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2. Los griegos y la tragedia: los
dos Edipos. 
2.1 El concepto de lo trágico
Los griegos fueron los creadores de la obra artística llamada tragedia,
como género literario, y con ello hicieron una aportación extraordinaria
en el terreno del arte y del espíritu; sin embargo no reflexionaron a nivel
teórico sobre el concepto de lo trágico, que pudiese extrapolarse
a una concepción del mundo. Y no deja de ser paradójico, ya que fueron
los padres de la filosofía occidental.
Como no existen textos filosóficos, vamos a seguir otros caminos. La palabra
________ es un adjetivo y se usaba para los acontecimientos graves, majestuosos,
o de carácter desmedido. El propio Aristóteles, fuera del ámbito
de la Poética, lo usa en este sentido, que responde al uso del lenguaje
en su época. También tenía el carácter de lo horrible,
lo espeluznante, lo cruel y lo sangriento. El helenista Albin Lesky (1.896-1.981),
en su extraordinario estudio sobre La tragedia griega, a la que dedicó
una investigación a lo largo de toda su vida, casi en exclusiva (además
de a Homero, por considerarlos las cumbres del genio griego), expone que cuando los
griegos de la época clásica usaban tal término, no piensan en
las actuaciones en que incurre un ser humano a causa de su pasión, o en un
estado del mundo que condicionase tal suceso trágico. En el helenismo posterior,
incluso pierde el rasgo de impresionante grandeza, aplicado a un suceso. Y con posterioridad,
hasta el momento actual, la palabra “trágico” se ha apartado de la forma artística
a la que está vinculada en el clasicismo helénico, y se ha convertido
en un adjetivo que sirve para designar hechos fatídicos, con una dimensión
de profundidad y grandeza. La filosofía de Kierkegaard, por ejemplo, suele
adjetivarse como trágica, en el sentido de una manera pesimista de ver el
mundo, separado de dios, por un abismo infranqueable. De él sí podemos
decir que tenía una visión trágica del mundo, cosa que no podemos
decir de los griegos, que nunca la usaron en el sentido de concepto cósmico.
No podemos obviar, sin embargo, que Aristóteles en su Poética dedica
la mayor atención a la creación literaria de la tragedia, y quizás
si investigamos en ella encontraremos los gérmenes de un concepto de lo trágico,
más allá del análisis técnico de la obra de arte. En
el capítulo VI encontramos una definición de tragedia:
“Imitación de una acción de carácter elevado y completa, dotada
de cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena de bellezas de una especie
particular según sus diversas partes, imitación que ha sido hecha o
lo es por personajes en acción y no por medio de una narración, la
cual moviendo a compasión y temor, obra en el espectador la purificación
propia de estos estados emotivos.”
Vamos a atender a la parte final de la cita, porque en ella aparece su conocida teoría
de la ________ (“purificación”), que fue considerada por su autor como
la finalidad de la tragedia. La purificación o desencadenamiento liberador
de los afectos se produce por _____ ___ _____ (”compasión” y “horror
o temor”). Conviene analizar el sentido de estos dos sentimientos y hemos de ir al
capítulo XIII para encontrar indicaciones. ¿Qué mueve a compasión
en el espectador? El hombre que es desgraciado “sin merecerlo”. Y ¿Qué
mueve al temor? La precariedad de la vida y la semejanza con nosotros de los personajes
de la tragedia. Porque, sigue diciendo, sólo sentimos compasión por
el hombre de caracteres “medios” (nuestro semejante), que ha experimentado un cambio
de destino desfavorable. No despertaría sentimientos de compasión y
horror ni “el hombre bueno, que pasa del bienestar a la desgracia, ni tampoco el
hombre malo, que pasa del infortunio a la dicha.” La caída en la desgracia,
para poder considerarla trágica, puede producirse, no por un exceso o defecto
moral, sino por _______. Este término, tomado de la épica, se
refiere a una “falta” o un “error de juicio” de un hombre de estatura moral mediana,
que le impide reconocer lo correcto. Este error, aunque inevitable y del todo inocente,
puede ser fruto de una cierta negligencia. El ejemplo que pone Aristóteles
es Edipo rey, cuyo error sería la falta de información con respecto
a sus padres.
Pero esta actitud del hombre, que no siempre puede estar a la altura de las circunstancias,
es una consecuencia de las limitaciones de la naturaleza humana. Pudiera ser
que Aristóteles estuviese apuntando a una situación esencialmente
trágica del hombre, con lo cual podríamos darle un estatuto universal,
“filosófico”, como echábamos de menos antes. Creo poder interpretar
que el fundamento del acontecer trágico podría ser la convicción
humana en su pobreza de medios para enfrentarse a poderes o fuerzas contrarias que
le exceden. Esta idea aparece también en los tratados de poética del
barroco, expresada así: error ex alienatione, que indica la
idea de que la desgracia o el sufrimiento provienen del error. Éste puede
deberse a múltiples causas: del hombre acerca de sí mismo, o acerca
de los demás, o de la divinidad. Los ilustrados no se hacen eco de esta idea,
ya que confían en los poderes de la racionalidad humana, liberada de errores
y prejuicios. Pero los románticos vuelven reflexionar sobre la naturaleza
trágica del hombre y por ello vamos a dedicarle inmediatamente nuestra atención.
2. 2 Las componendas románticas entre escisión y reconciliación
Poetas, filósofos y artistas románticos van a tener en cuenta
en sus reflexiones y creaciones el concepto de lo trágico, en esta
época convulsa. Comenzaremos por los filósofos, que piensan la idea
de lo trágico a partir de un concepto muy apreciado por ellos: el concepto
de escisión, entendiendo por tal el lugar de en medio, o hiato entre
dos conceptos o realidades contrapuestas. Esta idea no la aplican sólo al
hombre, sino también a la naturaleza y al cosmos. Fichte, Scheling y Hegel
estaban fraguando en ese momento las oposiciones conceptuales con las que intentar
pensar una época sobrada de cambios: yo y no-yo, razón e intuición
intelectual, partes y todo, escisión y unidad.
