¿QUÉ ES EL FEMINISMO DE LA DIFERENCIA?
(Una visión muy personal)
Por VICTORIA SENDÓN
DE LEÓN
A Gretel Ammann, tan consciente
de sus diferencias : mi homenaje. (17.1.47 - 2.5.00)
Hace un par de días estuve charlando con dos jóvenes mexicanas, Martha
y Artemisa, acerca de cuestiones feministas que aún parece les inquietan:
concretamente sobre la definición o peculiaridades de la diferencia frente
a la igualdad, un discurso que yo creía superado, endogámico y sin
verdadero interés. ¡Después de veinte años ! ¡Sorprendente
! Pero las vi tan entusiasmadas exponiendo sus puntos de vista que no tuve por menos
que forzar una puesta a punto de mis experiencias y conclusiones a fin de aclarar-me
y aclarar-les cuestiones arrumbadas en el baúl de la memoria y de las emociones,
pues cuando las evocaba tuve que reconocer que no sólo revoloteaban en mis
neuronas, también -¡cómo no !- en mi corazón, derivando
en un apasionado diálogo lógico y visceral como todo lo valioso, como
aquello que ya forma parte de la vida. Me sentí hasta más joven recordando
rostros, nombres y situaciones que brotaban de una experiencia intensa al hilo de
este devenir de lucha y vida que llamamos feminismo, de militancias festivas y fiestas
plenas de sororidad, encuentros y desencuentros que aún confortan y desgarran.
Con las ideas aun frescas y el corazón caliente, en una tarde tonta de domingo,
con música de los setenta al fondo para ayudar a la memoria, me propongo relatar
sencillamente lo que allí se expresó improvisadamente por si algunas
de las jóvenes que van llegando al movimiento están interesadas todavía.
Y digo sencillamente porque si me meto en berenjenales muy sesudos perderé
la inmediatez que intencionadamente deseo mantener. Ni citas ni tecnicismos deseo
que me corten el hilo de lo que fue una conversación viva y reconfortante
por la inteligencia, precisión y cercanía de mis interlocutoras.
No quiero que redactar estos papeles a vuelapluma me lleve más de unos pocos
días. Con esta intención me pongo a ello y que os aproveche el pastel,
que no pastiche, que en esta tarde tonta de domingo voy a meter en el horno de la
escritura.
Sólo me resta añadir que se trata de una versión muy personal
con la que no deseo hablar en nombre de nadie, salvo de mí misma. Como tampoco
creo que el apelativo de ìfeminismo de la diferenciaî sea propiedad
intelectual de alguien en particular, espero que ninguna se ofenda por mi modo de
concebirlo.
El punto de partida no es inocente
Estoy convencida de que una no elige al azar. El temperamento, los genes, la educación
y la experiencia condicionan más de lo previsto. ¡Cómo no ! Por
eso me pregunto y me respondo a la vez por qué en los primeros setenta, las
hijas del 68 nos encaminamos hacia dos feminismos diversos que, estoy convencida,
se complementan por más que se empeñen en excluirse. Si uno u otro
no existieran habría que inventarlos.
Unas eligieron lo urgente y otras nos encaminamos hacia lo importante. Creo que ni
unas ni otras estábamos dispuestas a ser una generación perdida. De
modo más o menos consciente sabíamos que estábamos transformando
el mundo (Marx) y cambiando la vida (Rimbaud) Y todas, sin duda, hacíamos
historia. Más de lo que imaginábamos, pues el feminismo, de modo diluido
o light, ha impregnado ya todos los rincones de la sociedad del dos mil. Y un plus
: ha sido el movimiento político más importante de las últimas
décadas. Ya veremos si una OPA hostil consigue homologarnos a lo políticamente
correcto o somos capaces de superar esa peligrosa trampa de autocensura.
Pues bien, las feministas de lo urgente se lanzaron hacia la ardua tarea de cambiar
las leyes para las mujeres en un entorno de mejoras sociales. Había que librarse
del estatuto de sometidas y acceder al de iguales, al de ciudadanas. Chapeau !
Otras, que sin duda apoyábamos todos esos cambios, debatíamos sobre
cuestiones que nos parecían más importantes porque cambiaban la vida.
Empezamos a contarnos las experiencias vividas en ìgrupos de autoconcienciaî,
las inquietudes y dudas referentes a la sexualidad y a las opciones en torno a ésta.
La autoestima y la fuerza comenzaron a crecer en aquellas reuniones informales que
acababan en divertidas cenas y confidencias que produjeron en nosotras una verdadera
ìcatarsisî. Descubrimos lo que era la amistad y la complicidad entre
mujeres en un ambiente sin jefes, sin novios, sin maridos, sin secretarios generales
que mediaran entre nosotras y el mundo, una burbuja virtual que estalló y
nos lanzó al mundo con mucha más seguridad en nosotras mismas. No nos
sentíamos solas y los lazos entre nosotras siguen, en muchos casos, aun vivos,
por más que nos hayamos replegado ìcada mochuela a su olivoî.
Aquello pertenece ya a la experiencia vivida, al descubrimiento de un mundo que realmente
conseguimos transformar, al menos dentro de nosotras. Y con la certeza, además,
de que estábamos haciendo política, ya que lo que intentaba el feminismo
era otorgar tal estatuto también a lo privado. Verdaderamente nos convertimos
en mujeres nuevas y para siempre.
¿Por qué elegimos distintos caminos ? Ya lo he dicho : imponderables
de todo tipo.
El alimento teórico
Las feministas de la igualdad contaban con abundantes fuentes en las que beber ;
a las de la diferencia nos gustaba más el vino. De hecho, estábamos
permanentemente embriagadas de entusiasmo. No íbamos a permitir que nos aguaran
la fiesta. Mejor, las fiestas. Había que celebrar la vida y la celebramos.
Y eso marca.
Desde la Ilustración, el tema de la igualdad estaba sobre el tapete. Ellas
tenían abundante letra escrita para teorizar y reinterpretar. Y no digamos
con la aportación de las teorías socialistas, sin olvidar a Simone
de Beauvoir y su tema del Sujeto.
Nosotras, las de la diferencia, nos encontramos con un panorama que planteaba la
crisis del sujeto y prefiguraba la posmodernidad. Nuestros lagares rebosaban incertidumbre
y cuestionamientos sin cuento. Todo era nuevo porque partíamos de lo que se
estaba pensando al hilo de la propia época. Las teorías de la emancipación
nos importaban un bledo porque no creíamos en ellas. No queríamos ser
mujeres emancipadas. Queríamos ser mujeres libres porque sí, por derecho
propio, y así íbamos viviendo todos los ìsimulacrosî de
la libertad, todas las osadías del atreverse, todas las explosiones de la
dicha.
Condorcet era una antigualla que no valía la pena ni desempolvar. Foucault,
Deleuze y Guattari, Derrida, Chomsky y otros muchos estaban diciendo cosas más
frescas, que si nos venían al pelo las tomábamos y si no, las despreciábamos
: ni dios ni amo. No queríamos doctrinas ni doctrinarios.
Leímos con avidez las primeras teorías feministas radicales que nos
llegaban de USA. No había viaje a París sin que nos viniéramos
con lo último de la editorial Des Femmes. También recurrimos a la doctora
Shaeffer, que nos desveló nuestra potente y creativa sexualidad. ¡Eureka
! Fue divertido y tremendo descubrir tantas cosas a la vez. Nuestro gozo era equiparable
a nuestra perplejidad.
Nunca estuvimos seguras de nada y supongo que seguimos buscando.
Las feministas de la igualdad continuaban con sus campañas militantes y sus
apoyos teóricos más académicos, evidenciando siempre lo evidente.
Pero también aportando investigaciones sociológicas y de otro tipo,
que han servido para los consabidos ìplanes de igualdadî que la Administración
tuvo que poner en marcha gracias a la presión y a los trabajos de aquellas
mujeres.
Nosotras, las de la diferencia, nos metimos en rollos más psicoanalíticos.
No en vano había sido Freud el primero en plantear, de modo más o menos
científico, la indescifrable sexualidad femenina. Por supuesto que lo repudiamos,
pero nos dio pie para pensar en nosotras mismas desde dentro. Luego vino Lacan con
su propuesta lingüística del inconsciente y se puso de moda lo referente
al deseo. ì¿Qué deseamos realmente las mujeres ?î era
uno de los leitmotiv de nuestras conversaciones. Y, por fin, Luce Irigaray.
