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DICCIONARIO [LA VOZ HUMANA] ::
- Celebración de la voz humana... -
Dolores Martín Diego
Profesora de Lengua Castellana
dmartin@e-quercus.es
         
  CELEBRACIÓN DE LA VOZ HUMANA

Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.

Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor: - Algunos teníamos mala letra - me dijo - Otros eran unos artistas de la caligrafía.

La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuese nadie: en cárceles y en cuarteles, y en todo el país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño da un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huídobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuesta.

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

Eduardo Galeano: El libro de los abrazos

La mayoría de la gente se enferma de no saber decir lo que ve o lo que piensa.
Fernando Pessoa: Libro del desasosiego

La fábula, fábula porque intenta enseñarnos algo, pero no porque no sea real, de Eduardo Galeano, intenta hacernos ver cómo sólo el diálogo y la comunicación con los demás nos salvan de situaciones que nos arrebatan nuestra condición de personas por el capricho de unos cuantos salvadores de patrias. "A la voz humana no hay quien la pare". Esto debería ser una verdad incuestionable. Pero lamentablemente nuestra voz es frenada demasiadas veces por circunstancias que no podemos o no somos capaces de controlar.

Lo que nunca debería parar nuestra voz, nuestra necesidad de "decir a los demás algo que merezca ser celebrado o perdonado" es la ausencia de palabras. Eso, como dice Pessoa, nos puede hacer enfermar. Las cosas y, sobre todo los sentimientos, solo se entienden cuando se convierten en palabras, cuando somos capaces de verbalizarlas, por muy inefables que a veces parezcan.

De ahí la necesidad que todos tenemos, si queremos ser cada vez más personas y conocernos un poquito más, de dominar nuestra lengua - el mejor instrumento para acercarse al mundo y tratar de comprenderlo - de disponer de palabras, herramienta con la que estudiamos, herimos, consolamos, ligamos, mentimos y hasta nos enredamos en discusiones sin fin.

Por ello, un diccionario es quizá un instrumento necesario, al que de vez en cuando deberíamos acercarnos, como de vez en cuando nos tomamos un postre después de una suculenta comida. Pero debemos acercarnos a él por propia iniciativa, con la firme voluntad de encontrar en él algo más que un montón de palabras muertas. No es un cementerio de palabras; estas toman vida cuando nosotros las comprendemos, las aprehendemos y las hacemos nuestras cuando con ellas nos comunicamos con los que antes que nosotros las usaron y pretendieron enseñarnos algo, o ya fueron capaces de expresar lo mismo que nosotros podemos sentir en un momento determinado o con los que ahora nos acompañan en el difícil camino de vivir, de crecer y de aprender. El diccionario es el hilo que nos ayuda a caminar por el laberinto del lenguaje y que nos ayuda a encontrar la salida en ese momento en que nos estamos perdiendo o enfermando porque no sabemos decir lo que vemos, lo que pensamos o lo que sentimos.

Desafortunadamente, no son "buenos tiempos para la lengua" que cada vez se va empobreciendo más, se va consumiendo poco a poco; parece que unas cuantas palabras bastan: flipamos con lo que nos gusta y con lo que nos horroriza, o son guay una película y un chico que, aunque acabamos de conocer, nos ha acelerado el palpitar de nuestro corazón; economizamos palabras porque por encima de nuestro deseo de expresar los matices de nuestros sentimientos, están las maquinitas, cada vez más pequeñas, que nos mandan cuántas palabras podemos usar.

El diccionario, al contrario que estas máquinas, es grande y pesado porque cuantas más palabras tengamos más nos ayudará, de la misma manera que cuanta más ropa tengamos en nuestro armario, mejor sabremos combinarla y más podremos adecuarla al lugar donde nos encontremos. ¿Por qué llevar siempre la misma ropa si tengo mucha más?

Por todo ello, y pensando en ti, un grupo de profesores, de esos pesados extraterrestres que cada día te aburren en clase y tratan de hacerte un poquito más persona, nos hemos liado la manta a la cabeza y hemos decidido "hacer un diccionario", sí, uno más de los muchos que existen. Pero este está hecho con la intención, que no sabemos si se habrá conseguido o no, de que ese caminar por las palabras que muchos diccionarios a veces convierten en un laberinto de siglas, sinónimos e ir de una a otra, sea más fácil, más cómodo y, sobre todo más útil. Para que sepas de verdad lo que hay detrás de cada palabra, para que aprendas a usarlas y a comunicarte con ellas y no solo a copiarlas cuando te piden que la consultes. Y como también sabemos que el ordenador es más atractivo, más cómodo y menos pesado, también lo encontrarás ahí, en tu ordenador.

Esperamos que en algún momento seas capaz de apreciar el lenguaje, que te ayude a amar, a defenderte, a convencer y a que la palabra sea capaz de evitar situaciones como la que se describe en la fábula inicial, porque a veces, como a estos presos del odio y de la intolerancia "solo nos queda la palabra".
 
         

 
 
   

Departamento de Lengua Castellana y Literatura