La escisión y la multiplicidad ya habían sido formuladas en la Ilustración,
con el progreso de las ciencias y la organización de la vida social, que había
conducido a una diferenciación de disciplinas especializadas y dominios de
actividad diversos. Y en el terreno de la política, los acontecimientos de
la Revolución francesa habían introducido en el espíritu del
hombre la consciencia del desgarro. Podríamos decir que todas estas escisiones
pertenecían al plano de “lo real.” Pero los pensadores románticos,
aunque fueron conscientes de las contradicciones trágicas de la realidad,
intentaron enmascararlas o llegar a imposibles compromisos, a partir de su ideal
de reconciliación, llámese éste con los diversos nombres
con el que fue pensado (Unidad, Todo, Absoluto o sagrada Naturaleza), términos
todos pertenecientes al plano de “lo ideal”.
Así pues, aunque los románticos piensan la esencia de lo trágico,
a partir de la escisión (entre el sujeto y el objeto, el hombre
y la naturaleza, de los hombres entre sí y entre los conceptos de libertad
y necesidad), prevalece en ellos el anhelo de reconciliación. Desarrollaremos
ahora este enunciado.
Las filosofías idealistas se responsabilizaron, de inmediato, de suturar las
escisiones que la crítica ilustrada había tenido en cuenta, y a ella
respondieron con el 'sistema'. Los magnos edificios de pensamiento de los tres filósofos
antes citados podrían interpretarse como una respuesta a la experiencia moderna
de la disociación. Así lo explicita Hegel: “La escisión es la
fuente de la necesidad de la filosofía”, y el joven Schelling dice palabras
similares: “Con la escisión empieza la reflexión.” Pero aunque para
ambos el quehacer de la filosofía es la de superar las oposiciones consolidadas,
cada uno de ellos aborda la tarea de manera diferente.
En Hegel la escisión está necesariamente presente en todo proceso dialéctico,
dialéctica entendida como método para acceder a la realidad, y también
la constitución de la realidad misma. Como es sabido, en el proceso de la
tríada dialéctica, a un primer momento de la inmediatez, le sigue un
momento de escisión, al que también llama distanciamiento o
trabajo del negativo. Pero ambos concluirán en un tercer momento de síntesis
(Aufhebung, que significa “integrar” y “superar” los dos momentos anteriores).
Al repetirse el proceso de forma continuada, cada síntesis lograda se convertirá
en el primer momento de la tríada siguiente, con su necesario momento de la
escisión o extrañamiento. Dice el filósofo que “la
escisión es necesaria para la vida, que siempre se configura por contrastes”.
Shelling aborda el problema de la escisión desde una posición diferente,
ya que su intención era la de “superarla para siempre”. Pero el término
superación no tiene el mismo sentido que en Hegel, ya que para Schelling significa
“aniquilación”. ¿Por qué? Porque la considera como “una enfermedad
del espíritu humano”, como repite continuamente en su filosofía
de la naturaleza. La “verdadera filosofía” ha de realizar el siguiente
recorrido: en el origen, el Espíritu formaba un todo con la Naturaleza y cuando
aparece la escisión, que desencadena la reflexión filosófica,
su cometido no será mantenerla, sino que ha de trabajar en la superación
definitiva de la escisión, es decir, en la vuelta a aquella Unidad perdida.
Su odisea del Espíritu concluye con la reconciliación.
Recopilando, diremos que Hegel da mayor importancia a la escisión y Schelling
a la reconciliación. Sin embargo, los poetas asumen en mayor medida el componente
trágico y escindido de la humanidad y de la naturaleza. Vamos a hablar de
dos de ellos: Goethe, y Hölderlin. Comenzaremos citando al primero:
“Todo lo trágico se basa en un contraste que no permite salida alguna: Tan
pronto como la salida aparece o se hace posible, lo trágico se esfuma.”
La idea que parece clara es que la situación trágica lleva a un callejón
sin salida. Pero lo que no se especifica es que para que exista un “contrate” debe
haber dos polos opuestos. Quizás se refiriese a dioses y hombres, o a facultades
opuestas que anidasen en la interioridad del mismo hombre.
Hölderlin da nombre a los dos polos contrapuestos para pensar la esencia de
lo trágico, que faltaban a Goethe. En toda su obra aparecerá una alternancia
entre períodos de armonía reconciliada y otras fuerzas contrarias y
disgregadoras. Esta idea de la alternancia la denominé, en un escrito anterior,
con el término trágico. Este concepto aparece en un breve ensayo,
Fundamento para el Empédocles (1799) , en el que piensa una
Naturaleza de carácter trágico en la que se da siempre una lucha de
fuerzas contrapuestas, mezcla y disgregación de elementos. Las fuerzas que
se alternan las denomina lo aórgico y lo orgánico, términos
de acuñación propia. El imperio de lo aórgico se da cuando actúan
las fuerzas disgregadoras, lo orgánico tiende a la unificación. Pero
aún hay otro texto en el que el poeta vuelve a pensar dos elementos en trágica
oposición. El texto al que me refiero es La muerte de Empédocles,
a la que denomina precisamente “oda trágica”. Las dos fuerzas contrarias
que actúan en el cosmos son: “el odio aniquilador y la concordia conciliadora”,
de clara filiación empedocleana. El filósofo griego de Agrigento, al
que Hölderlin consideraba su alter ego, pensó en dos fuerzas:
______ (“odio”, “disgregación”, “discordia”) y _____ (“amistad”,
“amor”) para describir el ciclo cósmico de unificación y separación
perpetua de los elementos.
El juego de fuerzas contrapuestas en el seno del Todo, que dan lugar a escisiones
y reconciliaciones, en alternancia constante, llevan a Hölderlin a la convicción
de que en cada época del mundo el dolor es inseparable del placer, la hostilidad
de la amistad más placentera; y cada estadio es siempre transitorio. Cree
vivir un tiempo dominado por lo aórgico y la discordia, pero confía
en tiempos futuros de sosiego. Los intervalos entre las épocas están
llenos de presagios y de signos de los celestes, que el poeta recoge y los transforma
en canto.
Este concepto cósmico de lo trágico podemos aplicarlo al espíritu
humano, y entonces puede pensarse como escisión y como hiato en el interior
del sí-mismo, sin posibilidad de reconciliación. El hombre Hölderlin
vivió en su propia alma tal estrago, él fue el último gran personaje
trágico, por la profundidad y grandeza de su vida y de su obra, y porque no
supo encontrar la salida, tal como sugería Goethe, otro poeta.