Eran muy difíciles de leer, pero algo nos iba calando.
Así pues, el alimento teórico del movimiento en sus dos versiones era
distinto. El de la igualdad más académico y ortodoxo ; el nuestro más
underground y herético. Y eso también marca.
Con Irigaray empezamos a caer en la cuenta de que nosotras éramos ìfeministas
de la diferenciaî. ¿Por qué ? Porque nuestro camino hacia la
libertad partíaprecisamente de nuestra ìdiferencia sexualî. Esa
era la piedra filosofal.
Supimos entonces que el mundo como representación no era más que una
proyección del sujeto masculino, es decir, ìlo mismoî. Y ìlo
mismoî sólo se pregunta por aquello que puede responderse y que puede,
de nuevo, representar. Para ser sujeto desde ìlo mismoî basta con verse
reflejado. ¿Cómo ser sujeto desde lo Otro ? ¿Cómo ser
sujeto en un mundo de representación masculina ?
Todo un reto apasionante.
La cuestión clave que exponía Irigaray ¿era espejo o speculum
? Es decir, ¿se trataba de reflejar el mundo(con el espejo) para hacer una
crítica feminista o de explorar la caverna(con el speculum) de la diferencia
sexual ? ¿Sociología o Psicología ?
El feminismo de la igualdad enfrentó un mundo androcéntrico con un
espejo crítico. El de la diferencia exploró con su speculum nuestras
propias ignotas diferencias para, desde ahí, crear un mundo.
Habrá que reconocer que lo primero, aunque más aburrido, es mucho más
fácil. Lo segundo es titánico.
Las amistades peligrosas
No sólo afinidades teóricas, sino políticas, fueron las que
nos separaron.
No podemos olvidar que muchas de las feministas de la igualdad pertenecían
o provenían de partidos políticos de la izquierda. Su monotema en todo
congreso, conferencia o mesa redonda que se preciara era ìMujer y lucha de
clasesî. Pensaban que una vez realizada la revolución socialista sólo
era cuestión de meter en el programa las ìreivindicaciones feministasî
y listo : puros ajustes logísticos.
Primero fueron marxistas, luego socialistas, después socialdemócratas
y ahora progresistas, que debe ser algo así como ìilustradasî.
Las de la diferencia éramos más bien ácratas, de tendencia un
poco hippy, radicales, despelotadas, que todo hay que decirlo.
Hoy, después de la caída del muro de Berlín, las de la igualdad,
para no quedarse huérfanas, supongo que habrán cambiado a los barbudos
Marx y Engels por los empelucados revolucionarios parisinos del XVIII. Nosotras nunca
tuvimos padres, y nuestras madres quién sabe cómo andarán. Pero
las seguimos amando.
Con todo, la mayoría, de uno y otro lado, nos enfrentamos ahora, un poco perdidas,
a un mundo más hostil si cabe que nos ridiculiza por seguir definiéndonos
como feministas. Sin embargo ¡no pasarán ! O pasarán por encima
de nuestros cadáveres. Exquisitos cadáveres de un tiempo de vino y
rosas.
Dos modos de hacer política
Ellos eran cazadores y nosotras agricultoras : un tópico. Lo sé, pero
me sirve para la metáfora.
Hay un modo de hacer política masculino y otro femenino. El primero reclama
conducir grandes rebaños con el pastor al frente armado de cayado, y los perros
que impiden que se desmadre el ganado. ¡Oh, las multitudes siguiendo a un líder
! El sueño de toda política masculina : la revolución de las
grandes masas o la sumisión de ellas, que es lo mismo.
Tal vez las de la igualdad soñaran alguna vez con esos espejismos. Al final
del camino, ìla tierra prometidaî.
Las de la diferencia hemos soñado voluptuosamente con ìun paraíso
perdidoî en el que comernos todas las manzanas prohibidas.
La igualdad sigue su camino consiguiendo leyes y normativas que van mejorando la
vida de las mujeres, sin duda. Son logros más vistosos que, a veces, hasta
salen en los periódicos o en las noticias de la tele, sobre todo si se refieren
a temas morbosos, como la violencia doméstica o las violaciones. Es, por lo
visto, cuando existimos.
Las de la diferencia, sin saberlo, se han multiplicado como hongos y van plantando
sus semillas en multitud de pequeños espacios en los que se sigue buscando,
no sólo el cambio de las estructuras y los derechos básicos, sino también
el cambio de las mujeres.
Es una política de agricultoras que se afanan en los pequeños huertos
de las mil transformaciones. Sembramos y sembramos sabiendo que fructificará.
Aunque sigamos siendo invisibles
El qué y el cómo
Por muy importante que sea el qué, no debe lograrse a cualquier precio. Vamos
consiguiendo pequeñas emancipaciones : económicas, profesionales, domésticas,
políticas o personales, pero el precio de la igualdad, en muchos casos, ha
sido muy alto : soledad, agotamiento, triples jornadas, venta de la propia alma,
claudicaciones, enfrentamientos, dispersión, enfermedad en muchos casos. Con
frecuencia ha supuesto una competitividad y un esfuerzo más allá de
lo aceptable.
En este sentido, las feministas de la diferencia siempre hemos tenido muy claro que
la vida no es negociable. Por eso nos planteamos el cómo. Llegar más
allá de la igualdad, sí, pero ¿cómo ?
Ni el dinero ni el prestigio ni el éxito valen el sacrificio del gozo, de
la libertad interior, del tiempo personal, de la amistad ni siquiera del dolor compartido.
No se trata de que las mujeres lleguemos a la política para seguir haciendo
ìlo mismoî, ni que podamos ser igual de mediocres que muchos hombres
en condiciones adversas para nosotras, porque las feministas de la diferencia nos
planteamos la política no sólo para hacer cosas diferentes, sino de
distinto modo. Tal vez por eso no estemos.
Nunca hemos querido tener una sexualidad semejante a la masculina de ìaquí
te pillo, aquí te matoî, ni la promiscuidad que ellos reclaman simplemente
para ser iguales, porque en la libertad sexual nos interesa más el cómo
que la cosa en sí. Es un pequeño ejemplo extensivo a los demás
asuntos, pero lo señalo como muestra de algunas de las consecuencias
de plantearse la igualdad como fin. El precio de las cosas constituye el baremo de
nuestra implicación.
Sólo se vive una vez -que yo sepa, de momento- y nada interesa tanto como
hacer de esta vida (tal como están las cosas) un acto de rebeldía inteligente.
A veces ese acto de rebeldía no consiste más que en sobrevivir cuando
la muerte sale al camino en cada encrucijada. Otras, por el contrario, nos reclama
una resistencia numantina ante la insistente oferta de una vida fácil en la
aceptación de ìlo que hayî. Muy frecuentemente tendremos que
aceptar que no podemos transformar el mundo, pero nunca renunciaremos a cambiar la
vida porque sabemos que la ìrevoluciónî sin ìevoluciónî
es una trampa demasiado vista como para reincidir. Simplemente : el qué sin
el cómo no interesa.
Cuestionar el modelo
El tema de fondo de nuestros desencuentros siempre ha sido el mismo : el modelo.
Cuando se plantea la igualdad parece como si se hiciera desde un peldaño,
o muchos, más abajo. La igualdad de las mujeres con los hombres. ¡Peligro
!
El feminismo de la diferencia, en cambio, plantea la igualdad entre mujeres y hombres,
pero nunca la igualdad con los hombres porque eso implicaría aceptar el modelo.
No queremos ser iguales si no se cuestiona el modelo social y cultural androcéntrico,
pues entonces la igualdad significaría el triunfo definitivo del paradigma
masculino. El panorama quedaría reducido a hombres y ìhombrecitosî
: todos ìcasiî iguales. Es muy triste convertirse en una mala copia
de un patético modelo. Claro que queremos la igualdad ante la ley, igual salario
a igual trabajo y las mismas oportunidades ¡cómo no ! Pero no es suficiente,
ni siquiera deseable.
Sospecho que una determinada forma de entender la igualdad proviene de una idealización
del sujeto masculino, versión Simone de Beauvoir seducida por la misoginia
de Sartre.
