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VOLANDO EN EL CIELO DE MADRID
¿Quién no ha deseado ser pájaro por un día para sobre
volar libremente los más preciosos paisajes?
¿Quién no ha deseado
ser pájaro por un día para sobre volar libremente los más preciosos
paisajes? Yo lo había soñado desde bien pequeña. Quizá
por ello una tarde de octubre me subí a una avioneta decidida a tirarme al
vacío desde 4000 metros de altura en caída libre a una velocidad de
200 kilómetros por hora. Fuimos un grupo de amigos de los cuales dos chicos
se quedaron en tierra muertos de pánico al ver como caían los cuerpos
de los que disfrutaban del vuelo como si de sacos de patatas se tratase. El resto,
a pesar del respeto que nos imponía la escena, decidimos pasar a la sesión
teórica de una hora que impartían los monitores.
Todo bien hasta que nos enseñan como se prepara el paracaídas para
que no haya ningún error y se abra correctamente en el momento indicado. La
escena era la siguiente: un monitor tirado sobre el paracaídas rodeado de
más de un centenar de cuerdas, doblándolo con el peso de su propio
cuerpo.
Me quedé mirando fijamente y empecé a pensar. ¿Y si se le enreda
una cuerda…? ¿Y si se le bloquea la anilla…? ¿Y si no se abre el paracaídas…?
¡No me salva ni la caridad! Y a mi me encantaría volar… ¡pero
más me encanta la vida! En ese momento el monitor debió de leer mi
pensamiento y me tranquilizó fundamentando con numerosas teorías que
es prácticamente imposible que no se abra un paracaídas y que en ese
aeródromo llevan haciendo saltos cada día desde 1975 y nunca ha pasado
tal cosa. Con las manos sudorosas aún, me voy tranquilizando para pasar a
la acción. Ya en el avión, el paracaidista con el que me voy a tirar
me ancla a sus arneses y junto con el fotógrafo y cámara que se tirarán
conmigo para inmortalizar la experiencia, intentan entretenerme durante el vuelo
con chistes que en ese momento era incapaz de procesar dadas las circunstancias.
A pesar del lógico nerviosismo presentía a medida que iba ascendiendo
que la experiencia iba a ser maravillosa y empecé poco a poco a desprenderme
de mis miedos.
¡Cuidado con mis amigos que se hacían los valientes… pero llevaban la
cara más pálida que Frankenstein!
Y entonces… ¡Se abre la puerta! ¡Veo caer a un compañero, luego
otro, y por fin yo!
Puedo decir que esos 60 segundos de caída libre fueron los más largos,
cortos y a la vez intensos de mi vida. No hay vértigo, ni miedo, solamente
sensación de placer absoluto, de felicidad, de libertad y de paz a pesar de
que la adrenalina te rezuma por los poros. Después se abrió el paracaídas
y pude dirigirlo unos minutos haciendo algunas filigranas que me iba indicando el
monitor y observando desde las alturas la preciosa puesta de sol en el cielo de Madrid.
A pesar de que el aterrizaje no fue el deseado ya que por un error estuve lesionada
una temporada larga, sigo recordando aquella como una de las experiencias más
bonitas de mi vida.
Queridos alumnos y compañeros: Si algún día tenéis la
tentación de hacerlo, sin duda, os lo recomiendo a todos. Seguro que como
yo, no lo olvidareis nunca.
Sara Varela Rodríguez
Profesora de Educación Física
svarela@e-quercus.es
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