Como no era posible encontrar textos filosóficos griegos que hablasen del
concepto de lo trágico, he tenido que recurrir a otros momentos de la historia
del pensamiento, especialmente a los románticos. Resumiendo lo antedicho,
podríamos decir que la esencia de lo trágico se cifra en la
conciencia de la limitación y la escisión, y a la vez, en el esfuerzo
titánico de los hombres para pensar en una posible superación. Creo
que esta acepción genérica podría aplicarse al ámbito
de la tragedia griega.
2.3 La visión nietzscheana de la tragedia griega
El único de los pensadores que conozco que haga una reflexión filosófica
sobre la tragedia griega es Nietzsche, por tanto es ineludible referirnos a él.
Trata de ello en su primer libro El nacimiento de la tragedia, publicado a
los veinte y siete años. El texto había sido esperado con expectación
por sus colegas de la universidad de Basilea, de la que era catedrático extraordinario
de filología clásica; y la reacción que produjo podríamos
denominarla, como mínimo, de desconcierto. ¿Por qué? Porque
no era un estudio filológico, ni siquiera una reflexión filosófica,
dijeron algunos; sino un texto fuera de todos los cánones, que no sabían
dónde encuadrarlo.
Se han dado múltiples interpretaciones de este texto primerizo, que trataré
de sintetizar y encaminar al terreno que nos interesa. Podría decirse, en
primer lugar, que es un libro de estética, ya que plantea dos potencias creadoras,
lo apolíneo y lo dionisíaco, que conviven y se oponen
en el interior del alma del artista, especialmente en el poeta trágico (especifica
Nietzsche). En la actualidad esta interpretación es ampliamente aceptada,
ya que se han convertido en categorías estéticas para experimentar
o pensar la obra de arte, y se aplican especialmente a la pintura, la música
o la poesía.
Pero a la vez puede considerarse una reflexión cosmológica, ya que
esas dos potencias, como juego de fuerzas contradictorias, pueden ofrecer una visión
de la naturaleza próxima a los presocráticos, especialmente a Heráclito,
con su idea del p______ (la guerra o confrontación como padre originario,
principio o ____). Esas dos fuerzas sabemos que se encarnan de forma emblemática
en el artista, que es el único capaz de tener un atisbo del enigma de la realidad.
Con lo cual podríamos pensar que Nietzsche está uniendo estética
y ontología, y que esta reflexión ha recibido la denominación
de metafísica del artista (trágico dionisíaco, añado
y explicaré más adelante).
Una tercera interpretación de este libro sería que ofrece una nueva
visión de los griegos, absolutamente inédita hasta el momento, ya que
siempre se los había identificado con uno solo de los elementos, lo apolíneo,
que simboliza la racionalidad; dejando en olvido la parte pasional y obscura, dionisíaca,
que a partir de Nietzsche ya no pudieron dejar de tener en cuenta los helenistas.
Finalmente, y esta sería la interpretación más arriesgada, puede
leerse como una antropología, si se considera que el hombre está atravesado
por dos fuerzas o instintos opuestos, que a veces se hermanan en su interior,
pero que luchan perpetuamente, constituyendo su naturaleza trágica
por la imposibilidad final de reconciliación.
Se hace necesario internarse en la descripción de los dos principios : lo
apolíneo y lo dionisíaco, en los cuales insiste el autor
que no son dos conceptos (que encorsetarían la cambiante realidad), sino figuras
del mundo de los dioses griegos. Lo dionisíaco simboliza lo originario, el
Uno primordial. Dionisos es, en su versión mítica, el dios del sufrimiento,
la desmesura y, a la vez, la fusión mística con el dios, lograda por
los participantes, en completo olvido de sí mismos, en las festividades dionisíacas.
Lo apolíneo simboliza, por el contrario, la limitación y la moderación.
Apolo es la divinidad resplandeciente, el de la bella apariencia; además lo
subjetivo queda remarcado por este dios, ya que ordena “conócete a ti mismo”
; es la imagen divina del principium individuationis, gracias al cual el hombre
individual puede confiar en sí mismo, en medio de un mundo de tormentos.
Una vez definidos ambos principios nos preguntaremos cómo actúan el
uno sobre el otro. Entre ellos, dice, “la lucha es constante y la reconciliación
se da sólo periódicamente” ; unas veces se oponen, otras se unen en
alianza fraterna. Pero acontece que cuando el Uno primordial (dionisíaco)
necesita ser redimido por la bella apariencia (apolínea), dando lugar a todos
los seres del mundo, en esos momentos de la escisión, a la naturaleza entera
se la oye sollozar por su despedazamiento en individuos; después se produce
la vuelta al origen y una nueva escisión (trágica).
Estos dos principios serán los que le permitirán su interpretación
de la tragedia griega, en la que va a tener presente tanto la función
del coro, como del público de espectadores, teniendo en cuenta
la tradición, para ponerla en entredicho. Por ejemplo, contra A.W. Schlegel,
que considera que el coro es el “espectador ideal”, es decir, como un compendio de
los sentimientos y actitudes de la masa de los espectadores. Esta idea está
en connivencia con la conocida y aceptada universalmente teoría de la kathársis,
de la que Nietzsche va a disentir, para escándalo de sus contemporáneos.
Nietzsche tiene una idea más moderna, incluso contemporánea, me atrevo
a decir. ¿Por qué? Porque considera que la tragedia es obra de arte
y porque, además, habla por vez primera de un público estético.
Oigamos sus palabras:
“El espectador genuino, cualquiera que sea, tiene que permanecer consciente en todo
momento de que lo que tiene delante de sí es una obra de arte, no una realidad
empírica”.
La obra de arte no ha de ofrecer una penosa fotografía de la realidad, no
ha de ser naturalista. Sin embargo, en sus orígenes, cuando la tragedia “era
únicamente coro y nada más que coro” (esta es su tesis) los coreutas
confundían realidad y ficción. Pone el ejemplo del coro de las Oceánidas,
del Prometeo encadenado de Esquilo, que creen tener delante al titán
Prometeo corporalmente presente.
“¿Y el signo distintivo del espectador ideal sería correr al escenario
y liberar al dios de sus tormentos?”
Se pregunta con ironía. El público ideal de Schelgel, efectivamente,
dejaría que la escena actuase sobre él de manera empírica y
saltaría al escenario; sin embargo el público estético que defiende
Nietzsche se distanciaría de la escena y la tomaría como lo que es,
pura obra de arte, apariencia de realidad (que habíamos dicho que era apolínea).
