SANABRIA
Hay que mirar con atención el mapa para saber dónde
está Sanabria. Una vez encontrada, y sobre todo una vez visitada, es difícil
de olvidar, especialmente si el viaje se realiza en buena compañia, cuando
la soledad del paraje es casi total y el bullicio ha quedado atrás. Sanabria
está en uno de los rincones menos frecuentados de nuestra geografía,
entre Zamora y Orense, en un lugar por el que pocos pasan y algunos cuentan.
Sin embargo, es una de esas comarcas que merece la pena descubrir. La zona es muy
conocida por los aficionados a la pesca, porque es tierra de ríos y arroyos
de agua fresca donde abundan las truchas. Los amantes del turismo rural hace ya años
que comenzaron a descubrir también el Lago de Sanabria, situado en un magnífico
paraje entre montañas a orillas del río Tera. Ni el síndrome
del cámping salvaje ni la construcción ilegal han logrado destruir
el encanto de su patrimonio natural. El parador en Puebla de Sanabria es uno de los
puntos claves para comenzar una excursión por la zona, y también para
entrar en calor, nada más llegar, probando sus especialidades gastronómicas,
como el pulpo a la sanabresa, los magníficos habones de Sanabria (dicen en
el lugar que entran ocho por docena) y las ricas truchas del Tera. Todo ello, regado
con un buen vino de Toro, perfecto para las carnes de la zona.
Desde el parador, o desde las casas rurales que ofrecen alojamiento en la zona, la
excursión obligada es el famoso lago, no sin antes darse una vuelta por Puebla
de Sanabria, en la que confluyen todos los caminos de una extensa comarca que a veces
parece gallega, y otras castellana.
Puebla es una antigua villa que se remonta al siglo VI, según consta en las
crónicas medievales. Su situación no puede ser mejor y su fisionomía
llama poderosamente la atención, con sus casas de tejados de pizarra al cobijo
de un soberbio castillo. En la parte baja, el río Tera rodea a esta ciudad
declarada Conjunto Histórico Artístico.
Una empinada calle jalonada de mansiones hidalgas nos lleva, con esfuerzo, hacia
el castillo. En ella vamos descubriendo los edificios más importantes: la
Casa Consistorial isabelina, flanqueada por severos torreones, la iglesia parroquial
románica del siglo XII y, por último, el castillo, que nos descubre
una panorámica magnífica. Ni el deterioro de los alrededores puede
quitar señorío a este pueblo zamorano.
El lago está a 13 kilómetros de Puebla, siguiendo la senda del Tera.
Es un paisaje de aguas limpias que cambian de color según la hora del día
y la estación del año. En verano se puede ver a la gente practicando
deportes náuticos y tomando algo en sus chiringuitos, un ambiente que sorprende
en pleno interior de la península, entre montañas silenciosas y austeras
y unos paisajes tallados por las glaciaciones.
En otoño, el paisaje es solitario y su aire misterioso es aún más
intenso. Y es que el lago tiene también su historia y su leyenda, que atribuye
su origen al divino castigo de Jesucristo que, disfrazado de pobre, pidió
limosna en Valverde de Lucerna. Sólo unas mujeres que estaban haciendo pan
pusieron masa en el horno para dárselo al mendigo. Jesucristo castigó
al pueblo inundándolo, y sólo salvó el horno, que quedó
al descubierto y es la isla que puede contemplarse en el centro del lago.
Hoy, en sus orillas se levanta un pueblecillo que trágicamente hizo realidad
parte de la leyenda. Ribadelago, de casas blancas que llaman la atención en
una comarca de construcciones de piedra, fue construido en 1959 cuando se rompió
una presa situada a varios kilómetros en la montaña, y las aguas del
lago cubrieron por completo el antiguo pueblo. Ribadelago es ahora un pueblo animado,
con alojamientos para turistas y refugio de senderistas.
Pero donde la historia de la región se hace más presente es en el Monasterio
de San Martín de Castañeda. Se trata de un monasterio cisterciense
del siglo XII con tres naves y repleto de esculturas. Actualmente alberga el Centro
de Interpretación del Parque Natural del Lago de Sanabria, que agrupa la cuenca
del Tera y el lago.
La importancia de este parque, al que merece la pena dedicar todo un día,
está tanto en su belleza paisajística como en su particular ecosistema
vegetal -ntre mediterráneo, atlántico y de montaña-y sobre todo
en la formación glacial del lago, el más grande de la Península
Ibérica.
Masas de castaños y bosques de abedules y de fresnos nos acompañan
en nuestra excursión final por esta comarca, dejando entrever pequeños
y pintorescos pueblos presididos por un viejo crucero de piedra: Vigo, Trefacio,
Rábano, Sotillo... un larguísimo paseo para descubrir sitios donde
todavía se disfruta del silencio.
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