocultación a la vez. Esta ambigüedad originaria de la palabra será
ya para siempre para Heidegger el sentido o el 'sin-sentido' del ser. El ser se muestra
en la palabra, porque la palabra es la 'casa del ser'. Pero el ser parece querer
jugar al escondite con el filósofo, o al menos eso parece querer decirnos
Heidegger, quizás poniéndose a la escucha de lo que en un tiempo originario
Heráclito, 'el oscuro', dijo acerca de la ’=Vp¬, que “gusta de ocultarse”.
2.4 La vuelta a lo 'no-pensado' por la metafísica: la contemporaneidad
de lo originario
El filósofo del ser se encuentra con la tarea, preparada por su propia
tradición, de tener que repensar la historia de la metafísica para
pensar lo impensado en ella, lo olvidado, el ser mismo. Para ello cree necesario
volver a plantearse la pregunta originaria: “¿Qué pasa con el ser?”,
propone repetir el origen de nuestra historia, recomenzarla originariamente, con
todo lo que de extraño, oscuro e inseguro tiene un verdadero comienzo. Esa
pregunta permitirá que la existencia histórica tenga un suelo firme.
El concepto hermenéutico, al que denomino repetición
es clave para entender el quehacer heideggeriano. Mi interpretación de tal
idea seguramente adolece de todos los peligros y malentendidos de los que el propio
pensador alemán nos avisaba.
El talante historicista y culturalista de la hermenéutica contemporánea
se encuentra firmemente arraigado en la tradición decimonónica, cuyas
relaciones con el historicismo (Dilthey fundamentalmente) son evidentes. La influencia
de la tradición hermenéutica en la cultura alemana es tan intensa que
hemos de reconocerle el 'mérito' (no se si dudoso) de la fase actual de euforia
de la hermenéutica filosófica. Esta euforia es deudora de la fascinación
que el historicismo manifestó por la tarea de comprender desde dentro el
sentido, es decir, tener en cuenta los vestigios culturales que forman nuestro
pasado histórico. A esta razón puede añadirse una segunda :
la fertilidad conseguida a lo largo del siglo XIX de las escuelas hermenéuticas,
las cuales reaccionaron contra el monismo metodológico que propugnara
la modernidad. Seguramente este fue el motor de una atmósfera de recelo anti-explicativo,
es decir, de un sentimiento de insatisfacción hacia el modelo típicamente
moderno, tanto en ciencia como en filosofía, de una explicación causal,
y las más de las veces unilateral, de los fenómenos.
En contra de ello, y en concordancia con la llamada “hermenéutica de la sospecha”
cuyos orígenes podemos atribuir a Nietzsche, ahora se piensa que el sentido
no está en lo que muestran las apariencias, sino que pudiera ser que se ocultara
y estuviese 'debajo'. Por ello, el primer maestro de la sospecha se convirtió
en un excavador de bajos fondos, en un espeleólogo de las profundidades. Sabemos
que él practicó este método, con extraordinaria sutileza en
el territorio de la psicología (que fue su arma contra la metafísica)
, y que Freud continuó esta trayectoria, aunque explícitamente nunca
reconociera su deuda para con Nietzsche.
Parece razonable que ante este 'estado de la cuestión' naciera, con tanto
vigor en la contemporaneidad, lo que vino a denominarse el círculo hermenéutico.
Por definición, la naturaleza de cualquier tipo de interpretación es,
en efecto, 'circular'. Dicho en otros términos: si bien es cierto que sólo
es posible comprender el todo a partir de las partes, hay que admitir, al mismo tiempo,
el hecho de que la comprensión de las partes exija la previa pre-comprensión
del todo. Aquello que se interpreta determina el proceso interpretativo y, por medio
de este proceso, el intérprete se integra en aquello que interpreta. Gadamer,
en Verdad y método (Wahrheit und Methode, 1975) insiste en esta idea:
el intérprete llega a pertenecer al mismo texto o vestigio cultural que se
ha propuesto interpretar. ¿Legitima esta pertenencia que cualquier interpretación
es válida? Sí, pero con el añadido de que cualquier otra también
pudiera serlo y que la propia siempre es revisable.
Toda esta problemática, si queremos aplicarla al quehacer heideggeriano, exige
una serie de consideraciones. Si nos referimos a la primera etapa de su pensamiento,
existe una dimensión hermenéutica en Sein und Zeit y algunos
autores han visto en esta obra, tanto una clara influencia del historicismo de Dilthey,
como una oposición frontal a su maestro de juventud, Husserl, a su conocido
dictum fenomenológico: “ir a las cosas mismas”, que implicaba un claro
antiinterpretacionismo. Después de la ruptura doctrinal, Khere (giro),
que conduce al llamado 'segundo Heidegger' esta dimensión interpretativa podríamos
considerarla abolida, ya que su único tema es la ontología. Sin embargo,
es difícil pronunciarse al respecto, ya que durante su larga trayectoria intelectual
está presente un deseo de volver a la tradición, lo que habíamos
nombrado como repetición.