La contraposición entre la naturaleza y la libertad sartriana es la que se
expresa entre el en-sí y el para-sí. Para los hombres, la libertad
; para las mujeres, la necesidad, lo natural, el cuerpo como destino. Beauvoir atribuye
a los hombres la producción y la trascendencia a lo largo de la Historia,
es decir, el ìpara-síî, mientras que las mujeres quedamos encerradas
en el ìen-síî, en nuestra maldita naturaleza de reproductoras,
que constituye un serio obstáculo para conseguir la libertad, o sea, la cualidad
de Sujeto.
Sin duda que Simone daba cuenta de la situación de la mayoría de las
mujeres de su época, pero esa constatación no puede elevarse
a categoría, es decir, no se puede hacer de ella ontología ni metafísica.
En todo caso, sociología. Además, parece que ignora en cierto sentido
la multitud de cosas que las mujeres hemos hecho e inventado para hacer posible el
nivel de humanidad y civilidad que ahora tenemos. Claro que las mujeres hemos trascendido
nuestra condición de hembras, pero habitualmente en condiciones de dominación,
unas condiciones que no han permitido la brillantez que ha otorgado nuestra civilización
a los logros masculinos, esa trascendencia sublime que supone Sartre y, detrás,
Simone de Beauvoir.
Siendo consecuentes con lo que plantea Beauvoir, la propuesta de la igualdad y emancipación
desde semejantes presupuestos sólo puede lograrse negando la diferencia sexual
femenina en beneficio de un Sujeto universal y neutro que, lógicamente, sería
masculino, por más que incluyera tanto a hombres como a mujeres en la etapa
gloriosa de la igualdad.
Es absurdo contraponer naturaleza y libertad, pues nuestra libertad nace de nuestra
naturaleza, que la dota tanto de posibilidades como de límites. Pero, claro,
la lógica occidental juega siempre con las oposiciones de un estrecho pensamiento
binario : o esto o lo contrario.
Las feministas de la diferencia nunca hemos deseado una igualdad que aniquile nuestra
diferencia sexual, ni un Sujeto universal que consagre el modelo masculino de ser,
de ser libre, de trascenderse y de otros idealismos que no son más que huidas
hacia adelante por el miedo a la propia naturaleza. En definitiva, el rechazo varonil
a la materia que nos enraiza y nos hace verdaderamente humanas. ¿Igualdad
a costa de negar nuestra diferencia, nuestra naturaleza, nuestra realidad más
real ? ¡Qué dislate !
Aclarando conceptos
En este punto es en el que nos tiramos los trastos. Ignoro si se trata de una guerra
ideológica o de intereses. Seguramente de las dos cosas. O, tal vez, de confusiones
muy arraigadas.
Cuando insistimos en la diferencia, el latiguillo de las feministas de la igualdad
es siempre el mismo : ìSí, claro, somos diferentes ¡qué
más quieren los hombres ! Eso es lo que ellos han dicho siempre de nosotras
para mantenernos sometidas, que somos diferentes. Lo que no soportan es que seamos
iguales.î La verdad es que dicho argumento me ha parecido, en cada ocasión,
un argumento muy simple, sobre todo en boca de mujeres con gran autoridad académica.
¡Claro que ellos han utilizado nuestra diferencia para someternos ! Y sobre
todo nuestra capacidad de gestar nuevos seres. La posibilidad de ser madres y nuestra
mayor ligazón a la especie por la crianza y otras derivaciones ha jugado en
contra de las mujeres en un modelo androcéntrico. ¡Qué duda cabe
! Hay incluso quién propone la liberación de las mujeres a través
de la gestación ìin vitroî, el útero artificial y la incubadora.
Después...¡hala ! niños para el Estado. Es algo así como
cortarte la cabeza sólo por que te duele.
En fin, que es fundamental separar los hechos de los conceptos, porque los hechos
se mueven en el devenir del acontecer histórico y los conceptos corresponden
a esencias más o menos fijas. O.K. ?
Lo que sucede es que una de las características fundamentales de la dominación
masculina es que ha utilizado las diferencias a favor de la desigualdad. Las diferencias
de edad, de raza, de religión, de lengua, de etnia, de clase y de sexo han
dado lugar a múltiples desigualdades. Pero la diferencia nada tiene que ver
conceptualmente con la desigualdad. Esta ha sido una consecuencia perversa.
El concepto clave que hemos de tener en cuenta para no seguir diciendo tonterías
es el siguiente : lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad.
Hemos contrapuesto igualdad a diferencia cuando en realidad no es posible conseguir
una verdadera igualdad sin mantener las diferencias. Lo contrario no sería
más que una colonización a saco.
A esto respondería el feminismo de la igualdad que la supuesta diferencia
no es más que el producto de una socialización en la desigualdad. Y
en este argumento se pone de manifiesto otra confusión más : la confusión
de ìla diferenciaî con el ìgéneroî, que sería
una diferencia construida como desigualdad. En palabras de Irigaray, supone una confusión
con ìlo diferidoî, es decir, con las infinitas mediaciones que han determinado
un ìser mujerî socialmente construido.
Si lo entendiéramos bien, veríamos que las diferencias encierran una
potencialidad extraordinaria. Sin diferencias no hay cambio ni pluralidad, todo sería
homogéneo y estático. La anulación de las diferencias nos está
llevando al modelo único, al pensamiento único, a la economía
global. Un sistema que, lejos de anular las desigualdades, las afianza y profundiza.
¿Quién sale reforzado ? Sin duda que el modelo dominante y dominador,
el más fuerte. Eso sí : ìtodos podemos jugar en la Bolsa de
valoresî, incluso los que ganan veinte rupias al día. ¡Menos mal
! ¡Qué consuelo !
Las diferencias entre los sexos existen. La investigación genética,
hormonal, cerebral y psicológica nos lo están demostrando cada día.
Pero, claro, esas diferencias están enraizadas en la naturaleza y la naturaleza
significa, en la jerga hegeliana-sartriana-bouveriana, el ìen-síî,
algo a superar y trascender por la libertad del sujeto en el ìpara-síî.
Me recuerda demasiado al mandamiento bíblico de ì¡Dominad la
tierra !î Doblegar la naturaleza, trascenderla, explotarla y después
renegar de ella. Sospechoso camino, vive dios.
La atalaya de la historia
En el siglo XX que recién dejamos, han sucedido cosas demasiado significativas
como para no sacar conclusiones. Tenemos la suerte de disfrutar de una perspectiva
privilegiada.
La lucha de clases en su versión de revolución proletaria nos ha puesto
en bandeja el modelo de lo que nunca deberíamos hacer las feministas. También
aquella revolución tuvo sus días gloriosos de vino y rosas. Después
apareció la hoz y el martillazo, los gulag, las purgas de intelectuales y
disidentes, el muro de Berlín y la espantosa agonía de un sistema no
sólo corrupto, sino triste, muerto de antemano. Más que agonía,
fue la descomposición de un cadáver.
De todos modos, los mejores frutos de la lucha obrera los recogimos en Occidente,
no allí donde se hizo la revolución, sino aquí, con las mejoras
que se consiguieron para los trabajadores. La lucha sindical y de partidos de izquierda
fue muy efectiva en los países con un sistema democrático de gobierno.
No podemos ni comparar las condiciones económicas y sociales a las que estaba
sometida la clase obrera con los logros de los que actualmente puede disfrutar. Eso,
sin duda, es mejor, mucho mejor, que nada. Sin embargo, lo que se pretendía
no se consiguió, con el agravante además de la desmovilización
de los propios agentes.
¿Qué se pretendía en realidad ? La abolición de una sociedad
dividida en clases. Aquello que decían Hegel y Marx de que la condición
del esclavo era la verdad más verdadera, más abominable, del amo, aquello
de que su papel de antítesis, su fuerza de negación, habría
de producir un salto dialéctico, una realidad nueva en la síntesis...,
pues parece que no funcionó. Por supuesto que ha desembocado en una situación
nueva, pero no en aquella por la que se luchaba. Digamos que la clase dominante,
los valores de la clase dominante, han acabado por imponerse, han colonizado el imaginario,
los deseos, las proyecciones y las aspiraciones de la clase dominada. El proletariado
no ha creado su propia cultura, su modelo de sociedad alternativo ni siquiera la
unión necesaria, no. Los obreros sólo quieren vivir como la clase adinerada,
no tienen conciencia de clase y se movilizan únicamente cuando se trata de
sus salarios o del puesto de trabajo. Incluso hay muchos que votan a la ultraderecha
por el miedo a la competencia del ìextranjeroî.