Schiller ofrecería, en opinión de Nietzsche, una intuición más
valiosa del coro trágico, ya que considera que es como un “muro viviente”
para aislarse del mundo real y de esta manera preservar su suelo ideal y su libertad
poética. De esta manera declara la guerra a todo naturalismo en el arte.
¿Por qué considera tan extraordinaria la intuición de Schiller?
Porque el suelo ideal del que habla es aquel por el que deambulaba el coro de
la tragedia griega originaria, situado muy por encima del suelo por el que transitan
los simples mortales. Aquí aparecerá el elemento dionisíaco
de la tragedia, constituida en su origen por un coro de sátiros, que
corrían y cantaban por la escena; un mundo, sin embargo, al que el griego
creyente dotaba de la misma realidad y credibilidad que otorgaba a los otros habitantes
del Olimpo. Estos coreutas dionisíacos estaban dotados de una sabiduría
primigenia, que por encima de las separaciones entre los hombres y entre éstos
y la naturaleza, experimentaban un prepotente sentimiento de unidad.
Retomando la idea de que lo dionisíaco es símbolo del Uno primordial,
permite a Nietzsche elaborar su propuesta del consuelo metafísico. Esta
es su tesis opuesta la kathársis. Toda verdadera tragedia deja en nosotros
la idea de que:
“En el fondo de las cosas, y pese a toda la mudanza de las apariencias (apolíneas),
la vida es indestructiblemente poderosa y placentera, ese consuelo aparece con corpórea
evidencia en el coro de sátiros.”
El consuelo que ofrece la tragedia se produce porque señala hacia la vida
eterna de aquel núcleo de la existencia (dionisíaco) en medio de la
constante desaparición de las apariencias (apolíneas).
El griego civilizado, de sentimientos profundos, que asistía a las tragedias,
experimenta un sentimiento de náusea ante la crueldad de la naturaleza y del
proceso de destrucción de la historia. Está a punto de anhelar una
negación budista de la voluntad (aquí comienzan sus divergencias con
Schopenhauer), pero el “arte lo salva”. ¿Cómo argumenta esta función
mesiánica del arte trágico? Porque lo gana para la vida. Tengamos
en cuenta que la vida es el referente fundamental de la filosofía nietzscheana.
El público veía en el coro de sátiros una imagen primordial
del ser humano, de la naturaleza y de la vida, porque la sabiduría dionisíaca
enseña que la vida es júbilo y horror, a la vez. Ésa es su verdad,
en la que se identifican finalmente coro y público. El coro sufre y
se glorifica como su señor y maestro, Dionisos y esta excitación se
contagia a los espectadores, y también su sabiduría.
Si compendiamos todas las ideas expuestas hasta ahora sobre la esencia de
de lo trágico, tanto los filósofos como los artistas la han concebido
a partir de dos elementos que se oponen y, a la vez, se complementan. Nietzsche,
como hemos podido comprobar, también estaría situado en esta órbita,
ya que considera que la tragedia es la imitación artística (apolínea)
del Uno primordial (dionisíaco). La parte apolínea es todo lo
que aflora a la superficie, como el diálogo de los personajes, que ofrece
una aspecto bello; y sólo en este sentido puede hablarse de la “jovialidad
(o serenidad) griega”. El coro es la parte dionisíaca, que muestra lo terrible
y obscuro de la naturaleza. Juntando ambas partes, se experimenta la alegría
y el horror (trágicos) de estar vivos.
2.4 Edipo rey : las peripecias de la identidad
Las reflexiones teóricas, que he ido desarrollando sobre el concepto de
lo trágico, ahora voy a aplicarlas a unas obras concretas, que considero
paradigmáticas.
Los personajes de las tragedias de Sófocles aún hoy nos maravillan
por la precisión, claridad y belleza de su lenguaje (ésta sería
la dimensión apolínea, de la que hablaba Nietzsche), de tal
manera podemos llegar a conocerlos que tenemos la sensación de poder penetrar
con nuestra mirada en el fondo más íntimo y horroroso de su personalidad
(lo dionisíaco).
En la primera tragedia que Sófocles dedicó al personaje de Edipo,
Edipo rey, se conjugan muchos de los elementos investigados en este escrito para
denominarlo héroe trágico. La interpretación que propongo
es tomarlo como prototipo de personaje trágico, ya que en su alma anidan
una serie de fuerzas contradictorias, a las que no puede dejar de atender.
La primera antítesis sería entre la voluntad humana y las disposiciones
del Hado. En efecto, desde su nacimiento, y al principio sin la intervención
del niño, actúan poderes obscuros e incontrolables, que parecen querer
que no se cumpla su destino. Conocedores los padres, por un oráculo, de su
futura condición de incestuoso y parricida, ordenan su muerte. Pero el niño
no es asesinado, sino que vive en la corte del rey Pólibo, que lo cría
como un hijo. En edad juvenil, va con unos amigos a consultar el Oráculo de
Delfos y allí conoce su destino. Entonces comienza a intervenir la voluntad
de Edipo, que horrorizado, huye de los que cree sus padres, pero en un cruce de caminos
encuentra a Layo, rey de Tebas, su verdadero padre, al que mata tras un enfrentamiento.
Pero el desdichado Edipo lo ignora, sigue su camino hasta llegar a la ciudad de Tebas,
aislada por una peste y sufriendo calamidades, porque cierra sus puertas la Esfinge,
que propone una adivinanza, hasta el momento no respondida por nadie. Nuestro héroe
sí resuelve el enigma, salvando a su ciudad, que le da como recompensa la
mano de la reina Yocasta, su madre, circunstancia que también desconoce.