Paladín del ser y para paliar el injusto olvido en el que lo ha sumido
el pensamiento occidental, cree necesario volver a los textos clásicos para
indagar en lo no-pensado, que se muestra no obstante, en el estado que él
denomina “de abierto”, es decir, a disposición para ser interpretados. Interpretar
un texto es penetrar en sus intersticios, ingresar y demorar en su interior hasta
llegar a lo no-dicho. Esta afirmación no es muy diferente de lo que
se ha pensado en todos los tiempos acerca de la tarea infinita de la filosofía,
ya que las grandes cuestiones del pensamiento, por su dificultad intrínseca,
han de ser pensadas siempre, de nuevo, o incluso simultáneamente por distintos
filósofos, en un esfuerzo único por indagar sobre lo mismo.
En el escrito de Heidegger La constitución onto-teo-lógica de la
metafísica 49 discute con Hegel su procedimiento hermenéutico
de la refutación. Aunque también este último método
interpretativo sugiere introducirse en el interior de un texto, con la intención
de desarrollar la verdad latente, aunque parcial, que sus palabras encierran; hay
una diferencia importante entre la repetición heideggeriana y la refutación
hegeliana. Refutación (Aufhebung) es conservación y superación,
es el trayecto del itinerario de la consciencia, que va experimentando el progresivo
desvelarse de la verdad, hasta llegar al Absoluto. Heidegger propone dos procedimientos
para ir a lo no-pensado por la metafísica, al momento originario en el que
el ser se da; pero en ninguno de ellos el ser se resuelve en el Saber Absoluto. Esta
doble manera de proceder con los textos de la tradición los nombra Heidegger
como: salto y paso atrás. 50 Ambos consisten en un nuevo
modo de pensar 'no metafísico', pero ello entraña una dificultad metodológica
de principio, ya que sólo disponemos de un pensar representativo, por medio
de los conceptos tradicionales de la metafísica, conceptos nacidos en el seno
de una determinada forma de pensar, luego no son originarios. Heidegger ensaya un
pensar que fuese anterior o fuera de la metafísica ; este pensar piensa lo
im-pensado en ella, lo olvidado, lo que está presente bajo la forma de la
ausencia, el ser o la vertad, que es ±ªSPµp±, que se muestra
y oculta, a la vez. Mediante el 'paso atrás' se retrocede hacia el origen
y mediante el 'salto' se avanza más allá del ser. Ambos piensan lo
impensado: la forma en que se interrelacionan hombre y ser. Estos dos movimientos
sitúan a la metafísica en el medio, en un tiempo más originario,
que no es un tiempo anterior que precediera a nuestra historia, sino el tiempo que
está ahí, pero que sólo nos resulta conocido de modo extrañado.
No se trata de invertir a Hegel, de ir a los orígenes del pensamiento porque
éste estuviese más próximo al ser, y ver la historia de la metafísica
como un progresivo alejamiento de él. Heidegger no propone volver atrás
en sentido temporal (Historie, entendiendo la historia como una secuencia
de acontecimientos), sino retroceder en el sentido de tomar distancia para ver la
metafísica como “historia y destino del ser” (Geschichte) y así
ponerla en movimiento, verla en relación con su de dónde, eso oscuro
de lo cual proviene y que constantemente olvida.
Mediante el salto (Sprung), Heidegger propone 'saltar' fuera de la representación
del hombre como ser racional, y también fuera del ser, entendido por la metafísica
tradicional como fundamento. “¿A dónde salta el salto cuando
salta desde el fundamento?” 51 Nos advierte Heidegger que se salta a un abismo
(Abgrund), así sucede con el pensar metafísico. Dentro de esta
concepción, insiste Heidegger, no se piensa el ser, sino el ente. Por ejemplo,
un ente determinado es la idea (perfecta y eterna, modelo de las cosas del
mundo sensible) pensada por Platón, al que hace responsable, igual que antes
lo hiciera Nietzsche, de los errores del pensamiento de Occidente. Las consecuencias
que se derivan de ello es que el tiempo mismo ha desaparecido y su lugar lo ocupa
la eternidad, una eternidad que se consuma en la idea de dominación. Heidegger
hace el salto desde Platón al mundo contemporáneo y dice que hoy el
tiempo, por ejemplo, se ha convertido en algo manipulable, controlable (tiempo de
la producción o del mundo del trabajo). En la actualidad hemos 'realizado'
el mundo de las ideas al configurar la realidad física de acuerdo con la permanencia
(identidad) y hemos 'teologizado' al unificar y uniformar un mundo diverso.
Históricamente esta planificación, que Heidegger considera consecuencia
de la tradición metafísica, ha sido pensada en el seno del capitalismo,
que ha conducido al saber a una mezcla con el poder. Esta constelación de
elementos conducen a la 'era de la técnica': mundo como todo, planes calculadores,
energía atómica, automatización.
¿Cuál es, a partir de este análisis desconsolado, su propuesta?