Es ingenuo, lo sé, hablar ahora de dos clases sociales, pero estoy exponiendo
grosso modo para entendernos. En todo caso, tal vez sólo el desclasado voluntariamente
se mantenga puro, tal vez guarde en sí la llama que le hizo tomar una opción
de clase. Por más que muchos piensen que han perdido el tiempo.
Pues bien, algo así puede ocurrir en la lucha de las mujeres. Mientras la
tendencia hacia la igualdad nos va consiguiendo ìmejorasî, no podemos
relegar una conciencia crítica que cuestione el modelo en sí, pues
nos quedaríamos a medio camino. La igualdad es un buen punto de partida, pero
no de llegada.
En la lucha de sexos puede ocurrir lo mismo : que las mujeres no tengamos otra aspiración
que ser como los hombres, sin introducir ninguna variable que constituya ìdiferencias
significativasî respecto al modelo dominante. Como mucho, terminaríamos
haciendo beneficencia con las más desfavorecidas. El camino hacia la igualdad
no cambia la estructura de dominación sexista, al contrario : la reafirma.
Es un modo de colonización.
Insisto en que la función del feminismo de la diferencia consiste en mantener
la conciencia crítica frente al modelo, en propiciar realmente el cambio.
Ya estoy escuchando la pregunta insidiosa, ìpero ¿qué cambio
?î Si conseguimos la igualdad ¿qué otro cambio vamos a pretender
?
La respuesta... en el siguiente capítulo.
Lo significante y lo in-significante
En nuestra civilización jerarquizada, los que están arriba -y un hombre
siempre está por encima de las mujeres que se le pueden equiparar- son los
que han ido construyendo un modelo en el que lo significante, lo valioso, es aquello
que se ajusta más fácilmente al esquema viril. Es más, yo diría
algo tan burdo como que lo más importante tiene que ver con los efectos que
produce la testosterona : la fuerza, la competitividad, la acción, la conquista,
la producción ... frente a la paciencia, la solidaridad, el sentimiento, el
cuidado o la reproducción.
Oh, sí, ya sé, ya sé. Las mujeres también somos fuertes,
competitivas, dinámicas, emprendedoras y todo eso ; así como ellos
pueden ejercer de tiernos, amantes padres, sentimentales y solícitos. Por
supuesto.
No estoy hablando de personas concretas, sino de paradigmas : Del paradigma construido
de lo viril y del correspondiente femenino. Tampoco estoy hablando de esencialismos
que tanto se nos achacan a las feministas de la diferencia cuando se piensa que nosotras
nos hemos encerrado en una urna de cristal autocomplacidas en nuestra ternura, sensibilidad,
esteticismo, etc. Nada de eso.
Cualquiera, mujer o varón, pueden ser una cosa, la otra, o las dos indistintamente.
A lo que me refiero es a la valoración que se hace de determinadas funciones,
roles, actitudes o aptitudes. Y para calibrar lo que existe y no existe a la medida
del paradigma viril no tenemos más que fijarnos en los medios de comunicación
: Hay realidades noticiables y otras que no son periodísticas ni telemáticas
ni ... Es decir, hay cosas significantes y otras in-significantes. ¿O pensáis
que es inocente todas las horas de fútbol, comentarios sobre el mismo, entrevistas,
recapitulaciones, tertulias, chismes, penas y glorias de ese simulacro de guerra
del que no es posible descansar en todo el año ? La economía de los
grandes números, los liderazgos políticos, la lucha entre pueblos y
cosas así ocupan tiempo y páginas sin límite para contarnos
lo que es el mundo.
Las páginas más visitadas en Internet son las de sexo duro para disfrute
de sádicos, proxenetas, salidos y otros especímenes. Y no digamos los
video-juegos para niños y adolescentes en los que se premia tanto el matar
a un marcianito como atropellar a una ancianita en la autopista.
El esquema del triunfador está muy cerca del financiero, del político
con éxito, del presentador mediático, del futbolista goleador. Si una
mujer alcanza el éxito en alguno de estos campos, no será considerada
verdaderamente exitosa si no está felizmente casada, felizmente enamorada
o felizmente entregada a sus hijos bienamados. El baremo que corresponde al esquema
viril es lo significante. Lo demás es absolutamente in-significante, por eso
no nos enteramos nunca de lo que están consiguiendo las mujeres de un pueblo
perdido de los Andes o de las investigaciones interesantísimas que otras realizan
en una Universidad de Boston, por decir algo. Es tan invisible como el ìtecho
de cristalî que se cierne sobre nuestras cabezas y que, por fas o por nefas,
impide una realización personal y profesional acorde con los esfuerzos y la
valía de una mujer concreta.
Es más, que la prostitución, femenina en su inmensa práctica,
sea incluida en una instancia a la que llaman ìlibertad sexual del individuoî,
está poniendo de manifiesto que la explotación brutal de las mujeres
constituye algo ìnormalî a los ojos del paradigma viril. Cínicamente
ponen en situación recíproca de libertad a la prostituta y al cliente.
Ahora, todo tipo de periódicos publican anuncios de ìcontactosî
como si de una cosa legítima se tratara porque ven como algo normal, e incluso
sano, eso de la prostitución. A nadie sin embargo se le ocurriría publicar
: ìblanqueo dinero negroî porque no se lo considera políticamente
correcto, amén de punible.
¿Qué nos dice todo esto ? Que existe, no sólo una dominación
real de la que las mujeres somos las víctimas, sino también una dominación
simbólica que ni siquiera la vemos porque anida en nuestro inconsciente. Vemos,
pues, que existen explotaciones visibles y materiales que son posibles porque
previamente existe una dominación tácita y simbólica que consigue
hacer pasar por normal lo que es aberrante. El imponderable por el que se decide
lo que existe y lo que no, lo que es valioso y lo devaluado, el éxito y el
fracaso no es otro que el código implícito en las sociedades de dominación
en las que impera el modelo viril.
Precisamente esta clase de dominación es la que a las feministas de la diferencia
nos interesa solucionar, de lo contrario todas las luchas en favor de las mujeres
se convertirán en parches, ya que el modelo se reproduce a sí mismo
ìin eternumî por inercia y por inconfesables intereses.
Crear orden simbólico
Hablar de lo simbólico provoca con frecuencia reacciones de escepticismo cuando
no de sarcasmo, lo que no es comprensible desde una perspectiva seria.
La definición de que los seres humanos somos ìanimales racionalesî,
que con cierto voluntarismo se fuerza hacia lo racional, ha sido superada por
otra definición más abarcante y que nos delimita claramente del reino
animal, sobre todo desde que nos hemos enterado de que algunos de ellos poseen una
mayor capacidad para operaciones aritméticas básicas que nosotros,
como sucede con ciertos monos.
Pues bien, esa definición más ajustada a nuestra realidad de humanos
es que somos ìanimales simbólicosî, para empezar porque somos
capaces de lenguaje simbólico por el que sustituimos cosas por conceptos.
Haciéndolo muy simple podríamos decir que poseemos un código
personal, cultural e incluso de género por el que traducimos los significantes
(realidades de cualquier tipo) a significados determinados. Es decir, que las cosas
no son lo que son, sino lo que significan. Y ese código, que sería
como un lenguaje cifrado, es el símbolo. Pero lo que las cosas significan
para cada quién tiene también que ver con nuestras estructuras psíquicas
más profundas ; así pues, el código (símbolo) también
pone en comunicación el inconsciente con el consciente. O, si queréis,
el ìimaginarioî con el ìYoî.
El feminismo de la diferencia es consciente de que la realidad estructural sigue
funcionando y repitiéndose a sí misma porque el mundo simbólico
androcéntrico continúa inalterable. Es decir, porque la dominación
simbólica, agazapada, está inscrita en el inconsciente de nuestra civilización.
Pierre Bourdieu ha publicado un pequeño estudio muy interesante sobre la sociedad
de la Cabilia, en la que el dominio patriarcal es evidente : la división del
trabajo, la sumisión de las mujeres o la primacía del varón
se viven con toda naturalidad y sin ser cuestionados. La conclusión del ìsocioanálisisî
de Bourdieu es que lo que en esa sociedad es evidente y se muestra a la luz del día,
está reflejando lo que en nuestra sociedades avanzadas anida en estructuras
simbólicas tan profundas que a veces no las podemos detectar, de suerte que
lo que en la Cabilia es real, entre nosotros es simbólico. Se trata, pues,
de una dominación inconsciente.