Todos estos acontecimientos decisivos ya han transcurrido, hace años, cuando
comienza la obra. Delante del palacio están congregados un grupo de ciudadanos,
en actitud de suplicantes, que vienen a pedir a su rey Edipo que los libere, por
segunda vez, de la calamidad. Se ha declarado una epidemia de peste y “el sombrío
Hades se llena de cantos y lloros” (v.30) . Edipo abre el diálogo y se muestra
“dispuesto a ayudar en todo.” (v.14) El gran poeta Sófocles nos presenta al
rey, no en la plenitud de su poder, sino bellamente en su contenido humano. Siempre
que se dirige a los ciudadanos lo hace como un padre solícito, los llama “hijos”,
o “pobres hijos”, con cuyos sufrimientos se identifica. El piadoso Edipo, siempre
atento a la voluntad de los dioses, ha enviado a Creonte, su cuñado, a consultar
el oráculo y éste ha respondido que la ciudad se librará cuando
sea purificada de la mancha por no haber vengado la muerte de su antiguo rey Layo,
cuyo asesino se desconoce. Edipo lanza, entonces, una proclama, que irónicamente,
se volverá contra sí mismo. Aquí radicaría una segunda
antítesis: su deseo de hacer justicia y las consecuencias que se derivarán
de su puesta en práctica, una vez conocido el secreto de la muerte
de Layo :
“A este hombre prohibo, quienquiera que sea, que nadie de esta tierra, cuyos poderes
y atribuciones regento, ni lo acoja dentro de su casa ni le dirija la palabra, ni
en las plegarias a los dioses ni en los sacrificios le haga partícipe” (vv.236
- 240)
Trataremos ahora de la tercera antítesis de Edipo como personaje trágico.
Desde el inicio de la obra, comienzan las que he llamado las peripecias de la
identidad, porque hasta el final de ella se va dando un juego contradictorio
y trágico de velar y desvelar, que según Heidegger
era la pasión fundamental de los griegos. Creo que aunque, en apariencia,
el argumento parezca trabado como la indagación del asesinato; en profundidad,
la auténtica tesis de la obra es la búsqueda de su conciencia y el
tormento de la duda de su identidad. El poeta Hölderlin, en sus espléndidas
“Notas sobre Edipo” tuvo la lucidez de advertírnoslo:
“.....la desesperada lucha por llegar a sí mismo, el esfuerzo humillante y
casi desvergonzado por hacerse dueño de sí mismo, la loca, salvaje
búsqueda de una conciencia.”
En los parlamentos sofocleanos domina en los discursos del desdichado y malquisto
del Hado, la demente búsqueda de identidad, que para el griego de la época
radicaba en su linaje. Pero cada vez que está a punto de encontrarlo y desvelarlo,
lo niega, lo vuelve a velar. Cada indicio que le es ofrecido por alguno de los personajes,
como el criado que lo abandonó de niño, o el propio Tiresias, el adivino,
lo rechaza. Vamos a comprobarlo en los textos, en primer lugar, en el diálogo
entre Edipo y Tiresias, que ha sido requerido por aquél; pero que conocedor
de la verdad se muestra receloso en mostrarla:
EDIPO. “¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no vas a hablar, sino
que piensas traicionarnos y destruir la ciudad?” (v.330-331)
Impelido por esta acusación, y dejando a un lado el temor ante el poder real
contesta:
TIRESIAS. “Digo que tú eres el asesino de aquel hombre, el asesino al que
buscas” (v.364)
Y aún añade, porque se siente fuerte y poseedor de la verdad, cuyo
descubrimiento y proclamación en otro tiempo le otorgaron los dioses:
TIRESIAS “Digo que no te das cuenta de que con tus seres más queridos tienes
el más vergonzoso trato, y no ves en qué punto de desgracia estás”
(vv. 363-365)
La verdad, desnuda, sin velos, le ha sido revelada; pero Edipo, siempre respetuoso
con los dioses, se niega en este caso a aceptar su destino y a reconocer su identidad,
y dice palabras impías, insultando, además al adivino ciego:
EDIPO: “Para ti esto no significa nada, porque eres ciego en tus oídos, en
tus palabras y en tus ojos” (vv. 371-372)
Estas y otras peripecias van tejiendo y destejiendo el hilo de lino de la
trama ( en el capítulo siguiente, dedicado al Quijote hablaremos
de esta hermosa metáfora de Cervantes), que es el reconocimiento de su identidad,
que para el griego de la época estaba sustentada en su linaje. Dicho argumento
esta urdido por la lucha trágica, en el alma de Edipo de una serie de fuerzas
contradictorias y potentes de la cuáles ya hemos tratado antes. Pero cuando
al final de la tragedia, se descorre el velo de la verdad, no puede soportarlo y
se arranca los ojos. Hölderlin habla de:
“...la admirable, la rabiosa curiosidad de Edipo, porque el saber, cuando ha rasgado
sus límites, como ebrio en su espléndida forma armónica, la
cual, sin embargo, puede permanecer, ante todo se excita a sí misma a saber
más de lo que puede soportar y asir.”
No soporta la culpa de la que es inocente, o ignorante. No es responsable, ni consciente
de su acción. Es obra del destino, vencedor, finalmente, sobre la voluntad
de los mortales. Pero, además, si habíamos dicho que la esencia argumental
la constituían los lances en la indagación del yo, Edipo ya tiene un
nombre, una estirpe, una identidad.
Eugenio Trías, en un libro de juventud, Drama e identidad , establece
unos peculiares relaciones entre Edipo y el psicoanálisis, pero no precisamente
con el “complejo” que lleva su nombre. Algunas de sus indicaciones me permitirán
retrotraer la inmortal tragedia a una interpretación contemporánea.
Y, con ello, establecer un ligamen con el problema de la disolución
del yo, que como recordaremos, pretende ser el hilo conductor de este ensayo.
Freud pone en escena los conflictos del ego, que tienen que ver con los eventuales
problemas, atracciones o repulsiones con los progenitores, el padre y la madre. El
proceso de tratamiento en el diván tiene el suspense de una novela
policíaca; en él se van mostrando los indicios y los signos, que suelen
pasar desapercibidos para la razón y la conciencia: actos fallidos, lapsus,
sueños, etc. A lo largo del proceso, el analizado realiza la operación
de velar y desvelar (como yo decía antes que le sucedía
a Edipo), que Freud denomina resistencias o forclusiones. La “cura” psicoanalítica
es la última peripecia que conduce a un desenlace: la aceptación
de la identidad. Ya que en ella se manifiesta el ego del individuo,
que muestra su inexorable retorno al origen reprimido, que es el origen de cada trayectoria
biográfica. En Edipo, este origen reprimido fue formulado en el lenguaje mítico
de Sófocles, como lucha titánica y aceptación final de los obscuros
poderes de los dioses y el destino.