Volver a pensar la esencia de la técnica, Gestell.52 Interesa
ahora tomar en otra acepción de la usada en páginas anteriores, este
término polisémico : Ge--stell, que puede significar
también “com-posición”. ¿Cúales son los elementos de
la componenda? Heidegger contesta : el hombre y el ser, en el que uno y otro son
provocados. El ser se encontraría provocado a dejar aparecer lo ente en el
horizonte de la calculabilidad, y el hombre a poner en lugar seguro a lo ente. A
partir de este momento del análisis se da un giro positivo, ya que al pensar
la esencia de la técnica vemos un primer destello del 'acontecimiento' (Ereignis)
de una nueva relación entre hombre y ser, en la que el “dejar pertenecer”
es lo que determina el modo de la dimensión mutua y su unidad; no hay prioridad
del hombre o del ser. Prestemos atención al concepto 'salvífico' que
guarda relación con la “dejación” o “serenidad” (Gelassenheit)
porque lo que ahora nos interesa es que desde ese temple de ánimo, el salto
más allá de la metafísica, ya no lleva al abismo, sino al acontecimiento
de la co--pertenencia entre el hombre y el ser. Así llega el “tiempo del pensar”,
frente al “dispositivo del calcular”.
El segundo procedimiento propuesto por Heidegger para pensar el ser es el llamado
“paso atrás” (Schritt -zurück). Es, como el salto, un pensar fuera,
no metafísico. Pero no basta con esta fuera, tenemos que saber donde estamos.
Para ello buscamos en el interior de la metafísica y encontramos onto-teo-logía;
es decir, pensamos el ser desde lo general y común (onto), o desde el fundamento
y lo más elevado (teo), y desde él lo justificamos (lógica).
¿Y quién o quienes son los responsables? Heidegger cree que el que
lo es más directamente es Hegel, por ello entabla en el texto citado La
constitución ontoteológica de la metafísica (Die onto-theo-logische
Verfassung der Metaphysik, 1957 un diálogo con él marcando sus
diferencias. La confrontación de Hegel con la historia de la filosofía
tiene el citado carácter de la refutación (Aufhebung), es decir,
eleva la verdad puesta de modo absoluto, a la certeza completamente desplegada del
saber que se sabe a sí mismo. El carácter constitutivo del ser es la
certeza indubitable que el sujeto tiene de ella. El ser se reduce a la representación,
que no es el ser mismo, luego el ser queda im-pensado. De esta manera el pensamiento
hegeliano queda también descalificado por Heidegger. La apuesta de éste
es que el paso atrás puede llevar a la esencia de la verdad, que es el ser
mismo. El pensar retrocede ante su asunto, toma distancia para contemplar el conjunto
de la historia y prepararle el ámbito del que se va a ocupar, que es el origen,
la fuente del pensar. El ser 'se da' y lleva la marca de la época histórica
que en cada una le ha sido destinada: physis, lógos, idea, enérgeia,
sustancia, sujeto, voluntad, volutad de voluntad. En todas estas manifestaciones
históricas, desde los presocráticos a Nietzsche, el “es” toma
voz, pero no habla del ser, sino que lo disuelve al transformarlo en representación.
Para que el ser se manifieste como tal se le ha de dejar en libertad y volver a su
propio ser pasado, a lo originario.
Hagamos, pues, con Heidegger, el recorrido por las distintas épocas históricas,
para repensar los 'envíos' (destinos) del ser. Al final del viaje descubriremos
que en la historia del pensamiento de Occidente, que es la historia del olvido del
ser, el ser mismo es misterio, ocultación, enigma. La 'superación de
la metafísica' que el filósofo alemán propone, no puede consistir
en que el ser sea, al fin, objeto de pensamiento explícito. Esto no sería
más que la perpetuación del error.
2.5 Las épocas (µ¿ø«±p) del ser y la superación
de la metafísica
Heidegger juega con el doble sentido de la palabra griega µ¿ø«S
(“interrupción”, “cesación”) . En su primera acepción significa
'suspensión de juicio', puesta entre paréntesis no solamente de las
doctrinas acerca de la realidad, sino de la realidad misma. Su segundo significado
es 'época', en el sentido de época histórica. El primero lo
toma de Husserl . El empeño de éste era “ir a las cosas mismas”, eliminando
toda contaminación empirista o antropologizante kantiana (potencias del alma
o facultades). Pero en opinión de Heidegger su antiguo maestro fracasa, su
µ¿ø«S sigue siendo intelectualista, ya que continua considerando
a la consciencia transcendental kantiana (a la que Heidegger irónicamente
llama la 'jaula de la consciencia') como el lugar en el que se produce el desvelamiento
del sentido. Heidegger piensa que ese lugar ha de ser un hecho más radical,
el Dasein o ser-en-el-mundo, y es el propio fenómeno el que debe comparecer
ante la consciencia sin 'puestas entre paréntesis' artificiosas..
E. Trías, en uno de sus múltiples debates con Heidegger, interpreta
la µ¿ø«S como el movimiento espontáneo del propio
modo de ser del Dasein, modo de ser que abarca la comprensión y también
la pasión; el Dasein es el lugar en el que se produce el engarce entre
lo anímico y lo racional. Estas ideas las encontramos ya en Ser y tiempo,
en el que reciben la denominación de existenciarios tanto al 'encontrarse'
como al 'comprender'. El primero, que es el aspecto que le interesa resaltar a Trías,
respondería a la pregunta: “¿Cómo te encuentras?” La repuesta
sería: triste, melancólico; es decir, estados de ánimo. Trías
echa en falta el que estas intuiciones de primera época no tengan un cumplido
desarrollo posterior, y que el Dasein de Heidegger siga adoleciendo de los
tintes intelectualistas de los que justamente acusaba a Husserl. Para que el ser
se manifieste en tanto que ser, y no tan sólo absorbido en entes, sería
necesaria una modificación del concepto de Dasein, en el que estuviese
en primer plano el aspecto afectivo y pasional, que brota del ser-ahí.