Hay que afinar muchísimo para conseguir detectar y desentrañar la dominación
simbólica que se nos ha impuesto y que nosotras mismas acatamos sin conciencia
de ello. Sólo, tal vez, en contraste con otro orden simbólico podría
salir a la luz todo lo que de dominación existe en nuestras conductas, nuestros
sueños, nuestras mentiras, en nuestros deseos jamás contados.
Pero ¿cuál es ese otro orden simbólico ? Existe sólo
de modo incipiente: hemos de crearlo. Y crear orden simbólico pasa por el
proceso de autosignificarse. Lo que hacemos las mujeres puede ser significativo y
valioso, sea igual o no a lo que hacen los hombres, pero depende de cómo lo
hagamos. Se crea orden simbólico con el modo de vivir, de hablar, de amar,
de relacionarse, de trabajar, de ejercer el poder o de crear cuando todo eso se hace
significativo, cuando no es ìmás de lo mismoî y, por tanto, podemos
asignarle una significación diferente. Aunque lo difícil es, precisamente,
hacerlo significativo. Tan difícil como ìhacer visible lo invisibleî,
lo que exige una política consciente por nuestra parte.
Un modo muy efectivo es a través del arte : el cine, la literatura, la música,
las plásticas diversas utilizan símbolos que van al corazón
del problema. Pero también creando ìlugares propiosî que no sean
meros guetos, sino que pongan de manifesto un ìmodoî peculiar de estar
en el mundo, un modo prestigioso de seguir siendo diferentes.
El movimiento pacifista, por ejemplo, ha conseguido cambiar la ìsignificaciónî
de la figura del héroe (el símbolo más definitivo en la civilización
patriarcal) que antes encarnaba el guerrero, hasta el punto de que la carrera militar
está cada vez más degradada y su acceso al alcance de cualquiera. Ya
no se trata de algo prestigioso, sino de todo lo contrario. Claro que como el sistema
es muy versátil, el héroe es ahora el financiero.
Para crear orden simbólico es muy efectivo el humor con el que desprestigiar
determinados roles, funciones, jerarquías y figuras que encarnan el dominio
simbólico de modo solemne, honorífico, significante y prestigioso.
La creación del orden simbólico es una tarea específica del
feminismo de la diferencia, una tarea nada fácil y en absoluto espontánea,
pues hay que darle muchas vueltas al asunto para no caer en ìesencialismos
feminoidesî que lo único que consiguen es confirmar la asignación
de género que se nos ha impuesto.
Y, para terminar, saber que crear orden simbólico es una tarea colectiva,
además de individual, porque de lo contrario sólo seremos capaces de
encarnar ìexcepciones que confirman la reglaî y, como tales, ser clasificadas.
Los diversos modos de ser mujer
No existe una esencia de mujer. Las mujeres hemos sido definidas de muchos modos
a lo largo de la historia. Siempre de acuerdo con las conveniencias, prejuicios,
miedos y perplejidades de los varones.
Tampoco se trata de que, en contraposición, nos autodefinamos según
el modelo femenino que más nos guste y creemos así una esencia de mujer
que haga las veces psíquicas de lo que fue el corsé para el cuerpo
domeñado de nuestras madres o abuelas.
Si continuamos profundizando en el simbólico y tenemos en cuenta que los arquetipos
son las fuerzas fundamentales que estructuran el psiquismo, podremos comprobar que
hay muchos modos de ser mujer. Pero no de acuerdo con los mitos que nos ha legado
la ìmala concienciaî patriarcal, como hace Bolen en ìLas Diosas
de cada mujerî, sino rastreando los mitos originales, que muy poco tienen que
ver con todas las añadiduras y tergiversaciones que la dominación simbólica
ha ido sutilmente versionando.
Veremos que los arquetipos originales pueden servirnos según nuestra personalidad
o según las circunstancias vitales por las que estemos pasando. Estos arquetipos
despliegan unas energías desconocidas y constituyen un orden simbólico
puro que nos remite a las múltiples versiones de ìser mujerî
de modo plurifacético y cambiante. No apuntan tanto a la esencia como a la
existencia.
No se trata de ser mujeres en un limbo estático de arquetipos platónicos,
sino de ser mujeres en este mundo.
Quiero añadir que no hablo de memoria, pues recientemente he dirigido un curso
sobre ìRecuperación del mundo simbólico femeninoî, dirigido
a profesionales sanitarias de Atención Primaria, al que asistieron mujeres
médicas de familia, ginecólogas, matronas, enfermeras, docentes y trabajadoras
sociales de formación fundamentalmente científica. He de decir, para
mi sorpresa, cómo este taller respondió plenamente a sus expectativas,
pues se echa de menos un ìorden simbólicoî para la comprensión
de realidades que el orden político, el económico y la ciencia misma
no son capaces de explicar del todo.
El Género Humano y el Sujeto Universal
A menudo se dice y decimos que ìel género humanoî es una especie
depredadora y suicida ; que apaleamos a las focas o quemamos los bosques, que gastamos
en armamento mucho más que en salud ; que el comercio de niños para
la venta de órganos, la prostitución o la pornografía constituye
uno de los más suculentos negocios actuales o que las desigualdades en la
posesión de los recursos es abismal... ¿Seguro ? ¿El género
humano ? ¿Quién apalea a las focas ? Que yo sepa, hombres ; ¿quiénes
están destruyendo bosques y selvas ? Hombres ; ¿quién dirige
todo el comercio mundial de armamento ? También hombres ; ¿en manos
de quiénes están las riquezas de la tierra ? Pues el 98% está
en manos de hombres y sólo un 2% corresponden a las mujeres. Si las 225 ìpersonasî
más ricas del mundo acumulan el mismo capital que los 2.500 millones más
pobres, esas 225 personas son varones y la mayoría de los más pobres
son mujeres. En armamento se gastan 780.000 millones de dólares al año
frente a los 12.000 millones que se gastan en salud reproductiva de las mujeres,
decisiones tomadas por gobiernos mayoritariamente masculinos. En la prostitución
ìinfantilî el 90% son niñas y los beneficiarios en un 100% hombres
también. ¿Existe, pues, el ìsujeto universalî que representa
al ìgénero humanoî indistintamente ? Definitivamente, no. Cuando
hablamos de personas o de gente o de la humanidad no reflejamos en absoluto la realidad.
Lo que sucede es que el mundo simbólico actúa a través de un
lenguaje neutro que nos impide ver lo que hay detrás de las palabras.
Para analizar la realidad hay que huir de lo neutro, porque ese universal es siempre
parcial. Nosotras, las mujeres, no pertenecemos a ese Género Humano ni al
Sujeto Universal. Pero también hemos de escapar del genérico Mujer,
con mayúscula, porque no podemos ser Sujeto desde lo genérico. ¿Por
qué ? Porque lo genérico engendra identidades, que es precisamente
lo opuesto a diferencias. No entiendo, pues, cómo se nos acusa de que estemos
ancladas en la búsqueda de una identidad femenina, que es precisamente lo
antagónico de lo que pretendemos. Si lo contrario de igualdad es desigualdad,
lo contrario de diferencia es identidad, que es relativo a lo idéntico. Por
tanto, del mismo modo que no se puede contraponer igualdad a diferencia, tampoco
se puede relacionar ésta con la identidad, que es precisamente su término
antagónico :
igualdad versus desigualdad
diferencia versus identidad
La aspiración del feminismo de la igualdad es que las mujeres lleguemos a
ser sujetos con todas las prerrogativas que se atribuyen al Sujeto Universal. Y aquí
si que diferimos, porque el Sujeto Universal, pretendidamente neutro, ese sujeto
de derechos abstractos, da prioridad y autoridad a la experiencia masculina del mundo,
cuando lo que las mujeres necesitamos son derechos sustantivos, y esos derechos sustantivos
sólo se consiguen marcando las diferencias. De lo contrario estaremos legitimando
unas leyes que hacen más invisible aún el dominio social.
Los derechos sustantivos han de tener en cuenta las necesidades y los deseos legítimos
de las mujeres, porque los derechos abstractos siempre van a favorecer a los varones,
así como la inscripción en el Sujeto Universal nos catapulta en la
igualdad con el varón.