¿Qué sucede hoy con el problema de la identidad? Algunas mujeres y
hombres siguen empeñados, como Edipo, en la tarea de la indagación
y el esfuerzo humillante, las más de las veces “en la loca, salvaje búsqueda
de una conciencia” (Hölderlin); pero vivimos una edad hipercrítica que
paga cara su lucidez. Después de los maestros de la sospecha, el yo ha perdido
su centro y se ha desfondado en una serie de máscaras o roles diversos, con
ninguno de los cuales es posible establecer una identificación estable o definitiva.
Hemos perdido el orgullo del nombre, la estirpe y la conciencia de pertenencia a
patria alguna o ciudad. No así Hölderlin, que aún albergaba la
esperanza de adueñarse del sí mismo y del retorno a la Grecia ideal.
En la literatura contemporánea tenemos a Leopoldo Blum, de Joyce, que no tiene,
como el Ulises de Homero, ninguna patria a la que retornar. Su viaje dura tan sólo
veinticuatro horas, su deambular por la ciudad sin nombre (muchas ciudades hoy, podrían
ser intercambiables, el medio urbano no es hogar) carece de meta. Su esposa no es
ninguna Penélope, y no espera el regreso de su héroe que se identifique
con estirpe y ciudad, como Ulises de Ïtaca, hijo de Laertes, como se denomina
siempre con orgullo. Hoy en día, nuestros apellidos no suelen ser mostrados
con la arrogancia de los héroes griegos. El señor K, de Kafka, no conserva
más que la inicial. Tal vez, tendríamos que hacer caso a Nietzsche,
indagando, de nuevo, en los instintos contradictorios de la parte apolínea
y la dionisíaca de los héroes trágicos, los cuales pueden considerarse
como el paradigma de lo humano. ¿Encontraríamos tal vez, por
esta vía, alguna seña de identidad, aunque siempre cambiante y contradictoria?
El dictum de Baudelaire: “¡Hay que ser absolutamente moderno!” es recreado
en la literatura (desde el siglo XIX hasta hoy) en la disolución de la
identidad y la pluralidad de voces narrativas. Sus escritos están
al alcance de todo aquel que también tenga consciencia de que la inocencia
en la creencia de un yo permanente está ya periclitada. Esta afirmación
pretendo demostrarla en los estudios que seguirán.
2.5 Edipo en Colono: el exceso del sufrimiento benefactor
El final del primer Edipo es el triunfo de los poderes obscuros de los dioses
y el destino, que ha llevado al desdichado a la trinidad de actos fatales:
asesino de su padre, esposo de su madre y solucionador del enigma de la Esfinge.
La sabiduría dionisíaca implica una atrocidad contra la naturaleza,
nos dice Nietzsche, pero, a la vez, “el rayo de sol del mito comienza a sonar con
melodías sofócleas.” Y la voz del mito continuará su trayectoria
en el segundo Edipo. Los dioses se apiadarán de su desmesurado padecimiento
y un oráculo de Apolo lo conducirá al Ática, al templo de las
Euménides, en la ciudad de Colono, donde el sufriente encontrará finalmente
la paz en la muerte y, después de ella seguirá obrando beneficiosamente
para aquellos que lo acogieron.
La interpretación que propongo de Edipo en Colono es el restablecimiento
de la justicia en la existencia del héroe, que después del período
de dolores y miserias, al final de su vida se equilibra con la consecución
de la paz interior y la conversión en hombre de valía. Las palabras
de Ismene, la más joven de sus hijas, así lo testifican:
“ Es que ahora los dioses te elevan, mientras antes te destruyeron”.
Del concepto de justicia, armonía o equilibrio cósmicos, uno de los
conceptos-guía para entender el espíritu griego, nos ocuparemos en
seguida, pero antes trataremos del inicio de la tragedia y de sus personajes principales.
Edipo, ya anciano, lleva una serie de años vagando por los caminos acompañado
de su hija, a la vez que hermana, Antígona, que le guía como lazarillo
y lo consuela con su amor sin condiciones. Antes de entrar a la ciudad, ambos se
detienen a descansar en un bosque, del que sabrán, en seguida, que es un lugar
sagrado, por las palabras de un habitante del país:
“Es un lugar intangible y no habitable, pues lo ocupan las temibles diosas, las hijas
de Tierra y Sombra.”
Las temibles diosas son la Erinias, nacidas de las gotas de sangre con las que se
impregnó la tierra cuando la mutilación de Urano por su hijo, el titán
Cronos. Suelen ser denominadas las Euménides, es decir, las “Bondadosas”,
un sobrenombre destinado a adularlas para soslayar su terrible cólera, en
caso de llamarlas por un nombre odioso. Sófocles las llama las Bienintencionadas
que todo lo ven. A partir de los poemas homéricos, su misión esencial
es la venganza del crimen, especialmente los crímenes contra la familia.
Así pues, son diosas que reparan las injusticias y restablecen el orden
del mundo, concepción fundamental del espíritu helénico. Como
protectoras del orden social, castigan los delitos susceptibles de turbarlo, así
como el exceso, la _____, que tiende a hacer olvidar al hombre sus límites
mortales. Su función es similar a la de las Moîras, de las que hablaremos
después.
En una primera lectura, parece incomprensible que Edipo vaya a parar a ese lugar,
guiado por el oráculo, ya que las temibles diosas podrían castigarlo
porque es doblemente criminal, contra el padre y contra la madre. Pero en seguida
comprendemos que las Bienintencionadas no van a hacerle ningún mal,
sino a ejercer justicia compensatoria. Ya pagó por su doble crimen,
fue desterrado de su patria, que es el mayor de los males para los griegos, que como
sabemos, tenían su seña de identidad en la pólis. En
su vida errante padeció calamidades extremas, ahora merece acabar su vida
en paz. Sólo necesita de un hombre comprensivo que le acoja y le ayude a la
purificación definitiva de sus delitos. Este hombre es Teseo, rey de Atenas,
que aparece como personificación de todas las nobles cualidades del aticismo
ideal.
2.6 Armonía y justicia (cósmica y antropológica)
Hablaremos ahora de las Moîras, y nos extenderemos porque la tragedia que
intentamos interpretar está transida, de parte a parte, por los ecos del mito
del destino, los poderes divinos y la justicia cósmica. Los antecedentes que
aportaré serán, en primer lugar, Homero y después Anaximandro
de Mileto.