El estado de 'suspensión' permitirá al existente acceder a sus
propias estructuras ontológicas por la vía de la angustia, páthos
promotor de lógos. La operación que Trías está
intentando consiste en reconvertir el Dasein a su concepción del sujeto
pasional, tan importante en esta etapa de su pensamiento (Tratado de la pasión,1979).
La segunda acepción de la µ¿ø«S aparece en el “segundo
Heidegger”; el cual ya no la plantea desde la perspectiva del Dasein, sino
desde el ser mismo. El modo como el propio ser, desde sí mismo se suspende,
son las épocas del ser, los modos de presentársenos, los envíos
del ser. Porque el ser es temporal se declina, cae, y en cada declinación
el ser se extravía, se esconde; hasta que finalmente el ser se ha borrado
y ha caído en olvido; es el autosustraerse último del ser. Cada época
del ser es un destino (Geschick), se da un lugar ; las épocas del ser
son el fundamento de la historia. En la metafísica, por lo tanto, habrá
una necesidad histórica dominada por el ser mismo, que también es histórico
y temporal. La metafísica, así entendida, está destinada a errar
a través de los entes para constituir las distintas épocas de la historia
del ser. Estas son las que a continuación se explicitarán.
La reconstrucción hemos de comenzarla por el origen, y para Occidente ese
lugar y tiempo originarios es el 'mundo griego' como arquetipo. Heidegger propone
re-pensar o repetir cada uno de los momentos en que el ser o la “verdad” se
da .53 Para indagar en la esencia de la verdad se pone a la escucha de lo
que el término griego verdad, ±ªSPµp± 54
, sugiere. La ±- privativa indica cierto conocimiento de que la verdad implica
una originaria no verdad, que lo que aparece en el proyecto se sitúa sobre
un fondo que permanece oscuro y que, sin embargo, interviene radicalmente en su constitución.
Esta ambigüedad del ser entendido como verdad, que se manifiesta y oculta, a
la vez, no supieron pensarla los padres filosóficos de Occidente, que entendieron
el ser como 'simple presencia' y también como constancia. La etimología
de este último término es cum-sto, que significa “estar erguido”.
Heidegger lo entiende en un doble sentido: el estar-en-sí-erguido en cuanto
es lo que está surgiendo: la ’=Vp¬. Y en la segunda acepción, el
ser como perdurar constante, o permanente , la ø=Vp± de Aristóteles;
esto es, “existencia efectiva”. Esta última es, también para el mismo
autor µOµ¡>µp±, “ser en acto”, que llega a su plenitud
o “culminación” de un proceso en la µOƒµªµ«µp±
.
Con anterioridad, Platón había entendido el ser como la “idea” (µp¥ø¬
del verbo µp¥÷, que significa “ver”, “mirar”, “observar”, y en voz
media “hacerse visible”). El ser es entendido como el ente visible al intelecto,
'con los ojos del alma', por lo tanto también como presencia.
En el medioevo eso efectivamente presente es Dios, actualitas, acto puro.
Con lo cual se acentúa el hecho de que el ser es presencia efectiva, pero
al mismo tiempo también capacidad de fundación, causalidad. Pero otorgar
causalidad al ser es colocarlo entre los entes, pues se lo concibe como lo que posee
de manera tal el carácter de la presencia que puede conferírselo a
los demás entes. A Dios se le concibe como la presencia efectiva y total,
es decir, como eternidad.
En la modernidad 55 continúa la trayectoria de la errancia porque el
pensamiento metafísico de Occidente, a pesar de que su destino era pensar
el ser, no ha sabido hacerlo. Pero al hombre lo quiere Heidegger, o así lo
reflexiona, como 'animal metafísico', y si la metafísica forma parte
de la propia naturaleza del hombre, estará destinado a seguirse haciendo la
pregunta por el ser, a pesar de que seguirá respondiendo inadecuadamente sustituyendo
al ser por un ente determinado. En esta época que estamos considerando, el
ser es entendido como representación, en alemán Vor-stellen,
que significa literalmente “poner delante” o “poner enfrente”; por lo tanto sigue
adherida al paradigma griego de pensar el ser como presencia soberana. Para Descartes
(y toda la filosofía a partir de él) el ego cogito está
en todas las representaciones. El sujeto es el primer objeto de la representación
ontológica, ya que significa me cogitare. El mundo todo es representación
y el carácter constitutivo del ser es la certeza indubitable que el
sujeto tiene de él.
Más tarde, la ontología de la modernidad toma la forma de la filosofía
transcendental kantiana, que deviene teoría del conocimiento. Esta doctrina
aparece porque la entidad del ente (entitas, ousía, Seindheit) sigue
siendo pensada como 'presencia' para este modo de representación que quiere
asegurarse de su objeto. Lo entitativo del ente es ahora la 'objetividad', que se
funda en el sujeto con sus a prioris, elementos formales, condicionantes y
regulativos, cuya tarea es poner orden al caos procedente del múltiple empírico.