Desde las diferencias que nos constituyen como mujeres, tendremos que construir políticamente
un Sujeto diferencial capaz de pactos y transaciones a la vez que de cuestionar el
modelo. Pero ese Sujeto diferencial no ha de ser un ìsujeto genéricoî
porque no somos idénticas, sino un sujeto compatible con las diferencias existentes
entre las propias mujeres. En definitiva, que ese Sujeto diferencial femenino, es
el sujeto que corresponde a las mujeres y no a ìla Mujerî.
La reivindicación de la diferencia es muy recurrente entre los nacionalismos,
que continuamente caen en contradicción consigo mismos. Reclaman vehementemente
el ìhecho diferencialî hacia fuera, pero aplican hacia dentro el ìdeber
serî y la obediencia debida a una ìidentidadî que se contradice
con la diferencia. Se trata de un ìhecho diferencialî que no permite
ìlas diferenciasî.
Nosotras reclamamos, desde la diferencia, ìlas diferenciasî porque somos
diferentes frente a un modelo construido según los privilegios de lo viril,
así como frente a una identidad de género también construida
desde fuera. Otra cosa será la complicidad con las semejantes
La cuestión del poder
El tema del poder ha sido y es uno de los más controvertidos entre los diversos
feminismos. Tal vez tendríamos que comenzar a discutir qué entendemos
por poder.
También la palabra poder pertenece a esa panoplia de palabras neutras de connotación
unívoca cuando ni es neutra ni es unívoca.
No es neutra porque en una sociedad estructurada por la dominación, la palabra
poder significa ìdominioî, un dominio que ha permitido sobre todo transformar
las diferencias en desigualdades. ¿Nos interesa realmente ese tipo de poder
? El feminismo de la igualdad dice que por qué no ; el de la diferencia, pone
en tela de juicio la bondad y la eficacia de ese poder para conseguir lo que pretendemos.
Oh, ya salió la palabra bondad : semejante tontería. Sí, claro,
el derecho al mal y todo eso, el derecho a ser igual de mediocres o de brillantes,
de estúpidas o de inteligentes que los hombres y, a pesar de ello, ejercer
el poder como un derecho más.
La palabra poder, al menos en castellano, puede referirse a poder mandar, poder hacer
y poder ser, es decir, a dominar, administrar los recursos o elegir el modo de estar
en el mundo. ¿De qué poder hablamos cuando hablamos de poder ?
Tenemos derecho, sin duda, a ejercer los tres tipos de poderes. La cuestión
es si queremos o no. En cuanto al poder mandar nos planteamos si vale la pena reproducir
el modelo como feministas que somos, no sólo como mujeres. Por más
que el poder mandar, en sociedades democráticas, tendría que reducirse
a poder gestionar los recursos en función de una sociedad más justa
y no a medrar con él y aprovecharnos de todos los privilegios que conlleva.
Eso sólo podría hacerse a través de la política institucional
que hoy, más que nunca, depende de los poderes económicos.
Actualmente se plantea el camino de la paridad como el único posible, planteando
que si muchas mujeres accediéramos a puestos de responsabilidad posiblemente
llegaríamos a conseguir una masa crítica suficiente como para cambiar
el modelo. Lo malo es que la paridad impuesta desde los aparatos de los partidos
es una trampa porque se establece entonces la ìpolítica del harénî.
Cada jeque se rodea de ìsus chicasî y elige a las menos molestas, a
las más sumisas, a las que no le van a robar protagonismo o, como mucho, a
las que le darán más votos. Si la paridad no se ejercita desde las
propias mujeres que eligen a sus representantes y las imponen a los partidos, la
cosa no tiene sentido.
La masa crítica sólo podría alcanzarse cuando, desde fuera,
otras muchas mujeres apoyaran a sus candidatas y desde dentro se defendieran las
propuestas. Lo que sucede es que la gran contradicción radica en que, en democracia,
el sistema de partidos constituye una partidocracia, un juego endogámico de
poder que no pretende cambiar las cosas si eso va a arrebatarles la poltrona o el
beneplácito de los banqueros.
La paridad tendrá sentido desde un fuerte movimiento de la sociedad civil
que considere a los políticos como meros administradores de sus intereses
legítimos. Lo malo es que los sirvientes se han convertido en amos.
Las mujeres, como consumidoras o impositoras, también podríamos crear
un reducto de resistencia frente a los productos que se nos venden o que se nos pretende
vender. Podríamos no consumir cualquier cosa ni a cualquier precio. Podríamos
imponer un mayor respeto con el medio ambiente, una negativa a determinados impuestos
o mayores asignaciones para la sanidad preventiva o la formación continua.
Eso, sin embargo, no se plantea. Sólo se discute el número de diputadas
o de cargos políticos.
Otra vez, como siempre, el cómo frente al qué. Lo deseable no es que
muchas mujeres accedan al poder para abundar en ìmás de lo mismoî,
sino de acceder al poder de un modo cualitativamente diferente.
Algunas opciones dentro del feminismo de la diferencia proponen, frente al poder,
la autoridad femenina como si ambas cosas fueran contradictorias. Tan contradictorias
se presentan que dicha autoridad impide contaminarse con el sucio ejercicio del poder
que ejercen los machos. Si la susodicha ìautoridad femeninaî no se convierte
en una tiranía dentro del grupo de adeptas, considero que sería un
requisito incluso para apoyar a ciertas mujeres, cuya autoridad no radique únicamente
en su erudición en determinados ìsaberes académicosî,
pues de nada sirve la autoridad intelectual sin la moral. Pero la autoridad no basta
para cambiar las cosas.
Una ética del poder
Insisto en que la cuestión de el ìquéî y el ìcómoî
es lo que nos divide. Si el feminismo supone una nueva forma más evolucionada
de hacer política, o sea, de ejercer el poder, tendríamos que convenir
en que ìel fin no justifica los mediosî o, como diría el Tao,
ìel camino es la metaî. Todo lo contrario de lo que susurraba
Maquiavelo al oído del Príncipe. El fin y los medios tendrían
que estar de acuerdo si queremos que la política recobre su dignidad y su
razón de ser.
Lo que pretendo poner de manifiesto es que nuestra política ha de estar fundamentada
en una ética acorde con nuestros propósitos. Si lo que postulamos es
acabar con una estructura de dominación, y no sólo conseguir que las
mujeres seamos iguales a los hombres, la búsqueda de los principios éticos
es fundamental. Nuestra política no puede ser únicamente ìel
arte de lo posibleî, sino también de lo ìconvenienteî.
De lo contrario ¿de qué emancipación o liberación estamos
hablando ? ¿De qué nos sirve ejercer el derecho al mal como argumento
definitivo si lo que postulamos es una superación de las condiciones actuales
? En todo caso el derecho al error, el derecho a las propias limitaciones sin
idealizar nuestras posibilidades.
Por supuesto que no voy a proponer aquí qué tipo de principios éticos
tendríamos que adoptar, pero sí hacer ver que es banal la propuesta
de la toma del poder sin reflexionar sobre su fundamento.
Para el feminismo de la diferencia y de las diferencias creo que sería primordial
contravenir el imperativo categórico de Kant, para quien el bien no funda
la moral, sino que la moral funda el bien, de ahí la propuesta de ìobrar
de tal modo que nuestro comportamiento pueda servir como norma universalî.
Algo así como mantener el orden y las costumbres por encima de todo. Justo
lo que no queremos mantener. Más bien propongo : obra de tal modo que tu comportamiento
abra posibilidades diversas de realización humana. Al menos un bien fundamentaría
la moral : la libertad.
Es muy sintomático que en sociología se acepte un modelo para medir
el desarrollo moral de los individuos como es ìel paradigma de Kohlbergî.
Este paradigma afirma que un individuo posee una categoría ética o
moral superior si tiene más en cuenta las normas morales y el derecho en sentido
abstracto que las relaciones interpersonales, el cuidado y la atención por
las personas.
Casualmente se prima lo que han venido haciendo los hombres, más dedicados
a lo público que a lo privado ; y se desprestigia, cómo no, las funciones
que las mujeres nos hemos visto obligadas a desempeñar, lo cual no significa
que sean funciones inferiores, sino insignificantes, desvalorizadas.