El máximo logro de la religión olímpica es la creencia en la
existencia de un mundo sobrenatural, poblado de dioses individuales subordinados
a la _____ (traduzcámosla inicialmente por “destino”). Esta atadura
de los poderes divinos y, por supuesto, humanos al poder absoluto de la moîra
parece, en principio, el dogma más desconcertante de la religión
griega, que persistirá, a través de las conquistas de la ciencia, sustituido
por el concepto de ley natural.
Para remontarnos a las cuestiones relativas al origen, a los primeros eslabones de
la tradición, hemos de retrotraernos a las tinieblas de lo prehistórico,
la historia nos abandona. Para los poemas homéricos, por ejemplo, no hay ni
una sola prueba documental que registre los estadios anteriores a las partes más
antiguas de la guerra entre griegos y troyanos, tal como se nos cuenta en la Ilíada.
Pero no vamos a ocuparnos de historia, sino de ideas (y de los significados de los
términos que las nombran), de los grandes conceptos-guía para orientarse
en el mundo que constituyeron el espíritu griego. Estos conceptos, de difícil
elección, se reducirán en principio a tres : _____ (“lote que
corresponde en un reparto” y más tarde “destino”), ___ (“ceguera del
espíritu”, “desgracia”, “locura”) y _____ (“pasarse de la medida”,
“transgredir los límites”). Los tres proceden de Homero y su influencia, durante
décadas, en la configuración de los helenos es un hecho que se verifica
tanto en el pensamiento pre-filosófico, como en el peculiar talante de los
griegos. Algunos de estos conceptos pasarán por la horma de la razón
y se transformarán en ideas filosóficas, estrategias literarias o teorías
científicas.
Algunos estudiosos tienen una idea de la _____ como una personificación
del destino o suerte individual, que se otorga a cada hombre, y que regirá
su vida de la cuna a la sepultura. No es ésta la opinión de F. Cornford,
cuyos análisis seguiremos, que la entiende como un reparto o sistema de dominios,
que llevará a la idea de justicia cósmica. Para comprobar esta
interpretación vamos al canto XV de la Ilíada. Los dioses intervienen
en los asuntos humanos y la larga guerra está en un momento favorable a los
troyanos, protegidos por Poseidón. Zeus, que hace lo propio con los griegos,
tiene un áspero arranque de ira (±ƒS) contra él
y le ordena, a través de la mensajera Iris , que ponga fin al combate
y “vuelva a la tribu de los dioses o al límpido mar” (v. 161). Poseidón
protesta airado y herido en su honra. Reza así:
“Tres somos los hermanos nacidos de Crono a quienes Rea alumbró:
Zeus, yo y Hades el tercero, soberano de los de bajo tierra.
En tres lotes está todo repartido, y cada uno obtuvo un honor:
a mí me correspondió habitar para siempre el proceloso mar,
agitadas las suertes; el tenebroso poniente tocó a Hades,
y a Zeus le tocó el ancho cielo en el éter y en las nubes.
La tierra es aún común de los tres, así como el vasto Olimpo”
(vv. 187 - 192)
Iris recomienda a Poseidón que ceda a los mandatos de Zeus, porque en caso
contrario las Erinias, espíritus de venganza, están siempre dispuestas
a ayudar al primogénito. Así lo hace, pero vuelve a quejarse de las
recriminaciones de su hermano, el injusto Zeus, “a quien se le han asignado porción
semejante y un lote parejo” (vv. 209 - 210). En este pasaje vemos, pues,
el sentido originario de la moîra que representa la asignación
de una región (es por tanto una categoría espacial), que comporta,
a su vez, un rango (____) o privilegio a cada uno de los dioses. Impone unos
límites, que no pueden saltarse, porque si se superan se incurre en _____
y se comete el riesgo de incurrir en injusticia. Pero en los comienzos de
esta religión patriarcal, Zeus, el padre de los dioses, se permite todas las
licencias y se salta los límites; sin embargo, a los mortales les es castigada
toda _____. A Homero no parece importarle tal diferencia en el tratamiento
de la justicia, para Zeus o para los infelices mortales.
¿Cabe la interpretación de que la que he llamado trinidad de actos
fatales fue la causa del castigo del primer Edipo? En los tres casos se pasa
de la medida y transgrede todos los fronteras. Pero el cuitado ya ha pagado por ello
y en el segundo Edipo los dioses y el destino (tomados en sentido genérico,
sin especificar qué dios en particular) reparan la culpa del inocente, al
que antes empujaron a las acciones nefastas. Bien es cierto que en ninguna de las
dos tragedias que intentamos interpretar hay alusión a las Moîras, creo
que posiblemente debido a la época en que Sófocles lo escribió,
ya en el s. V a. C., tres siglos después del texto homérico, en el
que sí aparecen continuamente citadas.
En la época clásica, a la que pertenece Sófocles, domina el
gusto por el ideal de armonía y equilibrio y para conseguirlo se recurre
a la idea de “justicia poética”, que es la versión literaria
de la justicia cósmica, y como ésta también ejercida por los
dioses o los poderes obscuros del destino. Esquilo y también Sófocles,
autores de acendrada religiosidad, recurren a este artificio, que se traduce en un
buen final o una gran reconciliación entre el héroe y los dioses,
cuyos favores consigue finalmente. La justicia poética restablece en la escena
terrestre, el orden divino. Merece que oigamos al respecto las palabras de Lesky,
que son esclarecedoras. El contexto es la reflexión en torno a los efectos
de la tragedia con final feliz, en los espectadores:
“¿Levantará nuestro ánimo, por medio del trágico ejemplo,
en la conciencia de que todo esto sucede bajo el signo de un mundo de normas y valores
absolutos, de un mundo que permite al hombre conservar algo que no puede perder,
ni siquiera en medio de las trágicas tempestades?”
El héroe trágico, encarnado en el primer Edipo, fue acometido por todas
las tempestades, pero no perdió la confianza en la justicia y el orden divino.
Quizás para hacer explícita esta esperanza, Sófocles se vio
impelido a escribir un segundo Edipo, que al no sentirse responsable del mal que
lo aniquila, el doliente espera ser recompensado con un final justo, en el
que este término abarcaría lo cósmico, lo poético y lo
moral. Con el artificio de la justicia poética, Sófocles consigue representar
y poner en obra, tanto para el héroe como para los espectadores, el ideal
clásico de armonía en lo transcendente, que después traslada
a la escena de lo terrenal.