La cuestión de la objetividad es ahora la de la posibilidad de la presencia
del objeto en y para el conocimiento. Dicho de otra manera, verdad y certidumbre
(u objeto y sujeto de toda gnoseología), cuya identificación había
sido puesta en cuestión en los inicios de la filosofía moderna (duda
cartesiana), en Kant se oponen definitivamente. El ámbito de la verdad, al
que tradicionalmente se adjudicaba el lugar del ser, de la realidad exterior al sujeto
que la piensa, es ahora el lugar de la 'cosa en sí', el noumeno o ignotum,
y quedará para siempre desconocido. Ese polo del par epistemológico
queda tachado, sólo nos queda el ámbito de la certidumbre; y así
la entidad del ente deviene la objetividad implicada en la perceptio y la
cogitatio del sujeto transcendental. La consecuencia a la que quiere llegar
Heidegger, y de ahí su crítica a la filosofía kantiana, es que
en ella hay un cambio del sentido del ser, o una nueva ocultación de tal sentido,
que se transforma exclusivamente en la cosa representada. Teoría del conocimiento,
dice, es el título que cubre la impotencia de la metafísica moderna
para nombrar al ser.
Con Hegel comienza una nueva y decisiva etapa para la historia del pensamiento, a
la que denomina etapa del comienzo de la “consumación” de la metafísica.
Nietzsche será el segundo momento de esa consumación, y a partir de
él Heidegger espera una tercera etapa que podría pensarse como “superación”
(Überwindung). En esta etapa ciertos mortales son conducidos por la vía
del “habitar pensante y poético”.
La pretensión de Heidegger no es la demolición de la metafísica,
como se le malinterpretó, ya en 1927 con la publicación de Sein
und Zeit. La Destruktion por él propuesta es la de-construcción
de las representaciones que habían llegado a ser banales y vacías.
Se propone volver al origen de la metafísica en el sentido de la 'repetición'
anteriormente aludida, para reganar aquellas experiencias o pruebas del ser que siguen
estando puestas “ahí a disposición” para ser pensadas de nuevo. Propone
seguir haciendo la pregunta por el ser, ya que “preguntar es la devoción del
pensar”.
Volviendo a Hegel, a la interpretación que hace Heidegger de él, ¿por
qué cree que con él comienza la consumación de la metafísica?,
¿y por qué no constituye ya su final?. Porque es etapa de completitud
y acabamiento, principio del fin. El sistema hegeliano es una metafísica de
la voluntad, una voluntad que se quiere espíritu. Y no sólo
él, sino los grandes sistemas metafísicos del siglo XIX, los de Fichte
y Scheling fundamentalmente, no serían concebibles sin ese sujeto animado
por la voluntad de reducir la totalidad de lo ente a sí mismo.
Intentemos una recopilación de lo anteriormente dicho: si la crítica
de Heidegger a la filosofía griega y medieval era que el ser era 'simple presencia',
y en la modernidad se identificó al ser con la 'representación', a
partir del idealismo alemán, y Hegel como máximo responsable, el ser
es reducido a la 'voluntad'. Esta voluntad estaba ya agazapada en el cogito.
Detrás del ego cogito hay un ego volo, y en Kant el orden de
la naturaleza está también subordinado al querer, como es pensado en
la Crítica de la razón práctica. La pura voluntad y su
ley son formales; ella es para ella misma, como forma, su único contenido;
no hay conocimiento ni vía de acceso al ser mismo de ese querer.
Si con Hegel comienza la 'consumación' de la metafísica, Nietzsche
es la siguiente etapa, como se dijo con anterioridad. En el pensamiento nietzscheano
(al que dedicó tantos años) se produce la consumación definitiva
o acabado cumplimiento; es decir, la metafísica ha llegado al culmen de las
posibilidades que le han sido asignadas. La metafísica de la “voluntad de
poder” es un enroscamiento de la voluntad sobre sí, “voluntad de voluntad”;
no hay ningún fin que determine a la voluntad desde fuera de ella misma y
que le quitaría poder. Pero esta metafísica de la voluntad impide,
de nuevo, que el ser muestre sus 'dictados', volvería a lamentarse Heidegger.
Es la forma suprema de obstrucción del ser, por eso esta nueva época
es nombrada como del nihilismo consumado y fin de la metafísica. Así
dice : “Desde la perspectiva de la historia acontecida del ser, la esencia del nihilismo
es el abandono del ser”. 56 Heidegger utiliza metáforas de fin de mundo
para describir las consecuencias que se derivan de esta extrema ceguera del hombre
ante la llamada del ser. Este nuevo olvido del ser cae en la cuenta del hombre de
la 'voluntad de voluntad', que no quiere ver que este voluntario sólo puede
querer la nulidad de la nada. Sin embargo, frente a esa nada, el hombre empecinadamente
se afirma sin poder reconocer su propia nulidad. El hombre de la metafísica
consumada sólo es capaz de aceptarse a sí mismo como 'bestia de labor',
lo insulta Heidegger. Es el protagonista del “mundo de la técnica”, el técnico
(ƒµ«OpƒS¬) de la Gestell. Heidegger reconoce su deuda con
el texto de Ernst Jünger El trabajador (Der Arbeiter,1939) al
tratar la cuestión de la técnica. Cree que es un intento de describir
el nihilismo europeo, después de la Segunda Guerra Mundial, al pretender caracterizar
la totalidad de lo real a partir de la figura del trabajador. Pero esta interpretación
está bajo la óptica de la metafísica de Nietzsche de la voluntad
de poder, de ahí la toma de distancia crítica de Heidegger con respecto
a Jünger.