No estoy proponiendo que las mujeres nos dediquemos a lo que nos hemos dedicado por
milenios como una función subsidiaria del buen funcionamiento de la sociedad,
por descontado. Sin embargo, no le doy ningún valor a la moral normativa y
al derecho que no tiene en cuenta el cuidado por las personas, el bienestar físico
y anímico de los individuos concretos. No me valen para nada las ìrazones
de Estadoî si esas razones olvidan los derechos sustantivos de los ciudadanos.
Además de que no me parecen de inferior rango las relaciones interpersonales
que las internacionales.
En definitiva, que el feminismo es una opción política fundamentada
en una ética que tiene como principio que lo privado merece el mismo respeto
que lo público o, mejor, que lo público no puede ejercerse sobre el
desprecio de lo privado. Y no estoy hablando de la propiedad privada exactamente,
sino de lo privado como privacidad, como derecho a la atención y al cuidado
por parte de los otros y, también, de los poderes públicos.
Estoy hablando de una opción ética que refuerce la libertad de los
individuos sin menoscabo de los derechos de otros individuos. Estoy hablando de una
ética más evolucionada que la que hoy valoramos.
Si se plantea el poder como ìpoder, síî o ìpoder, noî,
tengo que definirme por el ìpoder, dependeî, todo depende ...
La lógica binaria de la exclusión
La lógica no es inocente en todo este entramado, tan poco inocente como la
ética kantiana para la que los valores no fundamentan la moral, sino al contrario.
La civilización patriarcal nos ha impuesto, no sólo una ética
más allá de la bondad o maldad de las cosas, sino una lógica
determinada que se pretende constitutiva de la esencia humana. Hegel llega a afirmar
que ìel hombre piensa naturalmente según la lógica, o , más
bien, la lógica constituye su misma naturalezaî. Y para el positivismo
lógico del Círculo de Viena, la lógica abstracta es superior
a la realidad, y aunque parte de la experiencia, ha llegado a constituir un sistema
completamente autónomo, independiente por completo de la experiencia en su
validez, o sea, que vale ìa prioriî porque se mueve en el campo de la
simbolización, que nunca es la cosa en sí. Es decir, que las relaciones
lógicas son únicamente relaciones dentro de un sistema de representación.
Pero, al mismo tiempo, la lógica misma puede volver a ser introducida en el
ámbito empírico considerándola pragmáticamente como un
tipo determinado de comportamiento metódico. Es decir, que ìsu lógicaî
manda sobre la realidad.
Este pensamiento es tan aberrante que nos lleva a concluir que si la realidad contradice
la lógica, habrá que modificar dicha realidad antes que modificar la
lógica. Es lo que hacen continuamente los políticos.
Pero la lógica, afirmo yo, no constituye el pensamiento ìnaturalî
del ser racional llamado hombre, ni hablar. La lógica constituye un sistema
de relaciones, un código impuesto, coherente con la estructura misma de dominación,
de modo que pase por ser un tipo de pensamiento connatural a la especie humana.
Desde Aristóteles, la lógica de Occidente es una lógica de la
contradicción y de la exclusión. Es decir, que contrapone conceptos
diferentes como si fueran contrarios, por ejemplo, hombre y mujer, de modo que si
el concepto hombre es igual a ìAî, el concepto mujer equivale a ìno-Aî,
en lugar de ser ìBî, ìCî, ìDî, etc. Además,
entre ìAî y ìno-Aî no puede existir un tercer término.
Entre salud y enfermedad no hay lugar para ninguna mediación lógica
que pueda significar salud y enfermedad al mismo tiempo, ya que los contrarios son
irreconciliables lógicamente.
Al simbolizar matemáticamente la lógica, si ìA=1î, resulta
que ìno-A=0î. Si lo masculino, que se toma como término fundamental,
equivale al uno, quiere decir que lo femenino (su contrario según esta lógica)
es igual a cero. De ahí que Aristóteles defina a la mujer como ìun
varón castradoî. Esta, pues, es la lógica binaria : el término
que se considera principal elimina o negativiza a su (pretendidamente) contrario.
Conclusión : El dominio simbólico no sólo está fundamentado
en un modelo ético, sino que dicho dominio se hace razón a través
de la lógica, de esta lógica. De esta lógica sobre la que se
construyen todos los desafueros de la ìrazón de Estadoî, todas
las convenciones, conveniencias y connivencias de los poderosos : es muy fácil.
Por esto también, el feminismo de la diferencia se ha impuesto la tarea de
estructurar una lógica no binaria, no digital, sino analógica, es decir,
que refleje la realidad y no una abstracción forzada de esa realidad.
Para nosotras, el feminismo no puede ser ajeno al problema epistemológico
que supone un determinado modo de pensar, ya que este modo de pensar y de clasificar
lo real redunda en el modo de hacer política.
Este enfoque ya lo he tratado más fundamentada y extensamente en la obra colectiva
de ìEl Feminismo Holísticoî, denominación desde
la que intento superar la dicotomía de igualdad/diferencia para bucear en
la gran metáfora del Uno (Dios-Padre) que contamina no sólo nuestra
lógica, sino todo nuestro universo simbólico. Por más que mis
referentes sean los del ìfeminismo de la diferenciaî, creo que intelectual
y personalmente ya he superado aquella etapa
La unión posible
Aunque he abundado en expresar lo que significa el ìfeminismo de la diferenciaî,
también he puesto de manifiesto lo que nos separa del ìfeminismo de
la igualdadî o, si queréis, lo que nos confronta. Sin embargo, no los
considero irreconciliables porque no son ìcontrariosî, pues, como he
insistido, la igualdad no es lo que se opone a la diferencia.
La filósofa francesa S. Agacinski ha elaborado una teoría sobre la
mixitud para tratar de reconciliar, superándolas, ambas tendencias, pero con
una fórmula que más bien me parece una receta de cocina por más
que le reconozca sus méritos. Ella parte del concepto de paridad entre los
dos sexos, ideal que reclama la universalidad desde las diferencias. Nos dice que
su teoría de la ìmixitudî es, precisamente, una teoría
de la universalidad teniendo en cuenta las diferencias, pero no es una teoría
de la diferencia, sino una teoría de la igualdad ilustrada sensu stricto.
También ella propone la superación de la lógica binaria como
elemento clave para conseguir una verdadera paridad, pero advierte del peligro de
primar ahora a la mujer situándola en la posición del ì1î
relegando al hombre a la situación de ì0î, ya que eso nos mantendría
en el círculo vicioso de lo binario. Su gran argumento es que todo Uno proviene
de Dos que lo engendran, lo que me resulta una teoría demasiado biologicista,
ya que, para empezar ¿de qué Dos proviene el Dios-Padre , Uno por excelencia
y gran metáfora de nuestra cultura patriarcal ? No se da cuenta de que el
ì1î y el ì0î no se refieren solamente a individuos sexuados,
sino a conceptos como bueno y malo, luminoso y oscuro, valiente y cobarde, recto
y curvo... y, por ende, hombre y mujer. Recordemos si no la lista de antagónicos
de Pitágoras.
Pero más grave me parece aún que Agacinski afirme que el individuo
se puede sentir igual ante la religión, la ley, la cultura, etc., pero no
ante el sexo y todo lo derivado de él, porque en estos aspectos existe dicotomía,
de lo que deduce que la ìmixitudî se consigue con una ìpolítica
de sexosî que tenga en cuenta las diferencias y las similitudes.
Personalmente no concibo que las mujeres y los hombres se puedan sentir iguales ante
la religión, la ley y la cultura. ¿Cómo vamos a sentirnos iguales
frente a esos grandes constructos que la civilización patriarcal ha levantado
excluyendo a las mujeres cuando no contra ellas ? Me resulta un postulado demasiado
naïf.
Concluye diciendo que tanto el radicalismo (la diferencia) como el universalismo
(masculino) se apartan de la mixitud, que sería realmente un posfeminismo,
es decir, una superación dialéctica de la teoría del Sujeto
de Beauvoir como del Sujeto diferencial de cierto feminismo radical. En realidad,
más que unir las dos tendencias fundamentales del feminismo, lo que quiere
es unir a hombres y mujeres en una propuesta política compartida. ¡Qué
beatitud la suya ! ¿Es que no sabe cómo funcionan los círculos
del poder estando tan cerca de ellos ?