Mi intención, al hablar de Homero, era la de rastrear, desde sus orígenes,
el fundamental concepto griego de justicia. Después hemos intentado
seguir esta fuente primigenia hasta su encarnación en la época clásica.
Y con el mismo propósito iremos a Anaximandro, al primer fragmento filosófico
que nos ha legado la tradición, porque en él se habla de la pena
y retribución, que después veremos cómo son tratados en
la tragedia clásica. El texto que citaré es de cosmogonía, en
el que se habla del proceso del nacimiento del mundo en los conocidos términos:
“El nacimiento de los seres existentes les viene de aquello en lo que se convierten
al perecer, tal como ha sido ordenado, pues se pagan mutua pena y retribución
por su injusticia, según la disposición del tiempo”. (Simplicio,
24, 17)
Lo que llama la atención, para nuestros propósitos, es el lenguaje
moral (“pena, retribución” ) y que todo ha de acaecer “tal como ha sido ordenado”,
____ __ _____
(¿una alusión a la moîra?) Se unen en este mandato
las concepciones del hado y del derecho, pues éste designa un poder que ordena
lo que tiene que ser. Este principio del destino y la justicia,
unidos, marca las lindes en el orden de los elementos y vela para exigir el castigo
de toda transgresión. La recíproca agresión de los cuatro elementos
(fuego, aire, tierra, agua) es una “injusticia” y el equilibro ha de ser restaurado
para que el todo vuelva a su armonía primigenia. El poder que preside el universo
tiene, por consiguiente, un carácter moral. Las similitudes con las ideas
anteriormente analizadas: “lotes”, asignación de “dominios” y la amarga queja
de Poseidón, por la injusticia del prepotente hermano, resaltan por sí
mismas.
Ahora nos ocuparemos de cómo las ideas de pena y retribución
de Anaximandro tienen su continuación en el ideal clásico de armonía.
Para ello, recordemos lo que dijimos en la Introducción de la idea de la “falta
trágica” o _______. Aristóteles tuvo la precaución de
asegurarse contra una errónea interpretación de la palabra, en el sentido
de que pudiese parecer una “culpa moral”. La caída trágica en la desgracia
no es debida a una falta moral, sino a un error de juicio de los hombres, o a la
arbitrariedad de los poderes transmundanos, que castiga a los hombres “sin merecerlo”.
Veamos ahora cómo aparece este tema en los dos Edipos. Aunque la culpa no
le sea imputable subjetivamente al primer Edipo, sin embargo, objetivamente existe
como una “mancha”, es una abominación para los dioses y para los hombres y
puede infectar a una ciudad. Por eso es desterrado y así paga su retribución.
Después será necesario restablecer la justicia y la armonía,
para que Edipo sea compensado de sus sufrimientos. Así aparece en Colono con
virtudes salvíficas, de suerte que donde él repose en descanso eterno,
desde allí se irradiará una luz protectora para Atenas.
Aún voy a hablar de otro filósofo, Heráclito, porque en él
encontramos una idea semejante. La permanente movilidad de todas las cosas se fundamenta
en la estructura contradictoria del cosmos. La oposición y la discordia están
en el origen, tal como dice en el Fr. 53: “La guerra (p______) es el padre
y rey de todas las cosas”. Sin embargo, la contradicción engendra armonía,
que puede identificarse con justicia: “Lo contrario llega a concordar, y de las discordias
surge la más hermosa armonía” (Fr. 8) .
Esta idea de justicia que venimos persiguiendo, pasa de ser una idea cosmológica,
al territorio de los humanos. Por ejemplo, en el espacio de la política, la
justicia democrática es ejercida gracias a la ________, que podría
traducirse por libertad de hablar igual para todos. Se supone que después
de la confrontación de pareceres o lucha de contrarios, se llega al acuerdo
común democrático.
Como hemos podido comprobar, el concepto de justicia, en sus diversos matices y acepciones,
tienen un fondo común y el griego de todas las épocas lo aplicaba a
todos los territorios; por eso me pareció un concepto clave para interpretar
Edipo en Colono. Para la interpretación que propuse de Edipo rey,
como un hombre en la desesperada búsqueda de su identidad, usé
categorías contemporáneas.
La figura de Edipo, ya anciano vagabundo y harapiento, produce el efecto de _____
(“horror”) en el coro, que se retira aterrorizado ante la mención de su
nombre, ya que la fama de sus sucesos debió haber volado por toda la Hélade.
Pero Teseo no lo rechaza, sino que siente _____ ”compasión” por el
inocente caído en la culpa y en la desgracia. Recordemos que Aristóteles
unificaba ambos sentimientos en el efecto que debía producir la tragedia:
________ o “purificación”; pero es curioso que no le dedique atención
a este segundo Edipo, y sí al primero.
Se me ocurre pensar en el anciano Sófocles, cuya edad rondaba los noventa
años, escribiendo acerca de otro anciano. Quizás se produjese una identificación
con su personaje, al que finalmente quiere hacer morir en paz. Por eso hace intervenir
a un Teseo compadecido, pero también interesado en que muera y sea enterrado
en suelo ático, ya que conoce, por el oráculo, los efectos benefactores
que habría de traer. Por eso, al final de la tragedia, cuando los truenos
y la voz del dios le llaman a su fin, lo acompaña hasta el lugar en que es
arrebatado para entrar en la existencia de los héroes.
Las dos hijas, Ismene y Antígona han sido puestas por su padre, antes de morir,
bajo la protección de Teseo. Así llegamos al final de la tragedia.
Si el concepto de lo trágico, con el que comenzamos el escrito, hace
hincapié en la escisión irreconciliable entre las fuerzas contrapuestas
de los hombres y los poderes de lo alto; sin embargo, el ideal clásico pone
el acento en la reconciliación, que luego resucitaron los románticos.
Hemos de distinguir entre los personajes de las tragedias, que siempre son héroes
trágicos, y por ello aquejados de contradicciones; y la posibilidad de que
alguna de estas obras no tenga un triste final, no sea un “callejón sin salida”,
como aseveraba Goethe. Sin embargo, Heráclito, el griego, enseñaba
que de las discordias surge la más hermosa armonía. Edipo en Colono
tiene un buen final, un final de reconciliación, armonía y justicia,
con el que el anciano Sófocles equilibra en su héroe más
querido, el exceso de sus sufrimientos con la bienaventuranza por toda la
eternidad. |