2.6 El 'olvido de la cuestión del ser' es nihilismo
Toda la larga historia del pensamiento occidental, hasta ahora descrita,
podría englobarse bajo el título de trayectoria de la errancia; su
razón: el 'olvido del ser'. En cada una de las épocas el ser toma voz,
pero los hombres lo disuelven en simple presencia o representación, así
aparece como: idea, ousía, sujeto, certeza, espíritu, voluntad,
voluntad de voluntad. A esta época, en la que no sabemos qué pasa
con el ser, sucede otra que es la del 'olvido del olvido', en la que ni siquiera
sabemos que no lo sabemos. Se produce entonces lo gravísimo, son tiempos de
penuria y huida de los dioses, de los que se lamentaba Hölderlin, el 'poeta
del poeta'. A él recurre Heidegger en muy especiales ocasiones para nombrar
aquello que no puede ser denominado con los términos de la metafísica
de la tradición.
También recurre a Nietzsche, a las palabras de aquel que se quiso 'enterrador
de la metafísica' para pensar esta etapa nihilista del 'olvido del olvido'
del ser. Y para pensar la esencia del fin de la metafísica, en la que se consuma
el olvido del olvido del ser, Heidegger emprende la tarea de volver a pensar el término
nihilismo.
Pero antes vamos a pararnos un momento a considerar la importancia que en la reflexión
heideggeriana tiene la 'historia de las palabras'. La síntesis apresurada
de su pensamiento hecha en las páginas que anteceden, creo que son muestra
de ello. A grandes rasgos, la historia que está en la base de la concepción
nietzscheana de la voluntad de poder es la que hemos analizado. Esta historia, como
ya se dijo, no es solamente la historia del desarrollo de ciertas opiniones de filósofos,
sino en primer lugar la historia de las µ¿ø«±p o
épocas en que el ser se revela y se oculta, a la vez. Lo cual quiere decir,
entre otras cosas, que a este desarrollo filosófico corresponde un modo de
ser determinado del hombre en el mundo. Quizás Heidegger está aludiendo
a la confianza que tenía en que su pensamiento, o el pensamiento filosófico
en general, iba a tener una importancia decisiva en la educación de la joven
Alemania y a través de ella en la de Europa o el mundo. Fracasado su intento
(y también el del nacionalsocialismo), vuelve a su tarea de pensar su época
y desentrañar la esencia de la que denomina era atómica o mundo de
la técnica, que para él coincide con el fin de la metafísica.
¿Cómo se relacionan hombre y ser en esta época? Para contestar
a esta pregunta se pone a la escucha de la palabra fundamental que la define, el
controvertido término nihilismo. Y recurre a Nietzshe por ser el primer
filósofo que lo pensó.
Se hace necesario dialogar ahora, por tanto, y en primer lugar con la interpretación
heideggeriana, ya arquetípica, del aserto nietzscheano “¡ Dios ha muerto
!” 57 Comienza con una aclaración importante, diciendo que no es sólo
un aserto del ateo pensador, sino que resume, además, dos milenios de la historia
de Occidente. La citada frase no se refiere exclusivamente a la crisis del dios cristiano,
sino que el nombre de dios viene a significar el mundo de lo suprasensible. Muerto
dios tal dominio queda tachado, carece de fuerza operante. Si dios, como fundamento
y fin de todo lo real está muerto, ya no queda nada a lo que el hombre pueda
atenerse y por lo que pueda guiarse: “¿Vamos hacia adelante, hacia atrás,
vagamos por una nada infinita?” Pregunta el Hombre loco del & 125 de la
Gaya Ciencia a los hombres reunidos en el Mercado. Ponerse a la escucha del
significado de la frase “¡Dios ha muerto!” es comprobar como la nada se ensancha
y el desierto crece. “El nihilismo, 'el más inquietante de todos los huéspedes',
está a la puerta”. 58 Y al hablar así no se refiere a que el
nihilismo se de en un momento concreto de la historia, sino que es la legalidad,
la propia lógica interna de la decadencia, de la lucha contra los instintos
y la vida, que llevaron a cabo los filósofos de la tradición. Heidegger,
siendo consciente de la ambigüedad del término en los escritos de Nietzsche,
trata de sintetizar y habla, al igual que él, de dos tipos de nihilismo, siguiendo
casi con fidelidad los textos analizados en el apartado correspondiente. Habría
un nihilismo incompleto, que consistió en poner en el lugar de dios
la autoridad de la consciencia o la razón -como hicieron en la modernidad
todos los pensadores, de Descartes a Hegel-, o sustituirlo por doctrinas de redención
universal, como el socialismo o el wagnerismo. Es fácil ver en esta interpretación
su correspondencia con el así llamado por Nietzsche nihilismo pasivo.