Mi propuesta no pasa por esas superaciones ficticias. Más bien creo que ambos
feminismo han de seguir sus caminos respectivos, pero teniendo muy claro que ni sus
teorías ni sus acciones ni su modo de entender la política pueden plantearse
como antagónicos irreconciliables. Pero, sobre todo, aceptando que no existe
ìel feminismoî, sino ìlos feminismosî.
Acerca del socialismo también surgieron multitud de teorías, que fueron
desechadas cuando Engels definió la marxista como la única científica
frente a las utópicas. Si no se hubieran obstaculizado todas las demás,
posiblemente hoy disfrutaríamos de una riqueza política y de opciones
de las que, desgraciadamente, carecemos. No seamos mezquinas ni miopes.
Una última pregunta
El feminismo de la igualdad insiste en plan poseso en que, salvo las obviedades biológicas
que distinguen a ambos sexos, la igualdad entre hombres y mujeres es un hecho que
hemos de actualizar jurídica y socialmente ; que la tal ìdiferenciaî
no es más que un modo de autoexclusión y una aspiración absurda
a un esencialismo que sólo puede resolverse en desigualdad. ¿Dónde
?
¿Dónde radica esa diferencia ? claman indignadas.
Yo lo veo de un modo muy simple, si queréis, pero muy nítidamente a
la vez.
La afirmación : ìLas mujeres son iguales que los hombresî,
no podemos, sin embargo, sustituirla por
:
ìLas mujeres son hombresî.
Entre Ser iguales que los hombres y Ser hombres existe sin duda una diferencia ¿no
? Pues ahí, ahí radica la diferencia, oculta tras la comparación
iguales que. Si queremos ser iguales que los hombres, pero no queremos ser hombres,
es que entre ambas realidades existe un resquicio para la diferencia. Ese irreductible
del que no podemos prescindir es lo que constituye la diferencia.
Solapada tras la comparación anida esa diferencia. No es una esencia : es
un ìaxioma ontológicoî.
En este sentido, este axioma ontológico se convierte en un punto de partida
para un pensamiento diferente, para una epistemología, es decir, para una
investigación teórica.
El mismo esquema lo podemos aplicar a nuestro programa político :
Tampoco podemos sustituir : ìLas mujeres queremos ser iguales que los hombresî
por la proposición : ìLas mujeres queremos ser hombresî.
Si ambas frases no son equivalentes, significa que como NO QUEREMOS ser hombres,
la afirmación de que queremos SER IGUALES QUE carece de sentido sin introducir
la diferencia. Y en este caso se trata de una diferencia política con sus
estrategias, sus tácticas, modos, metas y etapas a cubrir, porque lo que queremos
ser implica eso : una voluntad política.
La historia interminable
Como habréis podido observar, el feminismo de la diferencia supone un programa
apretado de propuestas que dan para todo un itinerario vital.
Pretende cambiar la vida buscando modelos que no existen (todavía) desde las
diferencias que nos constituyen como mujeres ; de hacer significante lo in-significante
; de crear orden simbólico a partir de arquetipos negados ; de constituirnos
como sujetos diferenciales luchando por derechos sustantivos y no abstractos ; de
acceder al poder desde nuestras propuestas y de cuestionar la esencia misma del poder
como dominio ; de crear una ética de valores no reconocidos, y de estructurar
un modo nuevo de pensar desde una lógica no binaria. ¡Casi nada !
Cuando descubrí el feminismo ignoraba exactamente hasta dónde me llevaría,
pero lo concebí como un ìViaje a Itacaî : ìPide que tu
camino sea largo, rico en experiencias, en conocimiento....î ¡No sabía
cuán largo !
Tal vez la versión de la igualdad no me convencía porque pensaba :
ìY cuando cambiemos las leyes y consigamos el divorcio, el aborto y todo eso
¿qué ? ¿Qué más ?î No tenía para
mí el carácter de aventura. Por eso me embarqué en ìotra
cosaî siguiendo una intuición que me ha ido guiando. Y resultó
que esa otra cosa era el feminismo de la diferencia.
Hace no mucho, una amiga, también feminista, me planteó que el feminismo
de la igualdad había conseguido todos los derechos y oportunidades que ahora
disfrutamos las mujeres, pero que no veía qué demonios había
conseguido el feminismo de la diferencia. Yo le respondí que, de momento,
cambiar la vida de muchas mujeres, que no era moco de pavo. Pero también que
estaba cambiando la percepción sobre muchas realidades, el modo de entender
el sentido de la vida y la solidaridad y complicidad entre las mujeres.
Tengo varias amigas que no se han contentado con eso de ìa igual trabajo,
igual salarioî y han decidido dejar sus trabajos seguros optando por algo que
les llenaba mucho más como tarea, no sólo como modus vivendi. Eso es
producto, entre diversas causas, del feminismo de la diferencia. Otras se han decido
por el nomadismo y el vivir día a día. Las de más allá
han construido una estructura afectiva que nada tiene que ver con las relaciones
al uso o han descubierto una comprensión más profunda de la naturaleza.
Creo que respecto a la realización como sujetos, el feminismo de la diferencia
nos abre unas posibilidades mucho más creativas, ya que al no tener como aspiración
la igualdad con el hombre, se amplía el panorama de las elecciones, de los
caminos ignotos, de las experiencias insólitas o de la libertad de no ponerse
metas. Si realmente pudiéramos hacerlo, serían los varones los que
tendrían que comenzar a plantearse el ser iguales a nosotras.
De todos modos, a semejanza de los comienzos en que todo era un totum revolutum,
creo que ambos feminismos vuelven a una cierta convergencia en la que las fronteras
no están ya tan claras. Laus Dea ! No hay verdad ni verdades, sólo
caminos, búsquedas, tanteos, despistes y aciertos. Queriendo o sin quererlo,
nos hemos enriquecido mutuamente. Dentro de no mucho, las divisiones y clasificaciones
espúrias serán ya historia.
Recapitulación
Toda síntesis apretada está exenta de matices, pero mi propósito
no es el de elaborar una historia del feminismo de la diferencia, sino de exponer
a grandes rasgos lo que para mí significa. Voy a intentar, pues, resumir aún
más los puntos axiomáticos de esta propuesta :
1º) El feminismo de la diferencia no es opuesto al de la igualdad, porque no
son contrarios conceptualmente.
2º) El objetivo de este feminismo es la transformación del mundo desde
el cambio de vida de las mujeres.
3º) El punto de partida, tanto estratégico como epistemológico,
radica en la diferencia sexual.
4º) Nuestra diferencia sexual respecto de los varones no constituye un esencialismo
que nos hace idénticas, sino diversas.
5º) Nuestro propósito no consiste en ser iguales a los hombres, sino
en cuestionar el código secreto de un orden patriarcal que convierte las diferencias
en desigualdades.
6º) Los cambios estructurales y legislativos pueden ser un punto de partida,
pero no de llegada.
7º) Crear orden simbólico significa introducir la variable de la diferencia
sexual en todos los ámbitos de la vida, del pensamiento, de la política.
La variable no es el género, que es un sexo colonizado, sino la diferencia.
8º) La complicidad y solidaridad entre las mujeres constituye nuestro bagaje
político más poderoso.
9º) La lucha por el poder comienza en la autosignificación, la autoridad
femenina y el empoderamiento de espacios creados por las propias mujeres.
10º) El objetivo del poder no consiste en conseguir ìcargosî para
las mujeres, sino en lograr una representatividad sustantiva, y no abstracta, propia
del Sujeto universal y neutro.
11º) El feminismo de la diferencia es una ética fundada en valores que
nosotras tendremos que ir definiendo.
12º) El pensamiento de la diferencia sustituye la lógica binaria por
la lógica analógica, que tiene que ver con la vida y no con conceptos
interesados que la sustituyen.
13º) El feminismo de la diferencia no es una meta, sino un camino provisional.
No es un dogma, sino una búsqueda. No es una doctrina sectárea, sino
una experiencia al hilo de la vida.
Desde estos pliegos al viento, no me queda más que reconocerme agradecida
a tantas y tantas mujeres ... que no habría espacio para nombrarlas. ìTodo
es puro para el puroî, decían los gnósticos. Por eso creo que
todo ha sido bueno para todas. Y no lo digo como si estuviéramos al final
del camino, sino en la encrucijada de otros muchos que se abren a nuestro paso.
Desde algún rincón del mundo, en el equinoccio de otoño
del 2000
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