En efecto, dios ha desaparecido de su lugar, que es el dominio de lo suprasensible,
pero ese lugar vacante invita a que se lo ocupe de nuevo y a sustituir con otros
valores al dios muerto. Eso fue lo que hicieron los hombres de su época, tal
como Nietzsche los piensa; pero sus nuevos valores (políticos, religiosos
o morales) siguieron siendo empobrecedores de la vida.
De ahí que surja la necesidad de un nihilismo completo, consumado o
clásico (en palabras de Heidegger) que es el que el propio 'filósofo
del martillo' quería anunciar y con el que se identificaba. Nietzsche, el
visionario, se imaginaba a sí mismo como profeta y como final de trayecto
de las figuras del panteón, encarnaduras necesarias anteriores en la historia
del nihilismo activo. Su maximum de fuerza estaba en la destrucción,
pero aún no eran capaces de crear nuevos valores y nuevas metas. Sin embargo
él, como “el primer nihilista perfecto de Europa”, termina la demolición,
y sobre sus ruinas construye, tergiversándolos, valores nuevos. ¿Cómo
realiza esta nueva fundación? Anulando el lugar mismo de los valores, lo suprasensible
como domino, y en consecuencia, ha de colocar los valores en otra parte y subvertirlos.
Ha de realizar un doble movimiento: el primero consiste en hacer descender el ámbito
dador de sentido (el mundo platónico-cristiano del arriba) al mundo sensible
de aquí abajo. Y el segundo movimiento consiste en que una vez en él
subvertir todos aquellos valores que en este mundo sigan conspirando aún
contra la vida. El nihilismo se transformará de esta suerte en el 'ideal de
la vida pletórica' de los artistas, los locos, los profetas , los poetas y
los santos. Ninguno de ellos es nombrado por Heidegger, como tampoco habla del 'más
feo de los hombres', ni del 'viejo santo', ni de los 'hombres superiores' y todo
el extraordinario carnaval de figuras que circulan por las textos nietzscheanos.
La interpretación heideggeriana descrita, a pesar de ser extraordinariamente
iluminadora y referencia obligada, creo que, como toda síntesis, recorta y
no hace justicia del todo al pensamiento de su autor, pero especialmente al espíritu
de Nietzshe, genio de múltiples almas. Se hace difícil encontrar 'tipos
puros' como representantes de alguna de las dos clases de nihilismo, tan estrictamente
pensado por Heidegger; tanto en los ejemplos históricos, que Nietzsche utiliza
intencionadamente en su obra, como en sus personajes imaginarios. Se muestran en
una gama de matices amplísima, ya sea en las motivaciones que les guían
o en los distintos grados de consciencia de sus pensamientos y sus actos. Heidegger
no supo estar a la escucha de todas las palabras de Nietzsche, no estuvo atento al
desfile completo de la mascarada.
Han ido surgiendo en estas páginas las reflexiones que han ido ocurriendo
en el diálogo con los textos de Nietzsche y Heidegger. He intentado 'rumiar',
según el consejo nietzscheano, y he ido dando vueltas en torno a los dos temas
que me preocupan, que definidos de manera amplia son: metafísica y
nihilismo. He ido a los textos para dialogar con ellos, y en el diálogo
han surgido algunos desacuerdos menores con sus potentes reflexiones. Con cautela
he intentado manifestar mis disensiones. En primer lugar, no comparto la idea que
Nietzsche tiene de la metafísica; por lo tanto no puedo considerarlo como
su destructor. He intentado dar razones de ello a lo largo del presente texto, que
sintetizadas serían la reducción de la metafísica a puras necesidades
de supervivencia (los “conceptos supremos” eternos y substantes, como remedio contra
el pavor del devenir o la pura caducidad de todas las cosas). En cuanto al tema del
nihilismo en Nietzsche, me distancio, de nuevo, de la interpretación heideggeriana,
ya que lo lee exclusivamente desde la perspectiva de los “valores”. En la metafísica
de la voluntad de poder, el valor es una de sus acepciones, pero no la única.
La voluntad de poder se abre a perspectivas múltiples, sirve de principio
interpretativo a todo suceso, a todo acontecimiento; a todo lo que hay.
En los seminarios sobre Nietzsche de 1940, dedicados al Nihilismo europeo
59 Heidegger insiste en la 'idea conductora' de su tarea filosófica
: en las distintas fases y formas en que el nihilismo es reflexionado por Nietzsche,
es siempre una narración fallida de la historia del ser, forma parte de la
larga historia de un error, que es la historia del pensamiento occidental. En el
caso de Nietzsche el error radica en que trata el tema desde una perspectiva axiológica,
y se olvida sin embargo, y como siempre sucedió en la filosofía occidental,
del ser mismo. Lleva, por tanto, a la metafísica a su 'consumación'
o acabado cumplimiento. El ser se ha convertido en valor y así se le ha rebajado
a condición puesta por la voluntad de poder; en primer lugar desde una posición
negativa como devaluación de los valores supremos y subversión; y en
segundo lugar de un modo positivo, como una nueva posición que es la de crear
valores nuevos. 60
¿Qué se entiende por valor? Lo que vale es lo que importa, y lo que
le importa a Nietzsche es, por encima de todas las cosas, la vida. De aquí
Heidegger deduce, con toda razón, que el valor sería lo que vale para
la conservación y aumento de las condiciones de la vida. Esto le sirve para
una serie de identificaciones: la vida es devenir, cuya esencia es voluntad de poder
que asume la soberanía sobre la existente. Este principio de soberanía
es el punto de vista del valor, y sus modificaciones influirán decisivamente
sobre la vida. Si la esencia de las cosas es voluntad de poder, es preciso, según
Heidegger, que la voluntad proyecte de antemano, que anteponga los valores como las
condiciones de sustentación de la vida.
Con esta interpretación Heidegger pretende, además, avalar su idea
de que Nietzsche sigue prisionero del paradigma de la metafísica occidental.
No sólo no sabe salirse de las categorías tradicionales, sino que se
ha tragado, sin saberlo, a Platón ; luego no ha consumado el parricidio, tal
como fue su máxima obsesión y pretensión. En efecto, Platón
fue el primero que instituye un valor elevado (la idea) como fundamento de todas
las cosas. Y la idea del Bien, ±>±PøO, es la que preside
a todas las ideas, es la idea suprema, ¿Es lícito deducir de ella que
todas las ideas que habitan en el mundo suprasensible cobijadas por la idea de Bien,
y todas las cosas del mundo sensible, que participan de tales ideas son 'buenas',
y que por consiguiente el universo platónico con sus dos mundos separados
es un universo moral? Si bien es cierto que habría que reconocer en Platón
la deuda para con su maestro Sócrates, primer moralista, parece una interpretación
abusiva. Porque el Bien platónico tiene una acepción mucho más
amplia, tal como aparece en República VII, 516 c. Así
dice que es causa (±pƒp±) y que produce (¿øpµpO)
y gobierna (±¡«µpO) todo la visible; y que es también
ámbito del don, don que es luz, sol del mundo inteligible, que ofusca en un
principio la mirada del prisionero recién liberado de la oscuridad de la caverna,
pero que una vez que sus ojos se han acomodado al nuevo resplandor, ilumina definitivamente
el conocimiento de la verdadera realidad (µp¥ø¬). Creo, pues,
que ni Platón puede ser interpretado desde la perspectiva exclusiva de los
valores, ni por supuesto Nietzsche.
La esencia del valor es ser punto de vista para un ver, dice Heidegger, lo
que está presente -leemos entre líneas-. Adjudica, además, a
Nietzsche su conocida crítica a la filosofía occidental que reduce
el ser a su simple presencia. Creo que aunque bien es cierto que el filósofo
del devenir se fía de los sentidos para acercarse a la realidad, sabe sin
embargo, que el enigma último del mundo, del ser o de la existencia, está
al menos tan velado como el ser-±ªSPµp± de Heidegger, que
se muestra y se oculta a la vez, o que gusta de ocultarse, como aprendió de
su maestro Heráclito, cuya enseñanza seguramente no echó en
saco roto.
Achacar al que quiso librar a la humanidad de todas “las malas hierbas de la moral”,
el que su punto de mira, su atalaya desde la que contempla al mundo es una perspectiva
axiológica, es cuanto menos, chocante. Creo que el lugar desde el que Nietzsche
reflexiona es el lugar de lo trágico, que es fundamento, origen y principio
: ( por seguir utilizando las categorías que Nietzsche nunca empleó
por militancia antimetafísica) ±¡«S , principio de mando
y de soberanía sobre todo lo existente; lugar del ¿øªµºø¬
originario en el que se produce la confrontación de fuerzas y voluntades.
En ese lugar se instala y desde él se aventura a aproximarse temerariamente
al enigma del mundo. Desde él lanza su doctrina de la voluntad de poder como
principio universal, principio de todos los principios; categoría ontológica,
no ética.
Heidegger dialogó con Nietzsche durante toda su vida, en ocasiones lo malinterpretó
; el nihilismo que su obra y su toma de posiciones políticas encarnara se
convirtió en nihilismo activo, realizado, no sólo pensado, como
fue el caso de Nietzsche. En 1933 la opinión de Ernst Krieck, que pretende
ser el filósofo “oficial” del movimiento, es que el tono fundamental de la
concepción del mundo de Heidegger está determinado por el concepto
de cuidado y de angustia, que apuntan, ambos, a la nada, y lo califica de “nihilismo
metafísico”. Pero los aparatos del poder desean seguir manteniendo a Heidegger
como adepto, debido a su prestigio internacional, y prefieren cerrar los ojos al
nacionalsocialismo “privado” del eminente pensador. Todavía en 1945, pasada
la zona de tiniebla y evidenciado su tremendo error, aún recurre Heidegger
a Nietzsche, a su doctrina del eterno retorno, que le inspira la creencia de que
el ocaso no es lo mismo que el final, porque cada ocaso está ya escondido
en el comienzo. Así escribe a su amigo Rudolf Stadelmann, decano de Tübingen
: “Nosotros los alemanes no podemos encaminarnos al ocaso por la razón de
que todavía no hemos salido a la luz del día, y hemos de pasar a través
de la noche.” 61 |